
www.Iesvs.org (17/02/2022)
6ª semana. Jueves
LA MISA, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA
— Participación de los fieles en el sacrificio eucarístico.
— El “alma sacerdotal” del cristiano y la Santa Misa.
— Vivir la Misa a lo largo del día. Preparación.
I. Caminaba Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea
de Filipo; en el camino preguntó a quienes le acompañaban: ¿Quién
dicen los hombres que soy yo?1. Y los Apóstoles, con toda
sencillez, le cuentan lo que se hablaba de Él: unos decían que Juan el
Bautista, otros que Elías y otros que uno de los Profetas. Corrían sobre
Jesús las opiniones más variadas. Entonces Él se dirige a los suyos de una
manera abierta y amable, y les dice: ¿Y vosotros quién decís que soy
yo? No les pide una opinión más o menos favorable, sino la firmeza de
la fe. Después de tanto tiempo con ellos han de saber quién es Él, sin
titubeos, con seguridad. Pedro respondió enseguida: Tú eres el Cristo.
También a nosotros tiene el Señor derecho a pedirnos una clara confesión
de fe –con palabras y con obras– en medio de un mundo en el que parece cosa
normal la confusión, la ignorancia y el error. Mantenemos nosotros con Jesús un
estrecho vínculo, que nació en el Bautismo y que ha crecido día a día. En este
sacramento se estableció una íntima y profunda unión con Cristo, porque en él
recibimos su mismo Espíritu y fuimos elevados a la dignidad de hijos de Dios.
Se trata de una comunión de vida mucho más profunda que la que pudiera darse
entre dos seres humanos cualesquiera. Así como la mano unida al cuerpo está
llena de la corriente de vida que fluye de todo el cuerpo, de modo semejante el
cristiano está lleno de la vida de Cristo2. Él mismo nos enseñó, con
una bella imagen, la forma en que estamos unidos a Él: Yo soy la vid;
vosotros los sarmientos...3. Y es tan fuerte la unión a la que
podemos llegar todos los cristianos, si luchamos por la santidad, que podremos
llegar a decir: Vivo, pero no yo; es Cristo quien vive en mí4.
Esta cercanía con Jesucristo nos debe llenar de alegría, pues si somos parte
viva del Cuerpo Místico de Cristo participamos en todo lo que Cristo realiza.
En cada Misa, Cristo se ofrece todo entero, también juntamente con la
Iglesia, que es su Cuerpo Místico, formado por todos los bautizados. Por esta
unión con Cristo a través de la Iglesia, los fieles ofrecen el sacrificio
juntamente con Él, y con Él se ofrecen también a sí mismos: participan, por
tanto, de la Misa como oferentes y como ofrendas.
Sobre el altar, Jesucristo hace presentes a Dios Padre los padecimientos
redentores y meritorios que soportó en la Cruz, y también los de sus hermanos.
¿Cabe mayor intimidad, mayor unión con Cristo? ¿Cabe mayor dignidad? La Santa
Misa, bien vivida, puede cambiar la propia existencia. “Teniendo en nuestras
almas los mismos sentimientos de Cristo en la Cruz, conseguiremos que nuestra
vida entera sea una reparación incesante, una asidua petición y un permanente
sacrificio para toda la humanidad, porque el Señor os dará un instinto
sobrenatural para purificar todas las acciones, elevarlas al orden de la gracia
y convertirlas en instrumento de apostolado”5.
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? En el sacrificio
eucarístico conocemos bien a Cristo. Allí se hace firme nuestra fe, y nos
fortalecemos para confesar abiertamente que Jesucristo es el Mesías, el
Unigénito de Dios, que ha venido para la salvación de todos.
II. La Santa Misa es ofrecida por los sacerdotes y también por los
fieles, pues “por el carácter que se imprimió en sus almas en el momento del
Bautismo participan del sacerdocio mismo de Cristo”6, aunque esta
participación sea esencialmente diferente de la de quienes han recibido el
sacramento del Orden7.
Solo por las palabras del sacerdote –en cuanto representa a Cristo–, en
el momento de la Consagración se hace presente el mismo Cristo sobre el altar,
pero todos los fieles participan en esa oblación que se hace a Dios Padre para
bien de toda la Iglesia. Juntamente con el sacerdote ofrecen el sacrificio,
uniéndose a sus intenciones de petición, de reparación, de adoración y de
acción de gracias; más aún, se unen al mismo Cristo, Sacerdote eterno, y a toda
la Iglesia8.
En la Misa podemos ofrecer cada día todas las cosas creadas9 y
todas nuestras obras: el trabajo, el dolor, la vida familiar, la fatiga y el
cansancio, las iniciativas apostólicas que queremos llevar a cabo en ese día...
El Ofertorio es un momento muy adecuado para presentar
nuestras ofrendas personales, que se unen entonces al sacrificio de Cristo.
¿Qué ponemos cada día en la patena del sacerdote?, ¿qué encuentra allí el
Señor? Llevados por ese “alma sacerdotal”, que nos mueve a identificarnos más
con Cristo en medio de la vida corriente, no solo ofreceremos las realidades de
nuestra existencia, sino que nos ofreceremos a nosotros mismos, en lo más
íntimo de nuestro ser.
Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a
Dios, Padre todopoderoso. El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para
alabanza y gloria de su Nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia10; debemos
llenar de contenido, y de oración personal, esta como otras oraciones que se
repiten en cada Misa. Acudimos a la Misa para hacer nuestro su Sacrificio
único, de infinito valor. Nos lo apropiamos y nos presentamos ante la Trinidad
Beatísima revestidos de los incontables méritos de Jesucristo aspirando con
certeza al perdón, a una mayor gracia en el alma y a la vida eterna; adoramos
con la adoración de Cristo, satisfacemos con los méritos de Jesús, pedimos con
Su voz, siempre eficaz. Todo lo suyo se hace nuestro. Y todo lo nuestro se hace
suyo: oración, trabajo, alegrías, pensamientos y deseos, que entonces adquieren
una dimensión sobrenatural y eterna. Todo cuanto hacemos adquiere valor en la
medida en que se ofrece con Cristo, Sacerdote y Víctima, sobre el altar. Cuando
buscamos esta intimidad con el Señor, “en la propia vida se entrelaza lo humano
con lo divino. Todos nuestros esfuerzos –aun los más insignificantes– adquieren
un alcance eterno, porque van unidos al sacrificio de Jesús en la Cruz”11.
Nuestra participación en la Misa culmina en la Sagrada Comunión, la más
plena identificación con Cristo que jamás pudimos soñar. Nunca los Apóstoles,
antes de la institución de la Sagrada Eucaristía, en los años en los que
recorrieron Palestina con Jesús, pudieron gustar una intimidad con Él como la
que tenemos nosotros después de comulgar. Pensemos ahora cómo es nuestra Misa,
cómo son nuestras comuniones. Si procuramos prepararlas bien, si rechazamos con
prontitud cualquier distracción voluntaria, si hacemos muchos actos de fe y de
amor, si en nuestra alma se hace realidad, en frecuentes momentos, esa
exclamación llena de fe de San Pedro: Tú eres el Cristo.
III. La Misa es el más importante y provechoso de nuestros encuentros
personales con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues toda la Trinidad se
encuentra presente en el sacrificio eucarístico, y es el mejor modo, y el más
grato a Dios, de corresponder al amor divino. La Misa es “el centro y la raíz
de la vida espiritual del cristiano”12. De modo semejante a como los
radios de un círculo convergen, todos, en su centro, así todas nuestras acciones,
nuestras palabras y pensamientos han de centrarse en el Sacrificio del Altar.
Allí adquiere valor redentor todo lo que hacemos. Por eso ayuda tanto a la vida
cristiana el renovar el ofrecimiento de obras durante la Misa;
ofrecemos todo lo que vamos haciendo en el transcurso de la jornada, uniéndolo
con la intención a la Misa del día siguiente o a la que en aquel momento se
está celebrando en el lugar más cercano, o en cualquier parte del mundo. Así,
nuestro día, de un modo misterioso pero real, forma parte de la Misa: es, en
cierto modo, una prolongación del Sacrificio del Altar; nuestra existencia y
nuestro quehacer es como materia del sacrificio eucarístico, al que se orienta
y en el que se ofrece. La Santa Misa centra y ordena así el día, con sus alegrías
y pesares. Las mismas flaquezas se purifican en cuanto forman parte de una vida
ofrecida a Dios. El trabajo estará mejor realizado si pensamos que lo hemos
puesto en la patena del sacerdote, o si en ese momento nos unimos internamente
a otra Misa, en la que no podemos estar corporalmente. Y ocurrirá lo mismo con
las demás realidades del día: los pequeños sacrificios de toda vida familiar,
la fatiga y el dolor... A la vez, el mismo trabajo y todas las incidencias de
la jornada son una excelente preparación para la Misa del día siguiente,
preparación que procuraremos intensificar en esos momentos más cercanos a la
celebración, echando a un lado toda rutina. “No os acostumbréis nunca a
celebrar o a asistir al Santo Sacrificio: hacedlo, por el contrario, con tanta
devoción como si se tratara de la única Misa de vuestra vida: sabiendo que allí
está siempre presente Cristo, Dios y Hombre, Cabeza y Cuerpo, y, por tanto,
junto a Nuestro Señor, toda su Iglesia”13.
Para conseguir los frutos que el Señor nos quiere dar en cada Misa,
debemos, además, cuidar la preparación del alma, la participación en los ritos
litúrgicos, que ha de ser consciente, piadosa y activa14.
Para ello, debemos cuidar la puntualidad, que es la primera muestra de
delicadeza para con Dios y para con los demás fieles, el arreglo personal, el
modo de estar sentados o de rodillas..., como quien está ante su Amigo, pero
también ante su Dios y su Señor, con la reverencia y el respeto debido, que es
señal de fe y de amor. Y seguir los ritos de la acción litúrgica, haciendo
propias las aclamaciones, los cantos, los silencios –oración callada–..., sin
prisas, llenando de actos de fe y de amor toda la Misa, pero particularmente el
momento de la Consagración, viviendo cada una de las partes (pidiendo de
corazón perdón al rezar el acto penitencial, escuchando con atención las
lecturas...).
Y si vivimos con piedad, con amor, el Santo Sacrificio, saldremos a la
calle con una inmensa alegría, firmemente dispuestos a mostrar con obras la
vibración de nuestra fe: ¡Tú eres el Cristo! Muy cercana a
Jesús encontraremos a Santa María, que estuvo presente al pie de la Cruz y
participó de un modo pleno y singular en la Redención. Ella nos enseñará los
sentimientos y las disposiciones con que debemos vivir el sacrificio
eucarístico, donde se ofrece su Hijo.
www.Iesvs.org 17/02/2022)
1 Mc 8, 27-33. — 2 Cfr.
M. Schmaus, Teología dogmática, vol. V, p. 42 ss.— 3 Jn 15,
15. — 4 Gal 2, 20. — 5 San
Josemaría Escrivá, Carta 2-II-1945. — 6 Pío
XII, Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947, n. 23. — 7 Cfr.
Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 10. — 8 Cfr
Pío XII, loc. cit., n. 24. — 9 Cfr. Pablo VI,
Instr. Eucharisticum mysterium, 6. — 10 Misal
Romano, Ordinario de la Misa. — 11 San Josemaría
Escrivá, Vía Crucis, Rialp, Madrid 1981, X, n. 5. — 12 ídem, Es
Cristo que pasa, 87; Cfr. Conc. Vat. II, Decr. Presbyterorum
ordinis, 14. — 13 San Josemaría Escrivá, Carta 28-III-1955.
— 14 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium,
48.
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