Infestando la herejía albigense el Sur de Francia con gran daño de las almas y peligro para la permanencia en las conciencias de las verdades más fundamentales de la FE CATÓLICA, es piadosa creencia que Santo Domingo de Guzmán, viendo los escasos frutos de conversión que producía con sus predicaciones, impetró de la Santísima Virgen María un método o medio de obtener resultados más positivos y duraderos
La misma Madre de Dios inspiró al santo esta devoción, que tan maravillosamente conjuga la meditación de las verdades más fundamentales de la Vida de Nuestro Señor y los misterios más trascendentes de su Santísima Madre, con la sencilla recitación del Padrenuestro y el Avemaria.
Solía
el santo reunir al pueblo en las plazas y en los
templos, y después de una instrucción doctrinal pertinente sobre las verdades
de la FE les invitaba a recitar un número
determinado de veces la salutación angélica, y de esta forma encomendar a
la gracia y eficacia del amor y compasión de
María el fruto de la predicación.
Los resultados fueron maravillosos. Y muy pronto se hizo popular esta
devoción y la adoptaron los compañeros del santo y después los más insignes devotos de María.
En la mente del glorioso Santo
Domingo quería que el rezo del santo
Rosario fuera para los seglares lo que el rezo del Oficio Divino para los
sacerdotes y religiosos obligados a coro, o sea el DEBER principal de alabanza y glorificación a Dios por medio de
su Santísima Madre; por eso él le
denominó el «salterio mariano».
El Beato Raimundo de Capua, que
fue confesor y director
espiritual de Santa Catalina de Sena y nos dejó de ella su admirable y devota biografía,
impuso pocos años después a su famosa «MILICIA
DE CRISTO», una especie de Asociación
Católica de aquellos tiempos, fundada
por él, la obligación de la meditación
de los misterios principales de nuestra RELIGIÓN y
la recitación de los Padrenuestros y Avemarias, que poco
a poco se fueron concretando en 150. Para recitarlo completo se valían de
coronas o cuentas engarzadas, que ya se
usaban desde muy antiguo, con finalidad similar,
entre los anacoretas de Egipto.
Posteriormente, el Beato Alano
de Roche fijó definitivamente la
forma de rezarlo, como hoy lo hacemos. A él confió la
Santísima Virgen unos favores para los que todos
los días ofrezcan este obsequio delicadísimo al
Corazón de la Madre de todos los creyentes.
Los Sumos Pontífices, han enriquecido esta devoción con las gracias y privilegios más extraordinarios y
la han enaltecido con las alabanzas más elogiosas. Urbano IV le
llama el «incremento de los cristianos»; San Pío V, «la disipación de toda herejía»;
Clemente VIII, «la
salud de todos los fieles»; Sixto V dijo que había sido «inspirado por el ESPÍRITU SANTO
para utilidad de la Religión Católica»;
Paulo V, «la caja de caudales
de todas las gracias»; Pío IX, que era «el Evangelio
compendiado y que es la devoción más hermosa, más
rica en gracias y más agradable al Corazón de MARÍA». Al Papa León XIII se le llamó, por antonomasia, el PAPA DEL ROSARIO, y le dedicó, junto
con la festividad, todo el mes de octubre, y decía que era «el conjuro más
eficaz para disipar todos los peligros que
amenazan al mundo», y el Papa actual, en su última Carta Apostólica sobre la
devoción del Rosario, nos recuerda
que «es como un emblema y bandera
augural de paz en los corazones para todas las gentes humanas» (Carta Apost. 29 sept. 1961).
¿Y
qué alabanzas y elogios no le han prodigado todos
los santos? Son pléyade los que lo han estimado,
extendido y enseñado como la devoción más hermosa
y delicada que podemos ofrecer a Nuestra Madre. Además de Santo Domingo de Guzmán,
su fundador
y propagador principal, San Vicente Ferrer, San
Alfonso María de Ligorio, que afirmaba «que entre los obsequios que se tributan a María, ninguno le es tan agradable como el Santísimo
Rosario; San José de Calasanz lo legó a
todos sus hijos como testamento y última
voluntad; San Luis Grignon de Montfor
le prodigó tales alabanzas que rayan en lo increíble; San Antonio María Claret, según sus piadosas manifestaciones,
fue escogido por la misma Reina del Cielo
para restaurar y propagar en nuestra Patria esta devoción, decaída en el siglo anterior, lo mismo que en Francia lo
fue para el siglo XV el Beato Alano de
la Roche, a quien la Virgen María le señaló como principal
adalid para propagarla y extenderla por todas
partes, diciendo de ella que «era un arma poderosísima
para extirpar las herejías, un instrumento el
más apto para arrancar los vicios y plantar las virtudes
y un medio seguro para alcanzar la misericordia
de Dios», según se lo había revelado igualmente
al mismo FUNDADOR. Y a él en especial le prometía
que aquellos que fueran fieles y constantes en
rezar su Santo Rosario «obtendrían alguna gracia especial
—disfrutarían en el cielo de una gloria superior
a los demás elegidos—, no morirían sin recibir los
Santos Sacramentos y los sacaría pronto del Purgatorio».
Pero para obtener y disfrutar estos privilegios
y hacernos dignos de las demás magníficas promesas
que la misma MADRE DE DIOS prometió al Beato para los devotos del Santo
Rosario, «es menester, añadió, que el que me sirva no se canse, que el que me ame no se enfríe en mi amor y persevere en ofrecerme este obsequio hasta que venga a unirse
conmigo en el Paraíso». (Tomado de «Le T. S. Rosaire de
la Mere de Dieu», del V. G. Ma. Sarnelli, capítulos
V y VI.)
LAS QUINCE MAGNIFICAS PROMESAS DE LA VIRGEN
A LOS DEVOTOS DEL ROSARIO
II.—Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
III.—El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las
herejías.
IV.—El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina, sustituirá en el corazón de los hombres el amor de Dios al amor del mundo
y los elevará a desear las cosas celestiales
y eternas. ¡Cuántas almas por este
medio se santificarán!
V.—El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
VI.—El que con devoción rezare mi Rosario, considerando sus misterios, no se verá oprimido por la desgracia ni morirá de muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracia, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.
VII.—Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los auxilios de la Iglesia.
VIII.—Quiero que todos los devotos de mi Rosario tengan en la vida y en la muerte la luz y la plenitud de la gracia y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.
IX.—Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.
X.—Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en
el cielo de una gloria singular. XI.—Todo lo que se pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente. XII.—Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi
Rosario.
XIII.—Todos los cofrades del Rosario tendrán por hermanos en vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.
XIV.—Los que rezan mi Rosario son todos Hijos míos muy amados y hermanos de mi unigénito Jesús.
XV.—La devoción al Santo Rosario es una señal
manifiesta de predestinación a la gloria.
INDULGENCIAS GENERALES QUE PUEDEN LUCRAR TODOS LOS QUE LO RECEN
La Sagrada Penitenciaría Apostólica, con fecha 2-1-53, ha publicado el
Sumario completo de todas las Indulgencias del
Rosario. Las concedidas a todos los fieles
son:
1.
Indulgencia plenaria, cuantas veces recen el Santo Rosario ante
el Santísimo Sacramento, expuesto o reservado.
2.
Indulgencia plenaria dos veces al mes en la forma acostumbrada,
a los que recen en familia diariamente, durante un mes, una parte del Rosario.
3.
Indulgencia plenaria el último domingo
de cada mes, siempre que en
compañía de otros hayan rezado una
parte del Rosario, al menos
tres veces por semana en las precedentes.
tres veces por semana en las precedentes.
4.
Indulgencia plenaria una vez al año,
el día que se prefiera, para todos los
que rezándole todos los días lo
hagan con un rosario bendecido por un Padre Dominico u otro facultado para ello:
5.
Indulgencia plenaria a todos los que en público o en privado
lo recen en la fiesta del Santísimo Rosario
(7 de octubre) y en toda la octava.
6.
Indulgencia plenaria si, pasada la octava de la fiesta, lo rezan
durante el mes al menos diez días.
7.
Indulgencia de cinco años
cada vez que se rece una parte del
Rosario.
8.
Indulgencia de diez años
una vez al día a los que en compañía de
otros, en público o privado, recen una parte
del Santo Rosario.
9.
Indulgencia de siete años
en cualquier día del mes de octubre a
todos los que lo recen fervorosamente, en público
o privado.
Nota: Las indulgencias
concedidas se refieren a una parte del Rosario, y se pueden separar las decenas con
tal que se rece el Rosario durante el día natural. Todas
las indulgencias son aplicables a los
difuntos. Las indulgencias plenarias son
concedidas con las condiciones
acostumbradas, esto es, confesión
dentro de la semana anterior o posterior,
comunión sacramental, visita de una iglesia u
oratorio público y rogar por la
intención del Sumo Pontífice, bastando para
cumplir esta última condición un Padre
nuestro, Ave y Gloria.
ELOGIOS TRIBUTADOS AL SANTO ROSARIO POR LOS SANTOS Y
MAS INSIGNES VARONES
I.—Ningún
obsequio es más agradable a la Santísima Virgen, entre todos los que se le tributan, que el Santísimo Rosario.
San Alfonso María de Ligorio.
II.—Dichosas las familias que todos los días rezan el Santo Rosario; la Santísima Virgen les obtendrá gracias en vida, gracias en la hora de la muerte y gloria extraordinaria en la Patria celestial.
San Antonio María Claret.
III.—El Rosario es una espada llameante y una armadura impenetrable que nos pondrán a cubierto de los más temibles asaltos del mundo, del demonio y de la carne, y nos harán vencedores de todos los enemigos.
Beato Alano de
Roche.
IV.—Son verdaderamente devotos míos y están
predestinados a la gloria todos los que rezan
con afecto y devoción el Santo Rosario.
Hasta ahora no se ha condenado ninguno,
ni se condenará en adelante si ha sido
verdaderamente devoto de mi Rosario.
La Santísima Virgen al V. P.
Hoyos.
V.—Mientras viva rezaré el Rosario, y a falta de labios lo haré con el corazón.
San Pablo de la Cruz
VI.—El Rosario es la mejor devoción para el pueblo cristiano.
San Francisco de
Sales.
VII.—El Rosario es un breviario completo del Evangelio, dividido en quince decenas, que recuerdan otros tantos misterios y expresan las grandes fases de la Redención: el gozo, el dolor y la gloria.
V. Williajn Faber.
VIII.—El Rosario es la oración más divina.
San Carlos Borromeo.
IX.—Si queremos socorrer eficazmente a las almas del Purgatorio, encomendémoslas a María ofreciéndole el Rosario: porque después de la Misa no hay oración más poderosa para aliviarlas.
San Alfonso María
de Ligorio.
X.—Cada misterio es una preciosísima joya, es una obra maravillosa de inestimable valor e incomparable belleza, como obra del Espíritu Santo y de la Divina Sabiduría.
Padre Meschler.
XI.—Guardaos de mirar como vulgar y, según algunos sabios orgullosos, pequeña y de poca importancia la práctica del Santo Rosario; es verdaderamente grande, sublime y divina.
San Luis
Grignon de Montfort.
XII.—El Rosario es un compendio de teología impregnado de dulce devoción. Una práctica eficaz de la presencia de Dios. Un medio poderoso
para realizar la Comunión de los Santos.
Padre Faber
Tomado del "OBSEQUIO A MARÍA EL SANTO ROSARIO"
por el Rvdo. P. ANSELMO DEL ALAMO SCH. P
(Pgs:117 a 124)
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