martes, 9 de abril de 2013

29 LEALTAD LEGIONARIA

Organizar significa hacer de muchos uno. Desde el simple miembro, subiendo por los diversos grados de autoridad, hasta la suprema en la Legión, tiene que dominar el principio de la mutua cohesión: cuanto más se aparte uno de este principio, tanto más se alejará del principio de vida.
 
En una organización voluntaria, la fuerza cohesiva es la lealtad: lealtad del socio hacia el praesidium, del praesidium hacia su curia, y así, ascendiendo a través de los diferentes grados de la autoridad, hasta el Concilium, y a las autoridades eclesiásticas en todo lugar. El verdadero espíritu de lealtad inspirará al legionario, y al praesidium, y al consejo, profundo horror a toda actuación independiente.
En casos dudosos, en trances difíciles, y al tratar de obras u orientaciones nuevas, se recurrirá obligatoriamente a la autoridad competente, en busca de luz y aprobación.
 
Fruto de la lealtad es la obediencia, y la obediencia se prueba aceptando con prontitud y buen ánimo situaciones y decisiones desagradables; y aceptándolas con alegría. Obediencia tan pronta, y tan de corazón, siempre cuesta; a veces raya en el heroísmo, hasta en el mismo martirio: tanta es la oposición que la obediencia impone muchas veces a nuestras propias inclinaciones. San Ignacio de Loyola la pondera así “Aquellos que, por un generoso esfuerzo, se resuelven a obedecer, ganan grandes méritos, pues la obediencia entraña un sacrificio parecido al martirio”. Esta es la heroica y dulce sumisión que la Legión exige a sus socios ante toda autoridad legítima, sea cual fuere.
 
La Legión es un ejército -el ejército de la Virgen humildísima y como tal, es preciso que muestre en su actuación, día a día, lo que tanto nos enseñan los ejércitos de la tierra: heroísmo y sacrificio hasta la inmolación suprema. También a los legionarios de María se les pedirán grandes sacrificios, y continuamente. No estarán llamados, tal vez, como los soldados de este mundo, a ver destrozados sus cuerpos por las heridas y la muerte: han de subir gloriosamente más alto todavía, a las regiones del espíritu, y estar prontos a ofrecer sus sentimientos, su propio parecer, su independencia, su orgullo y su voluntad, a los golpes de la contradicción, y a la misma muerte -lo cual supone una sumisión, total- , cuando lo exija la autoridad.
 
Dice Tennyson: “Siendo, como es, la obediencia el alma de todo gobierno, desobedecer es asestarle un golpe fatal”. Pero el hilo de la vida legionaria se rompe con menos aún que con la simple transgresión voluntaria; para aislar los praesidia y los consejos de la gran corriente vital de la Legión, basta que sus respectivos oficiales descuiden sus deberes de asistir a las juntas o de mantener correspondencia con las autoridades legionarias. También es destructora la actuación de aquellos oficiales y socios que, cuando asisten a las juntas, lo hacen de modo que tienden a crear la desunión, por cualquier motivo que sea.
 
“Jesús obedeció a su Madre. Habéis visto como todo lo que nos narran los evangelistas de la vida oculta de Cristo en Nazaret, con María y José, se resume en estas palabras: Vivía sujeto a ellos y progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 51-52). ¿Acaso se descubre aquí alguna cosa incompatible con su divinidad? No por cierto. El Verbo se hizo carne; descendió hasta tomar una naturaleza semejante en todo a la nuestra, menos en el pecado; vino - según sus propias palabras- no a que le sirvieran, sino a servir (Mt 20,28); a ser obediente hasta la muerte (Flp 2,8), Y por eso quiso obedecer a su Madre. En Nazaret obedeció a María y a José, los dos seres más privilegiados que Dios le deparó en esta vida. Hasta cierto punto María participa de la autoridad del Eterno Padre sobre la humanidad de su Hijo. Jesús pudo decir de Ella lo que dijo de su Padre celestial: Hago siempre lo que le agrada (Jn 8,29)” (Marmión, Cristo, vida del alma).

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