jueves, 1 de mayo de 2025

Allocutio Concilium Legión de María, mayo 2025

Allocutio Concilium Legión de María
Fr. Paul Churchill, Director Espiritual del Concilium 
Abril 2025 

Nuestro camino de Emaús
escoltados por
Jesús y María glorificados

El rápido e injusto juicio de Nuestro Señor y su brutal ejecución conmocionaron a sus seguidores. El corazón de su madre fue traspasado. Sus partidarios vieron frustradas sus esperanzas. Sus apóstoles sufrieron la culpa de su traición y cobardía.

Y entonces llegó el acontecimiento que lo cambió todo y que sigue siendo el centro de nuestra fe: Nuestro Señor, resucitó de entre los muertos. También está en el centro de nuestro mundo, porque si no hubiera sucedido no existiría nuestro calendario actual. San Pablo dijo: «Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, y nosotros seríamos los más dignos de lástima» (I Cor 15,14).

Las apariciones de Nuestro Señor, tras su muerte no dejaron lugar a dudas a los apóstoles y demás discípulos. Estaban ante los incrédulos. Sí, la humanidad creía en un mundo de espíritus después de la muerte. Pero, ver a la persona que ellos conocían crucificada, ahora resucitada, no sólo en espíritu sino con Su cuerpo que todavía podía comer pescado y pan y llevando Sus heridas, mientras también era capaz de llegar a través de puertas cerradas, simplemente los asombró. Alguien había vuelto de entre los muertos. Nunca antes se había visto algo así.

También formaba parte de su asombro el hecho de que a sus apóstoles y discípulos, que le habían dejado morir, no viniera a reprenderles, sino a traerles su amor y su paz. También les encomendó, a pesar de su traición, la misión de llevar esta buena nueva de la victoria sobre la muerte y el perdón de los pecados a todo el mundo. Así pues, no sólo la muerte ha sido vencida, sino también el pecado y la culpa que conlleva.

Cuando mueras, tu cuerpo será enterrado o incinerado. Habrás dejado la historia. Tu tumba será olvidada con el tiempo. El mundo seguirá adelante sin ti. A menos, claro, que te consideren un santo y utilicen tu cuerpo como reliquia. Pero Cristo, al resucitar de entre los muertos, comienza a conducirnos por un nuevo camino. No se puede negar el hecho de que millones de personas le han seguido, han dedicado sus vidas a Su causa y han cambiado su historia. Lo que les ayuda es saber que Él, está a su lado, aunque — como los discípulos, en el camino de Emaús — no lo reconozcan. Él camina con nosotros.

Sin embargo, el Señor resucitado quiso que otra persona compartiera su estado glorificado: María, su madre. Su resurrección por sí sola podría haber dejado preguntas. Podríamos pensar: «Ah, bueno, Él, es Dios, así que tiene esa capacidad porque es divino. Nosotros, meras criaturas, ¿realmente podemos esperar que nuestros cuerpos sean glorificados?». Pero para asegurarnos sobre este punto Él, la llevó, en cuerpo y alma, aunque era una criatura, a un estado glorificado.

Pero Él tenía otro objetivo. Como en la tierra, así también en el cielo: Él necesitaba Su ayuda. Porque Ella, pura criatura, al igual que en Caná, comprende nuestras necesidades básicas, terrenas y espirituales, y puede intervenir directamente ante Él, en nuestro favor y Él, le permite dispensarnos Sus gracias. Ella, Madre suya y nuestra, sabe mejor que nosotros cuáles son nuestras verdaderas necesidades, las conoce y sólo actúa según la voluntad de Dios (San Luis M. de Montfort, Tratado, Cap 1, Arts. 2-3).

Los dos discípulos de Emaús, pertenecientes todavía en nuestro mundo, fueron encontrados por un desconocido que les dio esperanza. Al principio no reconocieron a su Señor glorificado. Lo único que sabían era que Él, les levantaba el corazón y por eso lo invitaron a quedarse con ellos. Sólo cuando comieron con Él, vieron su asombrosa realidad y quedaron asombrados y no pudieron ocultar su alegría

Con nosotros es ligeramente diferente. Tú y yo recorremos nuestro camino a Emaús, a veces hacia abajo. Pero nuestra realidad es que dos personas glorificadas que una vez caminaron por este mundo, caminan con nosotros. No se trata de santos, cuyos cuerpos quedan atrás y que nos proporcionan reliquias. No. Tienen sus cuerpos con ellos en la gloria. Pero caminan con nosotros tan real como Él, lo hizo con aquellos dos discípulos, la noche del primer Domingo de Pascua.

Aun lado de nosotros camina María, que conoce en su corazón, los dolores que pueden afligirnos. Al otro lado, su Hijo, que todavía lleva sus heridas físicas, y nos lleva en el centro de su gran corazón de amor divino. Y nos anima: «¡No tengais miedo. Yo he vencido al mundo. Yo estoy siempre con vosotros, hasta el fin de los tiempos!». Y María, nos dice, como a Juan Diego: «¿No estoy yo, aqui que soy tu madre?».

Por eso, flanqueado siempre por ambos, salgamos con confianza hacia los demás, sabiendonos sostenidos por Jesús y María, ambos con sus cuerpos glorificados, son nuestra realidad futura, la gloria del cielo. Y demos testimonio con nuestra vida y nuestras palabras de Nuestro Señor: «¡No tengáis miedo de los que matan el cuerpo¡». Por su Resurreción y la Asunción de María, tenemos la seguridad de que nuestra muerte no será el final. Con Jesús y María, a nuestro lado, estamos en compañía de los vencederos. Amén

¡Felices Pascuas para todos!


No hay comentarios: