«Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros», dice el apóstol Santiago (4, 8). ¿Preguntáis cuál es el camino más corto para acercarnos a Dios? Humillaros.
Dice San Agustín: «Ved, hermanos míos, un gran milagro: Dios está muy alto, y si queréis subir hasta Él, huye de vosotros; pero si os humilláis, baja hasta vosotros» (Serm. II. de Ascens).Lo mismo dice el Rey Profeta: «Desde lo alto de su trono mira el Señor a los humildes, y rechaza lejos de sí los votos de los soberbios» (Salmo 137, 6). Añade: «El hombre subirá sobre su corazón orgulloso, y Dios se elevará todavía más arriba» (Salmo 63, 7-8)
San Agustín: «En las cosas visibles hemos de subir mucho para ver mejor; pero para acercarnos a Dios y verle, no hemos de elevarnos, sino bajar» (Serm. 2. de Ascens).
Un pecador humilde encuentra más pronto a Dios que un justo soberbio. Con los pasos de la humildad subimos hasta la cumbre del cielo. Aprendamos pues a ser humildes; sólo así nos acercaremos a Dios.
Oigamos a Isaías: «He aquí lo que dice el Altísimo, el muy sublime, aquel cuyo palacio es la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: «Habito más allá de los cielos, y oigo los suspiros del corazón humilde; vivifico a los espíritus humildes» (Isaías 57, 15) Notad aquí la admirable grandeza de Dios, y su magnificencia en la maravillosa combinación con que une los dos extremos; pues une la suprema elevación con el supremo abatimiento, el cielo y el humilde; Él, que está elevado hasta el infinito, se une a la suprema nada que se humilla. Habita en el corazón humilde como habita en el cielo, porque se hace un cielo del corazón humilde. Así eleva Dios a los humildes hasta el cielo, hasta la eternidad. Elevados así, ¿cómo no han de hallar a Dios, puesto que está en ellos, y ellos en Él?
7.º La humildad es la destrucción del pecado.
San Egidio, dice admirablemente: «La humildad es como el rayo, que a la verdad hiere, pero desaparece; así la humildad hiere y destruye todo pecado, y hace que el hombre se considere como la nada a sus propios ojos».
El humilde es casi impecable, porque desconfía constantemente de sí mismo, y sólo confía en Dios. Vela, teme, huye y ruega.
Todos los pecados del corazón humilde quedan perdonados y borrados, según aquellas palabras del Salmista: «Señor, no os acordéis de nuestras iniquidades pasadas, y apresúrense a prevenirnos vuestras misericordias, porque hemos sido muy humillados» (Salmo 78, 8). «un corazón contrito y humillado, Tú no lo desprecias» (Salmo 50, 19)
Dice San Agustín: «Dios olvida nuestros pecados cuando los reconocemos y humildemente los confesamos» (Lib. Confess.) El hombre cae en el pecado por orgullo, y se levanta por humildad. Jamás un corazón humilde ha quedado en el pecado; jamás rehúsa Dios perdonar al humilde.
8.º La humildad hace ángeles de los demonios.
San Anselmo dice: El orgullo de los ángeles hizo demonios; y la humildad, por el contrario, convierte en ángeles a aquellos hombres que parecen endemoniados» (Lib. de Similit.)
San Gregorio: «Por medio de la humildad los hombres ocupan el lugar de los ángeles que se hicieron apóstatas por el orgullo».
El mayor de los pecadores se convierte en ángel si se humilla. Véase a David, al Publicano, a Pablo, a Magdalena, a Agustín, etc. Todos estos grandes pecadores llegaron a ser grandes Santos por la humildad. Dios perdonaría hasta a los demonios que están en el infierno si pudiesen y quisiesen humillarse.
9.º La humildad es el sacrificio más agradable a Dios.
«La humildad es el mayor y más excelente de todos los sacrificios», dice San Juan Crisóstomo (Homil. II. in Psalm. 50). En efecto: la humildad es el sacrificio del corazón, del alma, del espíritu, de la voluntad, del cuerpo, del hombre todo.
10.º La humildad ilumina y hace conocer la verdad.
San Bernardo: «En la humildad profunda es donde radica el conocimiento de la verdad».
Dios no se revela más que a los humildes. Jesucristo, dirigiéndose a su Padre, dice: «Os doy gracias, oh, Padre mío, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes (es decir, a los orgullosos), y haberla revelado a los pequeños (a los humildes)» (Mt. 11, 25)
Si los herejes están en el error y fuera de la verdad, es porque son orgullosos. La ausencia de la humildad del espíritu y del corazón es la mayor de las desgracias para el hombre, y el mayor castigo de Dios. Un espíritu humilde no necesita más que la fe para ver y conocer todas las verdades esenciales a la salvación; mientras que el orgulloso no quiere más que su razón. Y como Dios se ha retirado de su espíritu, la razón está oscurecida y alterada, ya que el hombre sin Dios no es más que un insensato.
11.º La humildad da la verdadera libertad.
Dice el Rey Profeta: «Me he humillado y Dios me ha dado la libertad». (Salmo 114, 6)
«El que se humilla, el que confiesa su dependencia, merece la libertad de la gracia» (Homil. II. in Psalm. 50)
La humildad queda victoriosa de los movimientos de la ira; es superior a las ofensas y a toda clase de dificultades; queda siempre victoriosa de los demonios, del mundo, de la carne, de todos los pecados, de todos los obstáculos, y abre el camino y la puerta del cielo. ¿Dónde una libertad más bella y preciosa que la que nos proporciona la humildad?
12.º La humildad da la verdadera sabiduría.
«En todas partes donde habita el orgullo está cerca la confusión; pero la sabiduría habita con los humildes», dicen los Proverbios (11, 2)
«La humildad merece ser guiada por la luz de Dios, y la luz de Dios es la recompensa de la humildad», dice San Agustín (CIV. in Joann.)
13.º La humildad da la paz.
«Aprended de Mí, pues que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso vuestras almas», dice Jesucristo (Mt. 11, 29). La hija de la humildad es la paz del corazón. El humilde está en paz con Dios, con el prójimo y consigo mismo.
14.º La humildad alcanza la gracia.
«Dios da su gracia a los humildes», dice Santiago (4, 6). «La gracia del Espíritu Santo no puede habitar en aquel que no es humilde», dice San Agustín (CIV. in Joann.) Así pues, la gracia del Espíritu Santo habita en un corazón humilde. Ninguna gracia niega Dios a la humildad.
15.º La oración del humilde siempre es oída.
Dice David: «Dios oye la oración del humilde, y nunca la desatiende. Graben en su memoria las generaciones esta consoladora verdad» (Salmo 101, 18-19)
Y Judith: «Señor, siempre os ha sido agradable la oración de los humildes, y de los misericordiosos» (Jud. 9, 16)
«Oíd mi oración, Señor, porque estoy profundamente humillado» (Salmo 141, 7)
No hay comentarios:
Publicar un comentario