viernes, 1 de noviembre de 2024

BREVE HISTORIA DEL ROSARIO

 
Infestando la herejía albigense el Sur de Francia con gran daño de las almas y peligro para la per­manencia en las conciencias de las verdades más fun­damentales de la FE CATÓLICA, es  piadosa creencia que Santo Domingo de Guzmán, viendo los escasos frutos de conversión que producía con sus predica­ciones, impetró de la Santísima Virgen María un mé­todo o medio de obtener resultados más positivos y duraderos
 La misma Madre de Dios inspiró al santo esta devoción, que tan maravillosamente conjuga la medita­ción de las verdades más fundamentales de la Vida de Nuestro Señor y los misterios más trascendentes de su Santísima Madre, con la sencilla recitación del Padrenuestro y el Avemaria.

Solía el santo reunir al pueblo en las plazas y en los templos, y después de una instrucción doctrinal pertinente sobre las verdades de la FE les invitaba a recitar un número determinado de veces la salutación angélica, y de esta forma encomendar a la gracia y eficacia del amor y compasión de María el fruto de la predicación. Los resultados fueron maravillosos. Y muy pronto se hizo popular esta devoción y la adoptaron los compañeros del santo y después los más insignes devotos de María.


En la mente del glorioso Santo Domingo quería que el rezo del santo Rosario fuera para los seglares lo que el rezo del Oficio Divino para los sacerdotes y religiosos obligados a coro, o sea el DEBER principal de alabanza y glorificación a Dios por medio de su Santísima Madre; por eso él le denominó el «salterio mariano».


El Beato Raimundo de Capua, que fue confesor y director espiritual de Santa Catalina de Sena y nos dejó de ella su admirable y devota biografía, impuso pocos años después a su famosa «MILICIA DE CRIS­TO», una especie de Asociación Católica de aquellos tiempos, fundada por él, la obligación de la meditación de los misterios principales de nuestra RELIGIÓN y la recitación de los Padrenuestros y Avemarias, que poco a poco se fueron concretando en 150. Para re­citarlo completo se valían de coronas o cuentas en­garzadas, que ya se usaban desde muy antiguo, con finalidad similar, entre los anacoretas de Egipto.

Posteriormente, el Beato Alano de Roche fijó defi­nitivamente la forma de rezarlo, como hoy lo hace­mos. A él confió la Santísima Virgen unos favores para los que todos los días ofrezcan este obsequio delicadísimo al Corazón de la Madre de todos los creyentes.

Los Sumos Pontífices, han enriquecido esta devoción con las gracias y privilegios más extraordinarios y la han enaltecido con las alabanzas más elogiosas. Ur­bano IV le llama el «incremento de los cristianos»; San Pío V, «la disipación de toda herejía»; Clemente VIII, «la salud de todos los fieles»; Sixto V dijo que había sido «inspirado por el ESPÍRITU SANTO para utilidad de la Religión Católica»; Paulo V, «la caja de cauda­les de todas las gracias»; Pío IX, que era «el Evange­lio compendiado y que es la devoción más hermosa, más rica en gracias y más agradable al Corazón de MARÍA». Al Papa León XIII se le llamó, por antono­masia, el PAPA DEL ROSARIO, y le dedicó, junto con la festividad, todo el mes de octubre, y decía que era «el conjuro más eficaz para disipar todos los peligros que amenazan al mundo», y el Papa actual, en su última Carta Apostólica sobre la devoción del Rosa­rio, nos recuerda que «es como un emblema y ban­dera augural de paz en los corazones para todas las gentes humanas» (Carta Apost. 29 sept. 1961).

¿Y qué alabanzas y elogios no le han prodigado todos los santos? Son pléyade los que lo han estima­do, extendido y enseñado como la devoción más hermosa y delicada que podemos ofrecer a Nuestra Madre. Además de Santo Domingo de Guzmán, su fundador y propagador principal, San Vicente Ferrer, San Alfonso María de Ligorio, que afirmaba «que entre los obsequios que se tributan a María, ninguno le es tan agradable como el Santísimo Rosario; San José de Calasanz lo legó a todos sus hijos como tes­tamento y última voluntad; San Luis Grignon de Montfor le prodigó tales alabanzas que rayan en lo in­creíble; San Antonio María Claret, según sus piadosas manifestaciones, fue escogido por la misma Reina del Cielo para restaurar y propagar en nuestra Patria esta devoción, decaída en el siglo anterior, lo mismo que en Francia lo fue para el siglo XV el Beato Alano de la Roche, a quien la Virgen María le señaló como principal adalid para propagarla y extenderla por todas partes, diciendo de ella que «era un arma po­derosísima para extirpar las herejías, un instrumento el más apto para arrancar los vicios y plantar las virtudes y un medio seguro para alcanzar la miseri­cordia de Dios», según se lo había revelado igual­mente al mismo FUNDADOR. Y a él en especial le prometía que aquellos que fueran fieles y constantes en rezar su Santo Rosario «obtendrían alguna gracia especial —disfrutarían en el cielo de una gloria su­perior a los demás elegidos—, no morirían sin recibir los Santos Sacramentos y los sacaría pronto del Pur­gatorio». Pero para obtener y disfrutar estos privile­gios y hacernos dignos de las demás magníficas pro­mesas que la misma MADRE DE DIOS prometió al Beato para los devotos del Santo Rosario, «es me­nester, añadió, que el que me sirva no se canse, que el que me ame no se enfríe en mi amor y persevere en ofrecerme este obsequio hasta que venga a unirse conmigo en el Paraíso». (Tomado de «Le T. S. Rosaire de la Mere de Dieu», del V. G. Ma. Sarnelli, capítu­los V y VI.)


LAS QUINCE MAGNIFICAS PROMESAS DE LA VIRGEN

 A LOS DEVOTOS DEL ROSARIO


I.El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

II.Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

III.El Rosario será un fortísimo escudo de de­fensa contra el infierno, destruirá los vi­cios, librará de los pecados y exterminará las herejías.

IV.El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina, sustituirá en el cora­zón de los hombres el amor de Dios al amor del mundo y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!

V.El alma que se me encomiende por el Ro­sario no perecerá.

VI.El que con devoción rezare mi Rosario, con­siderando sus misterios, no se verá oprimido por la desgracia ni morirá de muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracia, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.

VII.Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los auxilios de la Iglesia.

VIII.Quiero que todos los devotos de mi Rosa­rio tengan en la vida y en la muerte la luz y la plenitud de la gracia y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.

IX.Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.

X.Los hijos verdaderos de mi Rosario goza­rán en el cielo de una gloria singular. XI.Todo lo que se pidiere por medio del Rosa­rio se alcanzará prontamente. XII.Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

XIII.Todos los cofrades del Rosario tendrán por hermanos en vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.

XIV.Los que rezan mi Rosario son todos Hijos míos muy amados y hermanos de mi uni­génito Jesús.

XV.La devoción al Santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.

INDULGENCIAS GENERALES QUE PUEDEN LUCRAR TODOS LOS QUE LO RECEN

La Sagrada Penitenciaría Apostólica, con fecha 2-1-53, ha publicado el Sumario completo de todas las Indulgencias del Rosario. Las concedidas a todos los fieles son:

1.         Indulgencia plenaria, cuantas veces recen el Santo Rosario ante el Santísimo Sacramento, expuesto o reservado.

2.         Indulgencia plenaria dos veces al mes en la forma acostumbrada, a los que recen en fami­lia diariamente, durante un mes, una parte del Rosario.

3.         Indulgencia plenaria  el  último  domingo  de cada mes, siempre que en compañía de otros hayan rezado una parte del Rosario, al menos
tres veces por semana en las precedentes.

4.         Indulgencia plenaria una vez al año, el día que se prefiera, para todos los que rezándole todos los días lo hagan con un rosario bendecido por un Padre Dominico u otro facultado para ello:

5.         Indulgencia plenaria a todos los que en pú­blico o en privado lo recen en la fiesta del Santísimo Rosario (7 de octubre) y en toda la octava.

6.         Indulgencia plenaria si, pasada la octava de la fiesta, lo rezan durante el mes al menos diez días.

7.         Indulgencia de cinco años cada vez que se rece una parte del Rosario.

8.         Indulgencia de diez años una vez al día a los que en compañía de otros, en público o priva­do, recen una parte del Santo Rosario.

9.         Indulgencia de siete años en cualquier día del mes de octubre a todos los que lo recen fer­vorosamente, en público o privado.






Nota: Las indulgencias concedidas se refieren a una parte del Rosario, y se pueden sepa­rar las decenas con tal que se rece el Ro­sario durante el día natural. Todas las in­dulgencias son aplicables a los difuntos. Las indulgencias plenarias son concedidas con las condiciones acostumbradas, esto es, confesión dentro de la semana anterior o posterior, comunión sacramental, visita de una iglesia u oratorio público y rogar por la intención del Sumo Pontífice, bastando para cumplir esta última condición un Padre nuestro, Ave y Gloria.





ELOGIOS TRIBUTADOS AL SANTO ROSARIO POR LOS SANTOS Y

MAS INSIGNES VARONES




I.Ningún obsequio es más agradable a la Santísima Virgen, entre todos los que se le tributan, que el Santísimo Rosario.


San Alfonso María de Ligorio.


II.Dichosas las familias que todos los días rezan el Santo Rosario; la Santísima Vir­gen les obtendrá gracias en vida, gracias en la hora de la muerte y gloria extraordinaria en la Patria celestial.
San Antonio María Claret.
III.El Rosario es una espada llameante y una armadura impenetrable que nos pondrán a cubierto de los más temibles asaltos del mundo, del demonio y de la carne, y nos harán vencedores de todos los enemigos.
Beato Alano de Roche.
IV.Son verdaderamente devotos míos y están predestinados a la gloria todos los que rezan con afecto y devoción el Santo Rosario. Hasta ahora no se ha condenado nin­guno, ni se condenará en adelante si ha sido verdaderamente devoto de mi Rosario.
La Santísima Virgen al V. P. Hoyos.
V.Mientras viva rezaré el Rosario, y a falta de labios lo haré con el corazón.
San Pablo de la Cruz

VI.El Rosario es la mejor devoción para el pueblo cristiano.
San Francisco de Sales.

VII.El Rosario es un breviario completo del Evangelio, dividido en quince decenas, que recuerdan otros tantos misterios y expresan las grandes fases de la Redención: el gozo, el dolor y la gloria.
V. Williajn Faber.
VIII.El Rosario es la oración más divina.
San Carlos Borromeo.
 
IX.—Si queremos socorrer eficazmente a las almas del Purgatorio, encomendémoslas a María ofreciéndole el Rosario: porque después de la Misa no hay oración más poderosa para aliviarlas.
San Alfonso  María de Ligorio.
X.Cada misterio es una preciosísima joya, es una obra maravillosa de inestimable valor e incomparable belleza, como obra del Es­píritu Santo y de la Divina Sabiduría.
 
Padre Meschler.
XI.Guardaos de mirar como vulgar y, según algunos sabios orgullosos, pequeña y de poca importancia la práctica del Santo Ro­sario; es verdaderamente grande, sublime y divina.
 
San  Luis  Grignon  de  Montfort.
XII.El Rosario es un compendio de teología impregnado de dulce devoción. Una práctica eficaz de la presencia de Dios. Un medio poderoso para realizar la Comunión de los Santos.
Padre Faber
Tomado del "OBSEQUIO A MARÍA EL SANTO ROSARIO"
por el Rvdo. P. ANSELMO DEL ALAMO SCH. P
(Pgs:117 a 124)

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