miércoles, 1 de mayo de 2024

Edel Quinn, por Frank Duff, febrero 2024

Para imprimir Archivo pdf: Vida de Edel 

En cierto modo, voy a empezar por el final con el deliberado propósito de fijar, en su sitio, desde el primer momento, todo lo referente a Edel Quinn. Recuerdo a este respecto las palabras que el Padre Santo, pronunció al referirse al libro de Monseñor Suenens, sobre la vida de esta gran señorita. El Padre Santo, dice de un modo perentorio que esta Vida debe hacerse llegar a manos de todos. Es probable que alguien crea que las palabras de S.S. son expresión de un ligero cumplimiento, pero esa creencia constituye un craso error. Su opinión en esta materia es algo que sobrepasa los límites de lo corriente.

En segundo lugar, el gran Legado de S.S., primeramente en África y más tarde en China, y actualmente en España. Monseñor Riberi, subraya un concepto mantenido por Monseñor Suenens, a lo largo de todo el libro. Según dicho concepto, Edel Quinn contribuía a la salvación de China desde los escondidos senderos de la jungla africana. Y en el prefacio de dicho libro, Monseñor Riberi, va todavía más lejos, afirmando que esa muchacha estaba destinada, por pura fuerza de la ejemplaridad, a influir en el desarrollo de la Historia. En otro lugar asevera que, si no se hubiera inspirado en ella, le ha-bría parecido imposible la tarea de explayar su actividad la Legión de María en la China de la guerra civil. Debemos insistir en que todas estas palabras no fueron proferidas a la ligera por un compromiso de galantería: se trata de asuntos harto serios para ello, debemos estar plenamente convencidos de que dichas palabras encierran una valoración extraordinaria de una persona. ¡Salvar a China! ¡Influir en el curso de la Historia! Son éstos unos conceptos excesivamente importantes para ser endosados gratuitamente.

Además, hemos de hacer hincapié en algo que el lector ya conoce, a saber, que ha sido introducida ya su Causa de Beatificación. Ello constituye una etapa increíblemente rápida.

Ha sido cortado en esta ocasión el largo compás de espera que corrientemente sigue a la muerte del interesado. ¡Se está estudiando su Causa, en el momento en que la mayoría de quienes la conocieron con mayor intimidad continúa en el mundo de los vivos! Y probablemente a gran número de ellos les está reservado el privilegio de manifestar ante un Tribunal lo que vieron, y de servir de testigos en cuanto a ella concierne. En la mayor parte de los casos los testimonios sobre los beatificados proceden del examen de docu-mentos redactados por personas fallecidas hace largo tiempo, e, indudablemente, no es ése el método más satisfactorio de examinar un caso.

Es evidente que estamos en presencia de una personalidad nada común. Las prensas continúan editando su Vida en múltiples idiomas. Recibimos numerosísimas cartas de gente que se consideran favorecidas por su intervención. Yo he leído gran número de ellas y realmente dan la sensación de que estamos ante algo fuera de lo corriente. En cualquier caso, está lejos de toda duda que un elevado número de personas intenta ponerse en contacto con ella y que en sus numerosos problemas y necesidades vuelven los ojos a ella y le dicen: Quisieras ayudarme también a mí?

Aun cuando mi intención no es trazar un esquema de su vida, supongo, sin embargo, que sería de gran utilidad presentar un relato de los acontecimientos más importantes de los primeros años de su vida.

Nació en 1907 en una región de Irlanda, cuna de muchos afamados personajes, a saber, el Condado de Cork. El lugar exacto fue Kanturk. Su padre era un empleado de Banco, cuya característica típica es la de verse obligado multitud de veces a cambiar de residencia. Siempre que las circunstancias le impelían a ello, llevábase consigo a su reducida familia, estableciéndose accidentalmente por algún tiempo en Dublín. Vivió pues, en diversos lugares. Uds. conocen la historia del poeta griego Hornero, del cual se cuenta que un centenar de ciudades se disputaron después de su muerte el honor de haber sido su cuna. Hemos podido observar ahora que no pocos lugares reclaman la distinción de haber sido, por algún tiempo la residencia do Edel Quinn.

Edel se Incorpora a la Legión

Empezó a trabajar como taquimecanógrafa hacia 1925. Su empleo la puso en contacto con el ordinario ajetreo de la ciudad, turnándose en su vida diaria el trabajo, el esparcimiento y las actividades religiosas. Hacia 1927, una compañera dio le a conocer la Legión y, según sus propias palabras, ese primer contacto fue a prime-ra vista un caso de amor. Esto inmediatamente cautivó su corazón, y ese lazo, lejos de relajarse, se estrechó más y más a lo largo de toda su existencia. En su organización encontró cuanto necesitaba. Alimentada por las enseñanzas marianas de la Legión, por su idealismo práctico y por las agridulces tareas que le tocaron en suerte, empezaron a despuntar sus cualidades esenciales. Ponía en práctica a la perfección cuanto le era encomendado. y pronto pudo observarse cuán bien realizaba todo. Sus compañeras la calificaron como de primera clase y las autoridades superiores de la Legión reci-bieron informes sobre ella y dieron comienzo los cambios de impresiones más laudatorios acerca de su labor.

Quedó vacante la presidencia de una rama que entrañaba grandes dificultades. Era la rama encargada de visitar las viviendas de las mujeres de baja estofa de Dublín. En aquel tiempo, esas viviendas eran unos antros inconfesables y el trabajo era realmente abrumador, como puede suponerse. La presidenta dimitió, según queda dicho, y todos los miembros estaban de acuerdo en que era necesaria una persona con cualidades verdaderamente extraordinarias para ocupar el puesto vacante. Tras un corto período de espera, Edel Quinn, apareció en escena y tomó posesión del cargo. Decir que todas se llenaron de horror sería inclinase a la benevolencia. Como manifestaron ellas mismas en una reunión celebrada inmediatamente después de la asamblea anterior (sin estar ella presente): « ¡Se nos ha enviado una chicuela para estar al frente de todas nosotras!» Y no se contentaron con esto. Enviaron a su Director Espiritual, para expresar en nombrede todas su más enérgica protesta ante los organismos superiores. Volvió la semana siguiente comunicándoles en pocas palabras el resultado de su misión. Manifestó que le había sido imposible vencer la resistencia.

Su vocación

Pronto llegaron todas a convencerse de que tenían una jefe maravillosa: una jefe de jefes. Celebraron jubilosamente su buena fortuna. Pero no por largo tiempo. Pues a sus oídos llegaron rumores de estar ella estudiando proyectos muy distintos; que alimentaba la oculta ambición de ser clarisa mendicante y de que se iba aproximando el tiempo de poner en práctica esa decisión final.

El lugar en cuestión fue Belfast. Había sido su intención primitiva ingresar en el convento de Dannybrook, famoso y hasta proverbial suburbio de Dublín. Pero las clarisas pensaron que Belfast, tenía mayor necesidad de una nueva postulante. Así, pues, determinose enviarla a Belfast. En el momento en que todo se hallaba dispuesto, sobrevino un acontecimiento que echó todo por tierra. Se encontraba agotada físicamente. Causa de ello era la tuberculosis, enfermedad entonces considerada mucho más grave que en la actualidad; en el corto lapso de tiempo transcurrido desde entonces, se han logrado grandes éxitos en la lucha contra esa enfermedad.

Fue llevada rápidamente al sanatorio de Newcastle, en el Condado de Wicklow, y allí permaneció aproximadamente año y medio. Produjo en ese lugar una impresión imborrable. Las manifestaciones de personas que allí la trataron constituyen un proceso lleno de interés. El juicio sobre ella, emitido por la Directora —y hemos de observar que dicha Directora no era católica— puede resumirse en que jamás había habido en ese hospital nadie como ella. Era excepcional tanto en los hechos corrientes de la vida ordinaria como en los extraordinarios. Como caso típico de la irradiación de su personalidad, recordemos el incidente referido en el libro de Monse-ñor Suenen, sobre la joven enfermera que, en una noche deservicio, tuvo que afrontar un colapso, repentino de una paciente. De hecho, la enferma falleció entre sus brazos. Constituye un hecho notable el que en instantes de pánico la jo-ven, no acudiera en busca de ayuda a sus autoridades propias —la Directora o alguien similar – sino a Edel Quinn. Hizo levantar a Edel, y la llevó consigo para que le prestara su colaboración. Un hecho extraordinario si se analiza desapasionadamente!

No están muy claros los motivos por los que abandonó el sanatorio de Newcastle. No tengo duda alguna de que el famoso Oficial romano, conocido vulgarmente con el nombre do Abogado del Diablo, insistirá en repetir y difíciles preguntas acerca de esta cuestión. No hay certeza absoluta si para abandonar el sanatorio obtuvo una autorización en regla. En todo caso, el hecho es que salió, volviendo de nuevo a su casa y a su trabajo. Después de algún tiempo, se reincorporó a la Legión. Veíase tan vigilada que con frecuencia se quejaba de que intentaban reducirla en un ataúd. No se le permitía desarrollar como habría sido su deseo, una labor satisfactoria (entendiendo por tal una empresa o emprender nuevos tipos de apostolado).

Fue aquél un período durante el cual ese espíritu extraordinario se veía aherrojado en una jaula, sin esperanza de escape. Duró la prueba hasta 1936, en que finalizó de un modo dramático. Empezaron a realizarse en dicho año intentos de extender la Legión por Inglaterra. Las legionarias inglesas no poseían ninguna experiencia acerca de una labor extensiva mientras nosotros teníamos muchas versadas para ello. Por eso se determinó lanzar al campo de batalla varios grupos formados cada uno de ellos por una legionaria inglesa y otra irlandesa.

Pedimos voluntarias y fueron muchas las que se presentaron « motu proprio» . Entre ellas se encontraba Edel. Su presencia fue para todos no una sorpresa sino un verdadero sobresalto. No era posible aceptar lo que considerábamos un capricho por su parte. Se rechazó gentilmente su ofrecimiento recordándole la ardua empresa proyectada, aun cuando esta advertencia era innecesaria, pues ella conocía perfectamente el trabajo por haberlo realizado repetidas veces.

Labor extensiva en Gales

Pero ella, con aquella insistencia que sólo ella, poseía, implicó de nuevo que se le permitiera marchar. Aseguraba que todos trataban de matarla con sus bondades y que realmente obstaculizaban su completo restablecimiento con una vigilancia excesiva. Naturalmente la joven señorita, que tenía métodos propios para solucionar sus problemas, logró un éxito completo. Diósele la autorización para ponerse en camino. Pero con una diferencia. En lugar de asignarle como compañera una legionaria inglesa, tuvo que compartir el trabajo con una antigua amiga suya, Muriel Wailes, la cual, por conocerla íntimamente, ofrecería toda clase de garantías en su vigilancia y en el freno de sus impulsos.

El ambiente espiritual estaba depravado. La religión languidecía y puede asegurarse que se encontraba moribunda. Raro era el seglar que se molestaba en alzar un solo dedo en su favor. Era una ilusión esperar la conversión del país; se consideraba como regla suprema la buena conducta. No hay pues que extrañarse de que estuviese a la orden del día la más supina pereza en el orden religioso.

Las dos voluntarias de la andante caballería no conocieron momento de reposo. Del alba a la noche, recorrían la región exponiendo la Nueva Idea. Cuántas caminatas! ¡Cuántas explicaciones y repeticiones! ¡Cuántas luchas al parecer contra las aspas de molinos! Y sin embargo, ¡al fin llegó el éxito! La buena voluntad se reanimó; están actualmente multitud de ramas y varias otras en estudio

La pareja volvió regocijada, presentando una relación muy consoladora. La convaleciente se encontraba radiante y no había duda de que había salido indemne de la prueba No mucho después de su regreso, cursó una segunda visita al Cuartel General, tratando de exponer algunos de sus proyectos.Consideraba ser totalmente indispensable que alguien se estableciera allí para continuar la labor de aquella quincena. Por ese motivo decidió ir ella misma a Chester con el fin de establecerse allí y desempeñar tal papel.

Observemos ahora esta notable coincidencia. De parte de Ruby Dennison, mensajera entonces de la Legión en África Austral, se recibían angustiosas súplicas solicitando colaboración para su extenso territorio. Y sin fuerzo llegó a pensarse: ¿Sería posible enviar a Edel Quinn, al África Austral? Constituiría un excelente destino desde el punto de vista de su dolencia y a la vez podría proporcionársele el sentido de misión que al parecer le era consustancial. Después de algunas consideraciones, se le expuso el proyecto personalmente y ella lo aprobó con un entusiasmo que causó asombro. De este modo se tomó la decisión de enviarla al África Austral.

Pero ya sabemos el viejo adagio: « EI hombre propone y Dios dispone». Ese proyecto desapareció en el aire porque en esos momentos el Dr. Heffernan, C. S. Sp., entonces Obispo de Zanzíbar y Nairobi, escribió diciendo que había llegado a su conocimiento el proyecto de enviar a África a Edel Quinn. ¿Sería mucho pedir que marchase a su territorio, tan necesitado de la Legión? En el caso de que se hallara dispuesta, él se encargaría hasta de los detalles más insignificantes, garantizando la colaboración de todos sus misioneros y respondiendo de todo su itinerario.

He ahí una proposición tentadora! Después de todo, el África Austral, poseía una excelente mensajera, mientras que el África Central, no tenía ninguna. La dificultad había sido ya detectada cuando se trató de ayudar a las misioneras a establecer secciones por correspondencia. ¡De qué modo tan admirable podría resolverse el problema enviándola allí como mensajera! ¡Y qué mensajera! Podría llegar a ser allí como el fuego de la pradera —en el caso de que no se resintiera su salud—. Porque había que tener presente, que el África Central, ofrece mayores peligros para la salud de cualquier per-sona. Después de haberlo pensado concienzudamente, los directivos llegaron, por fin, a decidir su marcha. Se presentó después la cuestión de conseguir la aprobación del Consejo, órgano central de gobierno de la Legión, asunto tratado a lo largo de un entero capitulo del libro de Monseñor Suenens. Lo sucedido en la sesión tiene un marcado aspecto sobrenatural porque en un principio tan sólo los altos dirigentes de la Legión, se encontraban favorablemente dispuestos al proyecto. En general, los restantes miembros se oponían rotunda-mente. Si por ventura iba uno por la calle, las personas con quienes se tropezaba le detenían y protestaban indignadas contra el cuento llegado a sus oídos de la delicada joven que estaban destinando para el degolladero. Al parecer, ese senti-miento iba conquistando cada día mayor número de adeptos y era la opinión general que, cuando dicha proposición se debatiera en el seno del Consejo, sería rechazada terminantemente. No obstante la desconcertante sesión conciliar, dio fin al asunto de un modo imprevisto: por unanimidad fue aprobada la misión de Edel. Aun cuando en un principio algunos se manifestaron contrarios a ella, ni una sola persona mantuvo esa opinión en el momento de la votación. Dadas las circunstancias, cualquiera se sentiría inclinado a excla-mar: « ¡Milagro!», pero toda prudencia es poca en el empleo de ese vocablo.

Destino: África

Ansiosamente se apresuraron entonces los preparativos. El Obispo Heffernan, había solicitado que Edel se incorporase a un grupo de sus misioneros que iba a partir a fines de octubre. Al intentar adquirir un pasaje en el buque, se encontró que todos estaban cubiertos. Pero más tarde la Compañía comunicó que podía poner a su disposición una cabina unipersonal de primera clase. No se presta, por lo general, tal cúmulo de consideraciones a las mensajeras, porque los recursos son siempre limitados. Pero ahora el caso era diferente. Edel se veía obligada a servirse de ese barco y no había más alternativa que aceptar esa cabina o quedarse en tierra.

Así pues se pagó el importe del pasaje. Esto desembolso, sin embargo estaba destinado a desempeñar un papel adicional y hasta providencial. Viajaba a bordo un buen número de sacerdotes y les era necesaria una sacristía y un lugar más apropiado para celebrar la misa. Por mutuo convenio, Edel, fue nombrada sacristana y al amanecer dejaba vacante su cabina que, de esta manera, se convirtió en Oratorio en el que se celebraban a diario muchas misas. Pero estamos adelantando nuestra narración.

Tenían que levar anclas en Londres el 29 de octubre de 1936. Hacía días que unas cuantas legionarias le habían acompañado a la ciudad para hacer visitas y ciertas compras. Recordemos un suceso pintoresco de aquellos días. las legionarias londinenses habían manifestado por escrito que deseaban expresarle paladinamente su presencia cordial en la gran aventura, y que para demostrarlo. pensaban organizar una función de despedida en la noche precedente al día de su partida. Nuestro grupo. pues, acudió a la cita. Cuando llegaron. la entonces Presidenta de la Legión en Inglaterra, Mrs. De Ia Mar, se encontraba en una parte más retirada del edificio. Se le pasó aviso, y, al llegar, fue presentada a Edel Quinn, a la que se quedó mirando con ojos asombrados, ¿Por qué?

Años atrás, Mrs. De la Mar, había efectuado su primera visita a Irlanda. Cierto día se le acercaron unas legionarias para decirle: « La invitamos a realizar con nosotras una excursión por el Jardín de Irlanda, es decir, por el Condado de Wicklow. Iremos también a visitar allí, a una compañera nuestra hospitalizada». No es preciso decir quién era la enferma. Mrs. De la Mar, sostuvo una prolongada charla con Edel, quien le causó una impresión indeleble. Más tarde, Mrs. De la Mare, sufría angustiada ante las noticias que de la salud de Edel, le llegaban. Terminó por considerarla incurable. Ahora, sin embargo, permanecía estupefacta ante la brillante personalidad que contemplaban sus ojos y ante su increíble aspecto de buen humor, de vida y hasta vigor. Aun cuando el nombre de Mis Quinn, había desaparecido totalmente de su memoria, su rostro continuaba lleno de vida en el recuerdo de Mrs. De la Mare. Después de algún tiempo la contó en compañía de los que en paz descansan. Pero más tarde se hacían comentarios acerca de esta embajada a África, y ahora era la noche en que se celebraba la recepción de despedida. Mrs. De la Mare, se hallaba frente a frente de Edel Quinn, quien. como puedo asegurarlo yo, estaba encantadora aquella noche, llevaba un vestido de seda azul, cuya elegancia están otros en mejores condiciones que yo para juzgarla. Estaba muy hermosa, sin duda alguna.«¡Imaginaos!», explicó Mrs. De la Mare, cuando pudo recuperar el uso de la palabra, «¡mi asombro al contemplar en la intrépida aventurera al África, a la pobre inválida de Newcastle,! Me ha producido la misma sensación que si viera salir a alguien del sepulcro, dirigiéndose a mi, su encuentro me ha dejado sin palabra en la boca».

Una rectificación de once horas retrasó la salida hasta el día 30. Se emprendió el viaje hacia África en la soleada madrugada de dicho día. El barco se llamaba Llangibby Castle, que muy recientemente rindió su último periplo para ser desguazado.

Mensajera en África

Una serie casi diaria de cartas de Edel, la mantuvo en contacto con la patria durante las tres semanas de viaje por el océano. Esa correspondencia nos la presenta desde un ángulo totalmente distinto por su novedad y atracción, ya que hasta entonces nunca se había realizado un intercambio epistolar de importancia. Sus impresiones sobre el viaje y sobre sí misma son dignas de una atenta lectura en el libro de Monseñor Suenens.

Llegaron a Mombasa en la madrugada del 23 de noviembre. Siguiendo las instrucciones del Obispo Heffernan, Edel no se quedó allí, continuando aquel mismo día la marcha hacia Nairobi, una larga jornada de 350 millas y de 18 horas. Así empezó su misión que finalizó con su muerte en el mismo lugar ocho años después.

Puede dividirse esta soberbia aventura en cuatro etapas. Durante la primera. hubo de someterse a lo dispuesto por el Obispo Heffernan. El programa, en términos generales, consistía en que cada misionero garantizase su seguridad en su propio territorio. Se encargaría de proveerle de medios de transporte y de congregar publico que escuchara sus instrucciones. Había de ayudarle con todos los medios a su alcance en la propaganda de la Legión y en el establecimiento de sus diversas secciones. Una vez finalizado su trabajo, se vería obligado a ponerla bajo los cuidados del misionero próximo.

Este programa era el más adecuado para nosotros por varias razones. Nos eximía de toda clase de gastos en lo referente al transporte, y nos sentíamos totalmente tranquilos al considerarla bajo el cuidado de alguien que pudiera evitar posibles excesos. Pero el programa no era del total agrado de la joven. Con esta afirmación queremos indicar ser casi seguro que el proyecto precedente iba a venir abajo en fecha más o menos próxima. Argüía ella que con eso se imponía una carga injustificada sobre los misioneros; que, tratándose del territorio patrio, sería una idea excelente encargar a cada misionero ponerla bajo la vigilancia del siguiente. Pero cuando el próximo se encontraba a una distancia de 100 millas a través de los senderos de la jungla, el problema no era ni justo ni adecuado, y que por eso se resistía en aceptarlo. Propuso que se le permitiera adquirir un coche. Se le dio la debida autorización y ella anunció su adquisición en los extraños términos de una proclama real, en forma más o menos simi-lar a ésta: « cesan de saber ustedes que desde la fecha de hoy la Legión de María, ha entrado en posesión de un estupendo Ford. modelo V8 de 1932. por un precio de coste de 40 libras». Al parecer el coche no era tan malo como pudiera deducirse por su precio. En todo caso, tenía muy buena apariencia en la fotografía que se nos remitió.

Le impusimos. sin embargo, una condición, exigiendo su cumplimiento en toda circunstancia. Se trataba de que no se le permitiera conducir bajo ningún pretexto, excepto dentro del casco de las poblaciones. Dicho en otras palabras, no se le autorizaba a conducir por si sola en trayectos largos. El motivo que justificaba esta decisión era de no considérasela con resistencia física imprescindible para dar vueltas al manubrio del coche en caso necesario. Ni habría sido capaz de repararlo, posibilidad que habría causado serias inquietudes en el caso, no imposible, desgraciadamente, de producirse la avería en el corazón de la selva. Ella dio su conformidad a esta condición y la cumplió.

El conductor fue un hombre. Se llamaba Alí, aunque era más conocido con el nombre de Alí Babá. Se trataba de un indígena mahometano. Con ese hombre al volante, ella a su lado y en la parte posterior del coche un rifle que sirviera de garantía contra las fieras, Edel recorrió innumerables centenares de millas. Llevó a cabo una verdadera epopeya muy superior a cuanto pueda imaginarse; Una joven muchacha, a merced de su conductor, siempre ilesa al final de sus correrías por la jungla! Su deber consistía en ponerse en contacto con todos los misioneros (que vivían en lugares realmente difíciles e inaccesibles), y prestarles su colaboración para establecer la Legión. Pero si alguien se hubiera atrevido a exponerle los peligros de su misión, lo único satisfactorio que de ella habría conseguido sería su gentil sonrisa, quizá una referencia llena de humor hacia su <heroísmos> y su su-gestión de que todos querían ver montañas en lo que sólo eran montones de arena.

Todo para Edel, era sugestivamente bello en el ejercicio de esa especie de caballería andante modernizada. Inmersa en aquellas increíbles misiones selváticas, a través de marismas y de bosques, ella se encontraba en su propio elemento. Impertérrita, risueña, feliz, dispuesta siempre al buen humor y (como ella misma decía) «a estirar las piernas», a nadie le hubiera sido posible hacerle perder su alegría o molestarla con cualquier pretexto. Estaba fuera de nuestro alcance aguar su jovialidad, que constituía la más sobresaliente de sus características.

Pero esa aparente ligereza no era indicio de una banal super-ficialidad. Su preparación era extraordinaria, su voluntad enérgica y sus métodos, exactos. Jamás dejó nada al azar. Con toda justicia puede serle aplicada aquella valoración de la Escritura: «Tú, siervo bueno y fiel».

Un baño en el fango africano

Innumerables e impresionantes son las anécdotas que nos refieren las misioneros y otras personas que mantuvieron contacto con Edel. Recordemos ahora una de las primeras. Se nos presentó en cierta ocasión un misionero para referirnos, como lo hicieron todos, cuanto sabía de ella. Había tenido noticias desde hacía tiempo de que Edel, se iba aproximando a su territorio, y naturalmente se encontraba más o menos a la expectativa. Cierto día, durante la Misa, al volverse del altar para distribuir la Santa Comunión, pudo ver entre los rostros de quienes estaban en los reclinatorios uno que le llamó poderosamente la atención. En el momento de darle la Sagrada Forma, le asaltó la idea de que Edel Quinn, había llegado a la población. Envió al monaguillo para decirle que no se retirase después de la Misa y que esperaba le acompañase al desayuno. Esa fue su primera entrevista con Edel. Fijaron de mutuo acuerdo la labor que debía desarrollarse y acto seguido le manifestó que al día siguiente se vería obligada a regresar a su punto de partida, ya que iba a celebrar la primera reunión de la Junta. «Perfectamente», respondió el misionero, «será para mí un gran placer acompañarla y estudiar el desarrollo de una primera sesión. Intentaré solucionar nuestro medio de transporte». 

Pero durante la noche estalló una tempestad típicamente africana, y, al día siguiente, un verdadero océano de lodo se interponía entre ambos lugares. Después de la Misa, le dijo a Edel: «Supongo que habrá desistido usted de realizar el pequeño viaje proyectado». «Oh». contestó ella, «he de efectuarlo ineludiblemente. He dado mi palabra, de encontrarme allí y les insistí que nada ni nadie debía impedir a alguien acudir a la cita. Sería ridículo que se celebrase sin mí, siendo yo la Presidente». «Se harán cargo de lo situación», replicó él.  «Habrán observado las dificultades y serán las primeras en comprender su imposibilidad de presentarse». Con verdadera angustia contestó ella: «Yo misma no lo entendería así. He de marchar». Entonces él, replicole que carecía de medios de locomoción y que había desaparecido todo rastro de carretera. Sus razones eran convincentes, pero no lograron persuadir a quien se destinaban. Finalmente el misionero hubo de rendirse al verla tan angustiada. Se marchó y logró encontrar un camión pesado y un experto conductor. Colocaron cadenas en las ruedas y los tres saltaron al interior del vehículo, lanzándose en dirección de la población indicada, que se encontraba a una distancia aproximada de 8 millas. Consiguieron salvar las 7 primeras con mil peripecias, pero al final de la séptima el camión se atascó en medio de aquel océano de barro; los tres hubieron de saltar al exterior, abandonando el coche y, a nado mejor que andando, consiguieron llegar finalmente al punto de su destino en el lamentable estado que pueden imaginarse. Pero llegaron. Era éste uno de los rasgos tan característicos en ella, que puede considerarse como su marca registrada. Su idealismo, siempre latente en todos sus actos, se hallaba dispuesto a excitarse en estas ocasiones, y por eso, quienes se encontraron en su compañía concentraron todas sus fuerzas sólo para ser ganados por ella, a la mitad del camino.

Otro episodio típico fue cuando se les sirvió fraudulentamente mucho menos petróleo que el necesario, con el resultado de que el coche se paró en el corazón de la selva. El conductor le dijo que era preciso volver para tratar de adquirir unas gotas de combustible, dondequiera que fuese. Pero aquella caminata era excesivamente penosa y Edel, no estaba en condiciones de emprenderla. Decidieron, pues, que permaneciese ella, encerrada en el interior del coche mientras él gestionaba el descubrimiento de la esencia. Demás está decir que en esa situación —en el corazón mismo de la jungla— cualquiera se hubiera visto a merced de unas ideas ciertamente poco tranquilizadoras. ¡En cualquier momento podría aparecer un león, llamando en la ventanilla! Pueden sospecharse los terribles pensamientos que nos asaltarían en tales circunstancias, tan angustiosas, a veces, si uno llega a convencerse de que el conductor nunca más ha de aparecer. ¡Ha escapado para ponerse a salvo, dejándome abandonada a mi suerte! Pues bien, cuando después de varias horas de ausencia volvió con un poco de gasolina, la suficiente para poner en marcha el coche y caminar algún trecho, el la encontró trabajando plácidamente en su correspondencia, ajena por completo a todo pensamiento que a nosotros más débiles, nos habría llenado de zozobra.

Otra anécdota, cuyo sabor humorístico no se ha extinguido ciertamente entre las fuentes de aquellos territorios, se basa en el hecho de que Edel, tenía costumbre de ofrecer un puesto en su coche a quienquiera que llevara el mismo camino. Eran muchos los que aceptaban su invitación. En la ocasión que estamos relatando fue un Hermano de la Orden del Espíritu Santo, quien aprovechó la oportunidad ofrecida. Iba a una fiesta y manifestó que la rápida carrera del coche sería para él, de enorme beneficio. Pero la rapidez brilló por su ausencia; dos días tardaron en recorrer el trayecto. Según muy buenos informes pasó la mayor parte de esos dos días echado de espaldas todo lo ancho que era, bien tratando de reparar posibles defectos mecánicos del coche, bien intentando poner parches. Y fueron ocho los pinchazos. Apenas llegado a su destino, se fue de cabeza a la cama, y el Obispo, enterado de lo acaecido, manifestó que se había ganado muy justamente un merecido descanso.

Con todo no queremos decir que la conducta del coche fuese sistemáticamente mala, sino que, por el contrario, era satisfactoria en líneas generales. El Arzobispo McCarthy, introductor de la Causa de Edel, y entonces Legado de la Santa Sede, en aquellos territorios, nos lo describe en términos bastante entusiastas. Entre otras de sus características, nos recuerda que el zumbido de su motor se oía a grandes distancias, regocijándose todos al escucharlo, ya que Edel, irradiaba a manos llenas la alegría de su espíritu entre cuantos la estaban esperando.

Auto-stop

Las opiniones eran muy variadas cuando se trataba de averiguar cuál era el verdadero color del coche, porque oscilaba de acuerdo con el ángulo de incidencia desde el que se contemplase y con las variaciones en la intensidad de la luz. 

Cuando no tenía coche, y eso ocurrió antes y después de poseer aquel famoso vehículo, su ordinario método de viajar era, si no tenía otra oportunidad más feliz. solicitar un puesto en un camión. No había autobuses: el método corriente para efectuar un viaje era la utilización de esos camiones. El plan consistía en salir a la carretera muy de madrugada, a las cinco o a las seis. y levantar el brazo ante el camión que se aproximaba. Dichos camiones iban casi siempre repletos de africanos. Siempre. sin excepción. se detenían y la llevaban hasta el punto fijado —a veces hasta una distancia de cien millas—, dejándola en el lugar en que había de ejercer su misión. En algunas ocasiones tenía la suerte de poder volver aquel mismo día, pero en otras se veía obligada a estar aguardando varias jornadas. El regreso se hacía utilizando el mismo sistema de auto-stop. ¿Cuántas mujeres se arriesgarían a viajar en esas condiciones, en trayectos tan largos, completamente solas entre aquellas multitudes de hombres? Y. sin embargo, jamás se dio el caso de sufrir la molestia más mínima en todo el tiempo de aventura. La gente del pueblo, estaba convencida de que sus predilecciones eran para ellos, y a su vez, la amaban y la respetaban más que a ninguna otra persona. En ella no se observaba en lo mínimo aquella superioridad de los extranjeros que la gente toma tan a mal. Se extendió su prestigio a través de todo el territorio y todo el mundo estaba a sus órdenes; todos se apresuraban a prestarle sus servicios.

La isla de San Mauricio

La fase siguiente de su aventura está constituida por su visita a la isla de San Mauricio, situada a gran distancia del continente, en medio del Océano Indico. Había prometido, hacia tiempo, visitar dicha isla. Por fin, veía llegada la oportunidad de hacerlo y la aprovechó. Era entonces cuando los ataques de los submarinos enemigos habían llegado a su momento más cimero, cuando uno al menos de cada dos de nuestros barcos era torpedeado. El Arzobispo Leen, la tuvo en observación durante su residencia en la isla, porque desde el primer instante notó que ella era algo fuera de lo corriente. El Arzobispo, era un experto en la ciencia de los santos. La estudió desde ese punto de vista y emitió después su valioso dictamen. A su juicio, Edel, era totalmente « canonizable ». Acostumbraba a decir que jamás pudo observar en ella, una sola debilidad. Hizo resaltar. asimismo, aun cuando de un modo incidental, esa cualidad que en algunas ocasiones hemos mencionado, esto es, su aparente inmunidad con res-pecto al miedo. Nunca dio sensación de estarle sometida, cualesquiera fuesen sus manifestaciones. Al parecer, nada existía que pudiera causarle molestia o temor. 

De su estancia en la isla de San Mauricio, se cuenta que fue el único lugar que abandonó deshecha en lágrimas. No puede saberse que extraña sensación le ligó al afecto de aquellas gentes, pero lo cierto es que lloró al despedirse de ellas. 

El interés del Arzobispo y los esfuerzos de Edel, viéronse premiados con creces. Dejó en marcha 16 excelentes secciones, estando destinado el movimiento a tener posteriormente un desarrollo todavía mayor. Volvió de nuevo sorteando los peligros del Océano, sin caer en ellos, afortunadamente, y desembarcó en Tanganica. A partir de entonces se encontró privada de su coche. Cuando partiera de hacia la isla San Mauricio, lo había dejado en Nairobi y era su sino que jamás volviera a sentarse en él.

¡De nuevo en tierra firme, pero en un territorio más primitivo! El clima era más rudo y conventos existían pocos en los que refugiarse. Y aun cuando no llegaron a sospecharlo en su patria, su salud iba debilitándose gradualmente. Sus noticia, seguían como siempre, siendo expresión de su energía característica y el correspondiente rendimientode nuevas secciones. Incansable, ajena al desaliento, pronta siempre al sacrificio caminaba presurosa de un lugar a otro. Dijérase que se proponía el recorrido de un rosario, cada una de cuyas cuentas estuviese constituida por una nueva localidad, contribuyendo a la puesta en marcha de un programa de claridad meridiana, a la realización de un principio misional primario, esto es, la cooperación de los africanos en la evangelización de su propio continente. La idea es tan fundamental que, si no llega a plasmarse en la práctica, la Iglesia será incapaz de propagarse por todo el orbe ni encontrar un fundamento sólido.

«Miss Quinn, ¡usted se está muriendo!»

Pero dicho rosario de pueblos fue recorrido con el terrible sacrificio de su propia vida. Pudo comprobar demasiado tarde y con inmenso dolor que ya sólo vivía a medias. No obstante, continuaba trabajando, venciendo su flaqueza con un gran esfuerzo de su voluntad. Hasta el día en que se encontraba celebrando una conferencia con un misionero suizo, acerca del desarrollo de la Legión, en su territorio. Mientras hablaba, él, la estaba mirando lleno de consternación. Cortándole la palabra, le dijo: «Miss Quinn. ¿no se da cuenta usted de que se encuentra en sus últimos momentos? ¿Se ha preparado para morir?» A tal extremo había llegado; era una moribunda, y, sin embargo, aún sacaba fuerzas para cumplir su trabajo. El diagnóstico del misionero, fue exacto, porque inmediatamente cayó desvanecida. Ocurrió el suceso en Lilongwe, en el año 1941. Estaba enferma de disentería, malaria y pleuresía. Pesaba en aquellos momentos 70 libras. Recibimos un cablegrama en el sentido de que se estaba muriendo. El Obispo Julien, el Padre Blanco en cuyo territorio se hallaba trabajando, se personó en su residencia para prestarle los últimos auxilios. Celebróse la Santa Misa, por Edel, en una habitación contigua y le suministró la Sagrada Comunión. Después se situó a su lado y le dio las gracias más expresivas por cuanto había hecho en favor de su grey. Continuó diciendo: Ya hemos hecho por usted cuanto nos ha sidoposible. Nos resta tan sólo una cosa. suministró la Sagrada Comunión » Le prometo que le haremos unos funerales en consonancia con la gran labor de apostolado que usted ha realizado». Allí estaba ella, agotada totalmente, en espera del momento supremo, con la vida escapándose de las manos, muy lejana de todos sus amigos y parientes. Se comprende fácilmente que, tras las conmovedoras palabras del Obispo, cualquier otra persona habría dado rienda suelta a su emoción. permitiéndose el pequeño placer de romper en lágrimas. Pero no. El Obispo nos refiere de que modo reaccionó ante la promesa del solemne funeral que iban a dedicarle. Estalló en una risa que no podía dominar. Esto era típico en ella. Pero no murió. Reaccionó y cuando estuvo en mejores condiciones, marchó en avión hacia Johannesburgo. En el hospital de esa ciudad. diagnosticaron que apenas podría vivir hasta el final del mes. Transcurrido el mes. dijeron que podría vivir hasta el final del año. Y cuando se cumplió este último plazo, aseguraron que podría vivir por tiempo indefinido, pero que nunca volvería a estar en condiciones de efectuar trabajo alguno. Una tras otra resultaron equivocadas todas esas predicciones. Desde Johannesburgo, pasó al sanatorio dominico de Umlamli, Aliwal septentrional, y desde este íd. limo al sanatorio benedictino de Nongoma, Zululand; allí experimentó su restablecimiento.

Ruby Roberts, era en aquellos días nuestra mensajera en el África Austral. Escribió suplicando que se prohibiera a Edel el regreso a Nairobi, pues corrían rumores de que intentaba hacerlo. Por ello se le remitió un cablegrama ordenándole permanecer donde estaba. Como contestación a esta orden se recibió un certificado médico, expresando que estaba restablecida para irse y debería marcharse. Nairobi sería el sitio más adecuado para ella.

De nuevo en la carretera

Volvió a Nairobi, por avión. Duró el viaje tres días y los pasó en un mareo continuo. Hubo que sacarla del aparato en unaambulancia y fue llevada al convento, donde residía de ordinario. Permaneció en cama durante veinticuatro horas. Se levantó y volvió a emprender su vieja vida de otros tiempos. Y todo ello en período de guerra, con sus múltiples complicaciones. ¡Pronto se convenció de que ya no era capaz de realizar aquellos largos safaris o expediciones de otros días. Para llegar a la convicción total, hubo de poner en práctica alguna experiencia, que había de resultarle cara. Emprendió un largo viaje hacia Kisumu y cayó extenuada en mitad del camino. Tras este fracaso, lograrnos su conformidad para que renunciase definitivamente a sus sueños de largas expediciones y que se contentase con otras más cortas, procurando dar, de común acuerdo, con lo que ella denominaba su fórmula de resistencia. Prometió someterse a lo pactado y todos pensábamos que la fórmula estaba dando unos resultados cada vez más favorables. Estábamos todos convencidos de que se iba progresando hacia un restablecimiento firme, aunque lento. Pero a lo largo de toda aquella temporada no-sotros vivíamos en el paraíso de los necios.

Su centro radicaba en Nairobi. Desde allí, como de un perno, irradiaban sus actividades. Vivía en el convento de las monjas de la Preciosísima Sangre, orden alemana, cuya bondad para con ella, fue incomparable. Le prestaron algo más valioso que simples cuidados. Su habitación era una sacristía abandonada, contigua a la capilla del Santísimo Sacramento. Esta vecindad constituía para ella un honor y un placer. Durante este periodo, ocurrieron ciertos episodios que al leer-los, nos llenan de asombro y de desorientación, y fácilmente presentan dificultades de comprenderlos. Cierto día, al abrir la puerta por la mañana, las monjas, encontraron a Edel, acostada en el corredor exterior y cubierta únicamente con la ligera chaqueta que exige la temperatura diurna de aquellas latitudes. Pero el Kilimanjaro no dista mucha con sus picos cubiertos de nieves eternas, en los que, por la noche. se origina un viento verdaderamente gélido. Cuando las monjas, salieron a su encuentro, viéronla temblando de frío, con elcolor azulino característico y manteniéndose a duras penas en pie. Al observar todo esto, no pudieron por menos de manifestarle su desagrado y su protesta: ¿Cómo ha sido capaz de portarse así con nosotras? ¿Por qué no llamó en el timbre cuando volvió anoche?» Hemos de hacer observar que en aquellos territorios no puede controlarse las salidas y las entradas tan perfectamente como en la ciudad. Las distancias y los viajes son largos, los servicios de transporte insospechados, y las tormentas imprevistas. Las monjas, continuaban manifestando su indignación. « Solamente con que usted se hubiera limitado a llamar en el timbre una de nosotras habría saltado de la cama y habría abierto, Replicó ella: «No puedo tomarme esa libertad. Ustedes tienen un rudo trabajo durante el día y necesitan de la noche para descansar. Ellas siguieron lamentándose: «No vuelva a hacernos esto. ¿Que importa levantarse un instante, si una vuelve a acostarse inmediatamente? Debe prometernos que no volverá a repetirse este caso». Replicó ella, con las siguientes palabras: «No puedo obligarme a hacerles esa promesa porque sé que en otra ocasión similar obraré de modo idéntico». Y, en efecto, el suceso volvió a repetirse.

Su conducta era, al parecer, totalmente incorrecta, y es natural que sobre esta cuestión vuelvan a llover las indagaciones del Ahogado del Diablo. La respuesta más congruente para zanjar el problema es que no pueden serle aplicadas las normas ordinarias. La más profunda consideración hacia el prójimo era el ingrediente supremo de toda su conducta. Su espíritu estaba impregnado de « delicadeza». Era incapaz de herir, de molestar, de causar a nadie la inconveniencia más mínima, y estaba al margen de su naturaleza el permitirse llamar en el timbre y tolerar que las monjas saltasen del lecho por su causa. No podemos medirla con la regla que nosotros consideramos normal. Hemos de admitir en ella, su modo de ser y permitirle ciertas excentricidades, de idéntica manera que nosotros nos adaptamos a las variaciones del clima. El clima de su alma era diferente. Esas imprudencias, desobediencias descuidos, y otros momentos similares manan de profundidades santas y hemos de juzgarlos con mucho cuidado. Pueden considerarse más bien que como argumento, en su contra, como evidentes manifestaciones de santidad.

Muerte de la Mensajera

A pesar de las solícitas atenciones que de todo el mundo recibía, su constitución iba debilitándose por momentos. Su paso era más lento, más débil, más corto. Su respiración, más fatigosa y más rápida; cada día aparecían sobre su cabeza nuevos cabello grises. Hablando de este período, decía ella, que había saltado hasta los sesenta años. Pero su espíritu no se rendía, sino que, por el contrario. parecía más firme que nunca: tan sólo él, la mantenía en pie. Daba la impresión de sentirse obsesionada por una prisa desesperada: dábase cuenta de que disponía de muy poco tiempo y que debía aprovechar cada segundo de su corta vida futura. No perdía, pues, un instante, a pesar de la ruina de su naturaleza. Nada se sabia en casa acerca del desarrollo de este patético combate. Habría sido forjarse demasiadas ilusiones esperar de Edel, alguna explicación sobre su situación. Pero era real-mente algo raro que ninguna de las personas que la conocían y que tanto la apreciaban no sintieran la necesidad de dar informes detallados acerca de la realidad de su situación. 

Un sábado, al entrar en casa, me encontré con una de aquellas cartas fotográficas, remitidas por correo aéreo, de la época de la guerra. Era de ella. La abrí, La leí con el corazón palpitante. En pocas palabras venía a decir que se encontraba exhausta de fatiga. Una vez terminara la lectura, díjeme para mis adentros: quiere decirme que se encuentra moribunda. En ninguna circunstancia se había expresado de ese modo y jamás lo habría dicho en condiciones normales. Mientras re-pasaba una y otra vez su mensaje, sonó el timbre en la puerta y me entregaron un cablegrama. Era el anuncio de su muerte. Aquel valiente espíritu había abandonado su débil habitación. Falleció el 12 de mayo de 1944.

Hube de encargarme de la triste misión de dar a sus padres la noticia de su muerte. Vivían en Nfonkstown, Dublín. Apenas me vio su madre, rompió en amargo llanto y se retiró desconsolada a su dormitorio para dar rienda suelta a su inmenso dolor. Nadie le había anunciado la fatal nueva, ni creo que mi aspecto se lo delatara. Lo adivinó desde el primer momento. 

Elevóse en África, una verdadera oleada de dolor. Todo el mundo consideró su pérdida como algo personal. Teniendo en cuenta la elevada temperatura de aquel clima, todos los funerales se celebraron lo antes posible. Decidieron, sin embargo, retrasar el suyo a fin de que los misioneros y los habitantes de todos aquellos extensos territorios tuvieran la oportunidad de congregarse en Nairobi. Fue realmente maravillosa la ceremonia de la conducción de sus restos al cementerio de las Misioneras, donde actualmente descansa. Si en verdad, desea el lector leer algo verdaderamente emotivo, debe acudir a los capítulos que en su libro dedica Monseñor Suenens, a sus últimos momentos y a los actos de su entierro. Constituyen una de las descripciones más conmovedoras que jamás hayamos leído. Recomendamos al lector que no se prive de esa experiencia sublime.

La leyenda aureoló a Edel, aun durante el tiempo de su vida. Dicha leyenda ha sido incrementándose, y en el momento actual, le ha sido agregada una nueva etapa con la introducción de la Causa.

El misterio de Edel

Realmente es un hecho extraordinario que un alma tan sencilla por naturaleza y orientada por un programa tan diáfano, encierre simultáneamente un insondable misterio. Y, sin embargo, así es. Nuestros esfuerzos resultan inútiles al intentar descifrarlo. Su carácter era absolutamente intangible. Mantenía una reserva impenetrable con respecto a su vida interior, y el acopio de datos referentes a este asunto originó grandes dificultades al autor de su Vida. ¡tubo de resolver infinitos problemas con el fin de hurgar bajo la superficie de su vida, confrontando las declaraciones de los sacerdotes y monjas, que la conocieron. 

Mencioné lo que el Arzobispo Leen, había dicho acerca de su exención del miedo, mas lo mismo puede decirse de otras repugnancias naturales. ¿Qué era, lo que ella amaba? ¿Qué lo que le disgustaba? Nadie jamás fue capaz de determinarlo. Uno vez convencida de un deber suyo, nada en el mundo podía impedirle su cumplimiento. Tampoco era posible imaginársela mostrando debilidad en una posición cualquiera que fuera. 

Hablábamos en otro lugar de la posibilidad de que un león irrumpiese en el coche durante los períodos de permanencia obligada en la jungla. ¿Cuál habría sido su reacción ante el peligro? Creo que nos sería fácil adivinarlo. Su conducta habría sido idéntica a la de San Francisco de Asís. Después de saludar a la fiera, le habría dicho: «Has venido, hermano, a llevarme ante la presencia del Señor?».

¿Era adusta o insensible, como ciertos individuos intrépidos, carentes de la sensación del miedo, pero que, además, tampoco conocen otros sentimientos? No podemos ni siquiera imaginarlo, pues nos forjaríamos con respecto a ella, un concepto totalmente erróneo. Era, por el contrario, ultrasensible. La sensibilidad de sus sentimientos estaba extraordinariamente desarrollada, y podríamos examinarlos uno por uno. Amaba profundamente a su familia, especialmente a su madre, pero nunca intentó volver a ella. Sentía un tremendo cariño hacia el círculo de sus amistades, pero huía de ellas, cuando era menester. Recuerdo que en el momento en que el Llangibby Castle, levó anclas en los muelles de Tilbury, todo el mundo derramaba lágrimas, a excepción de la propia joven. ¿Cuál podía ser la explicación de este enigma? Creo que la más clara seria la siguiente: Las razones espirituales llegaron a predominar en ella, de una manera como en un número muy limitado de personas y que impregnaron, hasta la medula de su conciencia. Podríamos materializar este concepto diciendo que Nuestro Señor y la Santísima Virgen, tomaron posesión de su alma con mayor intensidad que en la de nosotros. Todo cuanto le llegó a través de los sentidos, sehallaba en relación con ella. Si algo no era justo, salió, por decirlo así, rebotado de su conciencia; no llegó a penetrar en ella y, por lo tanto, no le causó daño, ni siquiera vacilación. Si las cosas eran rectas, penetraron luminosamente en su interior. De todo ello se deducen dos efectos. Uno es que no se veía afectada por las debilidades y tentaciones tan corrientes en nosotros, origen de tantos sinsabores. Es corno si sus líne-as defensivas obligaran al enemigo a permanecer en el exte-rior, mientras que en nuestro caso, el enemigo consigue saltar al interior y, para desalojarlo, hemos de mantener una lar-ga y enconada lucha. Por otra parte, lo considerado como justo llegó al interior y allí, según decimos, hizo saltar una llama que había de entusiasmarla. He ahí la explicación de esas irregularidades que algunos han querido observar en ella. Se halla postrada en cama en un estado próximo a la inconsciencia y sometida a rigurosas órdenes prohibiéndole levantarse. Se entera de que un Obispo, a quien hace tiempo está esperando y a quien desea ver para resolver de común acuerdo asuntos de gran trascendencia, acaba de llegar a su territorio y de que se encuentra a un centenar de millas. ¡Salta de la cama, se viste, domina su postración con un esfuerzo de su voluntad, se pone en marcha, cumple su misión y vuelve de nuevo a la cama! ¡Mal hecho! ¡Absolutamente equivocado! Pero no se pueden emplear las reglas comunes. La convicción de la importancia de la tarea, la llevó lejos y eso es todo. Pero tenía que ser algo esencialmente bueno que fuera capaz de hacerla actuar en tal forma.

No fue posible comprobar en ella, las pequeñas faltas de la vida diaria. y mucho menos cuestiones de pecado. Si intentáramos encontrar personas asiduas en prácticas de devoción, ella sería una. Si es preciso demostrar el valor y la perseverancia en los sufrimientos de una persona para incoar su causa de Beatificación, ése sería su caso Está fuera de toda duda que, su resistencia física, por lo menos durante la primera parte de su expedición, fue superior a la de los hombres más vigorosos y a la de los propios africanos. ¿Se propuso conello hacerse famosa con la conquista de una especie de récord? No. Siempre procuró no llamar la atención sobre sus actos. Según ella, otras muchas habrían podido hacer lo mismo . Un notable aspecto de su carácter era su afición al buen humor y la alegría. Era una magnífica y jovial camarada. Sabía tomar todo a broma de una manera muy personal. Algunos no llegaron a comprenderla, como le ocurrió a una monja, que, por no llegar en cierto negocio a un acuerdo con ella, le dijo llena de displicencia: <Déjese de reírse ahora. Miss Quinn. Limítese a contestar mis preguntas.». Tenía un profundo sentido del humor, pero. a veces, esto era causa de interpretarse torcidamente sus palabras. En cierta ocasión hizo una visita, y, habiendo encontrado a su amiga yantando un cocido de habichuelas, le dijo sonriendo: Veo que sabes tratarte espléndidamente.» La amiga tomó al pie de la letra sus palabras y más tarde presentó el hecho como prueba de la austeridad de Edel Quinn, ya que consideraba como un lujo insólito el comer habichuelas. En su conducta en público, Edel, era la naturalidad personificada. Estaba dispuesta a comer cuanto se le presentase, aunque dentro de ciertos límites. Se las componía de tal modo para ocultar ante los demás sus sacrificios personales, que sólo un agudo sicólogo habría sido capaz de adivinarlos. En este caso. ella habría afirmado que más que de privaciones se trataba de preferencias. Volvemos a repetir: Imposible diagnosticarla».

No hablaba mucho. La voz de Edel, no era la predominante en los corrillos. Cuando llega a afirmarse esto en presencia de quienes la conocieron a fondo, no pueden prescindir en un principio de cierta sonrisa irónica: tan relevante era su presencia en toda reunión. Tampoco se encerraba en un mutismo total. Intervenía oportunamente en la conversación y al propio tiempo dejaba a otros seguir la mayor parte de la misma. Y, sobre todo, irradiaba siempre de su persona una gracia y una paz tan llenas de encanto, que sus interlocutores quedaban embelesados. El buen humor y la armonía, constituían las notas características de todo lugar en que se encon- trara.

Su buen humor 

Aunque a riesgo de importunar, vamos a recordar un incidente que demuestra paladinamente que una virtud extraordinaria no es un pájaro revestido con plumaje de melancolía, sino que, por el contrario, es capaz de un humor inagotable. liemos mencionado con anterioridad el retraso, impuesto a última hora, en la salida del «Linogibby Castle» A causa de ciertos asuntos personales en Dublín, dos de los componentes del grupo venido a Londres para despedirse de Edel, se vieron obligados a irse, a pesar antes de la hora de salida. Y he ahí la interesante escena de Edel, despidiéndose de quie-nes habían venido a darle el adiós, Edel, y las restantes chicas se propusieron aprovechar la ocasión para pasar un rato divertido. Cuando llegamos a la estación de Eustón, observamos que el departamento correspondiente a la pareja (señorita y caballero) se hallaba engalanado como para una boda, aunque en escala inferior a lo corriente en tales casos, había tanta gente en el tren, que no era posible sentarse con comodidad, y las víctimas hubieron de someterse a esa suerte desventurada. La dama aparentaba capear el temporal alegremente. ¿Quizás de verdad? El pobre caballero, mientras tanto, se encontraba lo más molesto que imaginarse puede, aun cuando procuraba ocultarlo mostrándose indiferente ante su propia incomodidad, al mismo tiempo que expresaba con toda vehemencia un gran interés por su compañera. La máquina lanzó un silbido. Todas las chicas abrieron sus paquetes de confeti inundando materialmente con ellos a Ia pareja. Imaginaos esa humorística luna de miel. 

Mientras quienes quedaron atrás estaban celebrando la ocurrencia con alborotada sonrisa, aparecieron en escena, con sus útiles de trabajo, los mozos de limpieza. visiblemente contrariados ante la faena que les esperaba y expresando su mal humor a voz en grito. Manifestaron que de ordinario se veían obligados a aguantar el jolgorio de una boda, pero que aquella noche tenían tres, una en cada extremo del tren. y la otra en medio central era la nuestra! ¡Y los mozos dijeron que era, con mucho la más alborotadora! 

Era típica en Edel, esa tendencia hacia el buen humor una vez, bien bajo la influencia de humor. Desaparecía alguna ciertos individuos o por un exceso de trabajo; pero siempre estaba a flor de labios y hemos de tenerlo constantemente en cuenta si queremos forjarnos su verdadera perspectiva humana. 

Recordemos asimismo Ia anécdota de la vaca cayo transporte al pueblo vecino le había encargado cierto convento. Al parecer, la vaca no se hallaba enteramente conforme con la marcha, y su resistencia fue causa de una movilización general de todos los habitantes en un intento de darle caza. Consiguieron capturarla, la ataron a un madero, la pusieron en la parte posterior de una galera. Y, por último, se consiguió ponerla en su destino. Inmediatamente Edel, marchó a entrevistarse con el misionero para discutir las condiciones de la organización de la Legión, en su localidad. Cuando llegó el misionero a enterarse de la faena que todo ello llevó consigo, exclamó cómicamente apurado: «No llego a comprender por qué había de llegar hasta aquí esa vaca. Quienes conocieron a Edel, no tendrán dificultad en imaginarse su maliciosa expresión al contestar con su mohín característico: «Padre, no fue la vaca quien me trajo: fui yo quien la hizo venir».

Pruebas de su santidad

Demos vuelta a la página y pasemos de lo alegre a lo grave, de lo risueño a lo severo. Tuve el placer de escuchar la serie de preguntas que el Obispo Suenens, hizo a su familia. Fue una entrevista muy aleccionadora. En primer lugar les preguntó cuál fue su característica predominante en la primera infancia. Sin vacilar un solo momento, su madre contestó: «Su absoluta falta de egoísmo». E, inmediatamente, todos los demás corroboraron unánimemente sus palabras: «Efectivamente, Edel, fue la persona menos egoísta del mundo». Preguntó entonces Monseñor Suenen!: «¿En qué época empezó a manifestarse en ella, la virtud de la generosidad?» Su ma-dre replicó: «Desde los primeros años de su vida». Entonces intervinimos nosotros: «Eso es totalmente imposible. Los bebés son a lo sumo animalillos egoístas y tienen que aprender las virtudes de las personas mayores». «No no!». replicó medio indignada; «jamás pudimos observar en ella, manifestaciones de egoísmo». Y todos se mostraron de acuerdo con esta increíble afirmación. 

Puede comprobarse este testimonio consultando los documentos que tenemos ante nosotros. Se repite constantemente la frase «la persona menos egoísta que he conocido». Las Carmelitas y religiosas de otras Ordenes establecidos en África, recuerdan sus visitas como la llegada de un ángel», dejando siempre tras ella un hálito sobrenatural. Esto demuestra que las personas eminentemente consagradas a Dios, consideraban como un extraordinario placer espiritual, el ponerse en contacto con Edel. ¡Un juicio realmente valioso acerca de una persona! Quienquiera que recibió su visita expresa idénticas impresiones. 

No tenía enemigos ni fue objeto de críticas, lo cual es sorprendente tratándose de una persona que debió mostrarse tan firme. Cargó sobre sus hombros la tarea de propagar la Legión de María, la auténtica, no una mixtura falsificada. Y realmente lo realizó. A pesar de su dulzura y de su jovialidad, era inflexible cuando fue preciso demostrar firmeza. 

Es posible que nos hayamos pasado de la raya al afirmar que no sufrió críticas. Ese criticismo ha concentrado sus dardos principalmente en un sentido: ¡Debió haber pasado su existencia en un sanatorio en lugar de estar vagando de un país a otro, llevando quizá un amplio y peligroso contagio! Aplíquese a esta afirmación aquella consideración para con el prójimo que, como su característica fundamental, comentábamos en otro lugar. No hay duda de que, en su intimidad, estudió esa posibilidad y obró según el dictamen de su justa conciencia. Es altamente significativo, por otro lado, que jamás se alegó en contra suya un solo caso de infección, cuando es lo más probable que se hubiese protestado ante las posibles anomalías de cualquier género observadas a lo largo de toda su vida.

Antes de partir para África, Edel, era de gran belleza. Es realmente lastimoso, y hasta cierto punto trágico, que no se haya podido conservar el verdadero retrato de sus rasgosfísicos. La fotografía publicada en la portada de su vida es tan incongruente, que más bien parece tratarse de una superchería. Por un lado, nadie le vio jamás tan seria como representa el grabado. No vamos a afirmar que siempre estaba risueña, pero no vacilemos en manifestar que constantemente se desprendía de su fisonomía una sonrisa, una invitación a la alegría, una irradiación de benevolencia. E impregnando sus atractivos rasgos y prestándoles un vivísimo fulgor, se cernía la calidad de su espíritu, imposible de ser captada por ninguna cámara fotográfica ni por ningún otro medio, pues en eso radicaba la proyección de su propia alma.

Era supremo el encanto de sus modales, pero más que en la superficie sus manifestaciones eran intimas. Nada existía en ella, de artificial. Ganaba la voluntad sin esfuerzo alguno de cuantas personas la trataban. Al intentar hacer el análisis de este hecho, recordamos las palabras de Chesterton sobre San Francisco de Asís: El poder sugestivo del Santo se basaba en la convicción de todos de que se interesaba profundamente por los problemas de cada uno de ellos. Me atrevería a afirmar que toda persona que llegara a entrevistarse con Edel Quinn, adquiría la misma convicción. Por ese motivo, todo el mundo la amaba y procuraba adivinar sus deseos pa-ra cumplirlos.

En principio, su constitución física debió ser fuerte, pues pertenecía a una familia de atletas. Una de sus hermanas fue campeona de natación, tercera en el campeonato nacional y una de las componentes del equipo irlandés que se enfrentó con Inglaterra. Otra hermana pertenecía a la misma categoría, con aptitudes similares. Otra hermana formó parte del equipo provincial de hockey de l.einster.

Sólo nos restan las palabras finales. El lector no debe contentarse con el estudio de este breve resumen. Todo lo expuesto en estas páginas no es sino una sinopsis muy esquemática. Debe leerse la Vida, ya clásica, publicada por Monseñor Suenens. Es un relato notabilísimo, digno del sujeto. Después de haberla leído, saldrá el lector con impresiones imborrables. Presentará ante sus ojos aspectos nuevos de santidad. Llegará a convencerse de que la santidad no es algo inhumano, inasequible o falto de atractivo. Nadie habrá, cualquiera que sea, que no obtenga algún beneficio de su lectura.

La mayor parte de los biógrafos procuran dar a su relato cierto colorido. Es posible que el hecho sea inevitable. Los lectores buscan relatos de vidas edificantes y no aguantan una monótona descripción de debilidades. Juzgamos de suma importancia el afirmar que no hay una palabra de exageración y que no es necesario ese procedimiento colorista en el relato de la historia de Edel Quinn. Un Obispo de aquellos territorios, ha llegado a afirmar todo lo contrario. esto es, que no se ha logrado todavía reflejar la verdadera proyección humana de Edel.

El provecho espiritual que la obra ofrece es tan fácil de asimilarlo el alma, que uno no debe privarse de leer su Vida, meditando las enseñanzas que de ella se desprenden: Cómo consiguió Edel, a pesar de lo precario de su salud y de su corta vida, realizar una hazaña tal de parangonarse con las epopeyas del pasado, pero muy superior a la historia común porque contribuyó a la ampliación de la Iglesia Católica.

Casa paterna de Edel, en Kanturk

La  tumba de Edel en Kenya

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