Comentario de
CORNELIO A LÁPIDE
sobre La Virtud de la Humildad
1° parte
¿Qué es humildad? Humildad, viene de las palabras latinas humi alitus,
alimentado por tierra o echado por tierra.. La verdadera humildad no es más que
el exacto conocimiento de Dios y de nosotros mismos. Por esto San Agustín,
decía incesantemente a Dios: Que te conozca, Señor, y me conozca.
La verdadera humildad consiste en
no enorgullecerse de nada, en no murmurar de nada, no ser ingrato, ni
arrebatado, sino dar gracias a Dios en todos los actos de su providencia, y
alabarle siempre en su justicia como en su bondad…
Conocer a Dios y conocernos a
nosotros mismos son dos cosas que constituyen la más alta sabiduría práctica,
dice San Agustín.
San Francisco de Asís decía:
Señor, ¿Quién sois vos, y quién soy yo? sois el abismo de la sabiduría, del ser
y de todo bien; yo soy abismo de la locura, el último de los pecadores y todo
mal.
La humildad es necesaria. —La
humildad es una de las virtudes principales de la vida y de la perfección
cristiana; es la virtud opuesta al vicio capital de la soberbia, que fue el
primer pecado, por el pecado de la soberbia desde Cielo fue arrojado Luzbel al
Infierno, y fue la soberbia el pecado de nuestros primeros padres en el
Paraíso. Y así como la soberbia es raíz y de los demás vicios y pecados, así
también, por el contrario, la humildad es raíz y origen de las demás virtudes
morales. Oigamos a Nuestro Señor Jesucristo: En verdad os lo digo, si no os volvéis y os hacéis semejantes a los
niños (en la sencillez e inocencia), no
entraréis en el Reino, de los Cielos.
Los niños no son ambiciosos, sino
sencillos, inocentes, cándidos, y así deberíamos ser también nosotros. Es
preciso ser humilde por la virtud, como el niño lo es por la edad.
Es menester ser pequeño por la humildad, como el niño lo es por su
estatura. Jesucristo nos manda ser semejantes a los niños, no en ligereza y en
imprudencia, sino en sencillez y en humildad.
Aunque practiquéis, dice San Juan
Crisóstomo, ya la oración o el ayuno, ya la misericordia o la pureza, o
cualquiera otra virtud sin humildad, todo se perderá y será inútil.
Si me preguntáis, dice San
Agustín, cuál es el camino que conduce al conocimiento de la verdad, qué cosa
es la más esencial en la religión y disciplina de Jesucristo, os responderé: Lo
primero es la humildad, lo segundo es la humildad, y lo tercero es la humildad.
Y cada vez que me hagáis la misma pregunta, os daré la misma respuesta.
Así como la tierra no puede dar
frutos sin simiente ni agua, dice el abad Isaías, nadie puede tampoco hallar en
sí el arrepentimiento y la conversión sin tener la virtud de la humildad.
El que practica las virtudes sin
humildad, dice San Gregorio, obra como si arrojase polvo a los vientos.
La señal más cierta de una
reprobación inevitable es el orgullo, añade de nuevo San Gregorio, gran Doctor;
pero la humildad es la señal más fija de predilección y aprobación.
Revestíos de humildad, dice el apóstol San Pedro, porque Dios resiste a los soberbios, pero da
su gracia a los humildes.
Antes de ser humilde, era
pecador, dice el Salmista: Desde lo alto de su trono, añade. el Salmista, el Señor fija sus ojos en los humildes, y
mira como lejos de si a los soberbios.
Todo lo que hagamos se pierde si
no lo conservamos cuidadosamente en la humildad, dice San Gregorio.
Jesucristo, que era la misma
humildad, dice San Agustín, mató el orgullo y nos trazó el camino a seguir por
la humildad; porque con el orgullo estábamos separados de Dios, y sólo con
aquella virtud podíamos volver a su seno.
Humillemos ante su acatamiento
nuestras almas, dice Judit, y sirvamos á Dios con espíritu de humildad.
Un pecador que se humilla, vale
más que un justo orgulloso, dice San Agustín (Serm. XLIX).
La serpiente, añade San Agustín,
sabe que, perdidos por el orgullo, sólo podemos volver á Dios por la humildad.
Es preciso, dice San Bernardo,
que nos juzguemos humildemente a nosotros mismos para ascender en virtud, a fin
de que no suceda que creyéndonos más de lo que somos, caigamos más abajo
todavía.
Solamente con la humildad nos
acercamos a la grandeza de Dios, dice San Agustín; el humilde se le acerca, y el
soberbio se aleja Él.
Todo el que se ensalza, será
humillado, y el que se humilla será ensalzado, dice Jesucristo: Ninguna
sentencia, hay más verdadera, y ninguna se observa menos en la práctica... ¡Qué
gran error!, dice San Bernardo, ¡qué grande ilusión la de los hijos de Adán!
Cuanto más grandes sois, cuanto más elevados, más debéis humillaros en todo.
El vestido de las virtudes es la
humildad, dice San Gregorio; si se lo quitáis, desaparecerán todas. Es preciso,
dice el Papa San León Magno, que los que han de ser coherederos de la gloria de
Jesucristo, sean partícipes de su humildad. Quisiéramos ser ensalzados, dice
San Agustín, antes de humillarnos; pero debe ser lo contrario: empecemos por
humillarnos, si queremos ser ensalzados.
Escuchemos a San Bernardo: La
virginidad, dice, es laudable, pero la humildad es más necesaria. La virginidad
es aconsejada, y la humildad prescrita. Se nos invita a que guardemos la
primera, y se nos obliga a la segunda. Podemos salvarnos sin virginidad, pero
no sin humildad. La humildad que deplora la virginidad perdida es agradable a
Dios; pero sin humildad, me atrevo a decir que la virginidad de María, no
habría sido del agrado del Hijo de Dios.
Ejemplo de nuestro Señor Jesucristo - Jesucristo Nuestro Señor estaba subordinado a María y a
José. Sobre estas palabras exclama San Bernardo: ¿Quién es el que estaba
subordinado? ¿a quiénes se subordina? ¡Un Dios, que obedece no solamente a
María, sino también a José! Que un Dios se subordine a una mujer, es una
humildad sin igual. Avergüénzate, ¡orgullosa ceniza!, ¡un Dios se humilla, y tú
te ensalzas! Aprended de mí que soy manso
y humilde de corazón, dice Jesucristo.
Tened vosotros, dice el gran Apóstol
San Pablo a los Filipenses, los mismos sentimientos que tenía Jesucristo,
quien, teniendo la naturaleza de Dios y siendo igual a Dios, se anonadó a sí
mismo, tomando la forma o naturaleza de siervo, hecho a semejanza de los demás
hombres y reducido a la condición de hombre. Se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de la cruz.
Toda la enseñanza de la
sabiduría cristiana dice San León Magno, no consiste en la abundancia de
palabras, ni en el arte de raciocinar, ni en la alabanza y la gloria, sino en
una humildad verdadera y voluntaria, en la humildad que Nuestro Señor eligió y
enserió con energía desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la cruz. Yo soy un gusano de tierra, y no un hombre,
dice Jesucristo por medio del Salmista; soy
el oprobio de los hombres y el desechó de la plebe.
Mirad al gran Dios: quiso nacer
en un establo y llevó una vida humilde y obscura durante treinta años. Pasó su
vida entera en la mayor pobreza. Las
raposas, dice, tienen sus
madrigueras, y las aves, del cielo sus nidos; más el Hijo del hombre no tiene
en donde reclinar su cabeza.
Para que el hombre no desdeñase
de humillarse, dice San Agustín, Dios se aniquiló, a fin de que el orgullo del
género humano quedase abatido, y el hombre no mirase como cosa indigna seguir
las huellas del mismo Dios.
El alma, dice San Basilio, no
hace progresos en la virtud más que por la humildad. El conocimiento de la
piedad es el conocimiento de la humildad. Cuando el hombre sabe humillarse,
sabe imitar a Jesucristo.
TESOROS
DE
CORNELIO A LAPIDE
ESTRACTO EN FORMA DE DICCIONARIO
DE LOS COMENTARIOS DE ESTE CELEBRE AUTOR
SOBRE
LA SAGRADA ESCRITURA
P O R E L A B A T E B E R B I E R
TRADUCIDO AL ESPAÑOL DE LA SEGUNDA EDICION FRANCESA POR
D. Carlos Soler y Arques
Catedrático de Francés, Individuo de la Real Academia de la Historia
Miembro de varias Corporaciones científicas y literarias, etc.
TERCERA EDICIÓN CORREGIDA
Por el Licenciado D. Anastasio Machuca Díez
Cura de la Real Casa de Campo de esta Corte.
TOMO SEGUNDO
MADRID
LIBRERÍA CATÓLICA DE GREGORIO DEL AMO,
Calle de la Paz, núm. 6
1900
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