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domingo, 1 de septiembre de 2024
Allocutio del Concilium Legionis Dublín -Irlanda septiembre 2024
Boletín y Allocutio Concilium Legión de María
Fr. Paul Churchill, Director Espiritual del Concilium
Después de la fiesta de
la Exaltación de la Santa Cruz y normalmente sería la fiesta de los Dolores
de Nuestra Señora. Por tanto, algunas reflexiones centradas en esta fiesta no
están fuera de lugar hoy.
Permítanme comenzar
con el nombre de María. En tiempos de Nuestro Señor, la palabra aramea para
María era Myriam. El primer uso de ese nombre en la Biblia parece pertenecer a
la hermana de Moisés, llamada Miriam. La primera referencia a ella se encuentra
en Éxodo 15, donde se la describe como hermana de Aarón, a quien ya se había
mencionado como hermano de Moisés. En la primera referencia explícita a ella,
es ella quien entona ese gran himno de alabanza que usamos en Pascua: «Cantad
al Señor, porque ha triunfado gloriosamente» (Ex 15,21). Pero, aunque ésa es la
primera referencia explícita a ese nombre, podemos especular si se trata de la
misma hermana mencionada mucho antes, que logró salvar a su hermanito del delta
del Nilo, quien consiguió que la joven princesa egipcia pagara a una mujer hebrea
para que cuidara al bebé Moisés, que en realidad era su propia madre (Ex
2,1-10).
¿De dónde procede el
nombre Miriam? Si, como el nombre de Moisés, proviene de una fuente egipcia, es
probable que se base en un término raíz del antiguo Egipto que significa «amada
de». Curiosamente, la frase utilizada por el arcángel Gabriel para saludar a
María puede traducirse como «Dios te salve, llena eres de gracia», pero también
como «Dios te salve. Oh, favorecida». Eso sugeriría que en sus raíces profundas
el nombre de María, significa «Amada» o «Favorecida». No es ninguna sorpresa.
Pero si inicialmente
se adoptó de una fuente egipcia, donde significaba «amada de», llegó a tener un
significado ligeramente diferente en la lengua hebrea, donde sus raíces
sugerían «amargura». Casi se puede oír su significado para el tercero de los
regalos ofrecidos por los sabios: la mirra. Eso nos lleva a esta reflexión:
¿los tres regalos de los reyes magos tenían tres destinos diferentes? El
incienso puede considerarse el regalo apropiado ofrecido al Dios-hombre, ya que
el incienso se utiliza en el culto. El oro como el regalo que no está fuera de
lugar para el cabeza de familia, San José. La mirra se utiliza para curar,
embalsamar y perfumar. Así pues, la mirra habría sido apropiada para la mujer
de la casa.
En esta fiesta de Nuestra
Señora de los Dolores, podemos maravillarnos de la profundidad de ese nombre
que llevaba Nuestra Señora. Sí, una amadísima de Dios, pero también destinada a
sufrir la amargura de la espada que atravesó su propio corazón, pues no se
libró de la angustia del Calvario. Hay una profunda verdad en todo esto.
Alguien tan amado que está llamado a sufrir. Oigo a Santa Teresa de Ávila,
comentar: «Señor, si así tratas a tus amigos, ¡no me extraña que tengas tan
pocos!». Y, en efecto, uno de los signos de alguien cercano a Dios, es el nivel
de sufrimiento que soporta. Podemos pensar en el Padre Pío. Frank Duff siempre
ha sostenido que cuando sufrimos es un signo de la gracia que pronto nos será
concedida. Cuando sufrimos hacemos bien en recordar que no es un signo de haber
sido abandonados por Dios, sino un signo de lo mucho que somos amados.
Permítanme ahora
abordar algo que no carece de importancia. ¿Es la Virgen, por su impecabilidad
y su perfecta caridad y humildad, alguien que no es realmente uno de nosotros?
¿Acaso el puro hecho de soportar su sufrimiento la hace inaccesible para
nosotros? ¿Está tan por encima de nosotros que es superior a nosotros? Al
plantearme esta pregunta, casi podía oírla decir: «Oh, no. No debes mirarme
así». Y mi corazón retrocede ante la idea de que de alguna manera no pertenezco
al resto de vosotros. No, soy una de vosotros y soy tan criatura como vosotros
y pertenezco a un pueblo que ha sido afligido por el pecado y sus terribles
consecuencias. Mis sufrimientos y mi amargura por lo que presencié en el
Calvario me convierten en uno de vosotros. Y creedme que no miro por encima del
hombro a ninguno de vosotros que caiga en el pecado de alguna manera, ya que si
no hubiera sido por esa gracia especial que se me concedió, podría haber sido
tan malo o incluso peor que cualquiera de vosotros.
«Escucha, escucha lo
que tengo que decirte. Cuando te veo caer en el pecado sólo siento el dolor de
una madre por el daño que te infliges y el marasmo de sus consecuencias. Y
cuando veo a un alma intentar encontrar un camino de vuelta y perseverar en sus
luchas para convertirse en un alma de humildad y caridad, actúo ante Dios
pidiéndole que ayude a esa alma a ganar su victoria. Y cuando gana la lucha, la
veo como si hubiera hecho algo que yo nunca logré y la admiro y la quiero mucho
por eso. Nunca olvides aquellas palabras de mi hijo que decía: 'Hay más alegría
en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve que no
necesitaron arrepentirse'.
«Dios ha dispuesto
las cosas de tal manera que yo tenía un camino, tú tienes otro. Y para todos
nosotros, sin excepción, el camino del cielo, está marcado por el signo de la
Cruz, algo que, de un modo u otro, todos tenemos que compartir. Habéis oído a
mi hijo decíroslo hoy en la Misa, en el Evangelio. No hay excepción para ti ni
para mí. En esta fiesta de mis dolores recuérdalo».