Se puede aplicar esta doctrina de una manera particular a las juntas legionarias y especialmente a las juntas del praesidium, que constituyen el corazón del sistema de la Legión.
Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio, de ellos (Mt 18,20). Estas palabras de nuestro Señor que tanto mas influye su presencia en los miembros de su Cuerpo místico cuanto mayor sea el número de los que se reúnen para servirle. El número queda especificado como condición para que pueda Él ostentar plenamente su poder. Tal vez esto resulte consecuencia de nuestras deficiencias individuales: son tan limitadas las virtudes de cada ser humano, que por él no puede Cristo manifestarse más que en parte. Se aclara esto con una comparación natural: un cristal de un color no transmite más que su matiz propio e individual, cerrando el paso a los demás; pero, cuando se armonizan cristales de todos los colores proyectando sus matices en combinación, producen la plenitud de la luz. De igual manera, cuando se reúne un buen número de cristianos para trabajar por el Señor, y sus cualidades se complementan mutuamente, Él mostrará más perfectamente a través de ellos, su gloria y su poder.
Cuando los legionarios se reúnen en el praesidium en su nombre y para realizar su obra, El está allí, en medios de ellos, con su poder; y ha quedado patente que esa fuerza suya brota de Él allí (Mc 5,30)
Con Jesús, en esa pequeña familia legionaria, están su Madre y San José, que tienen con el praesidium las mismas relaciones que tuvieron con Él: esto nos permite considerar al praesidium como una prolongación del hogar de Nazaret; una prolongación basada en la realidad, no en piadosas imaginaciones. Dice Bérulle: “Tenemos que tratar las cosas y los misterios de Jesús no como cosas antiguas y muertas, sino como cosas presentes y vivientes, y, mejor aún, eternas”. Según esto, podemos identificar el local y las cosas del praesidium con la casa y los enseres de Nazaret; y en el trato que los legionarios den a las pertenencias del praesidium se verá si aprecian esta verdad de que Cristo vive entre nosotros, y trabaja por medio de nosotros, sirviéndose de las cosas que usamos.
Esta reflexión nos impulsará suavemente a cuidar con esmero todo lo que pertenece al praesidium, pues éste es nuestro hogar.
Aunque los legionarios no puedan ejercer muchas veces pleno dominio sobre el salón de juntas, sí podrán disponer más libremente de los demás accesorios de la junta: la mesa, las sillas, el altar, los libros. Exáminense: si la Madre del praesidium quiere continuar en este nuevo hogar de Nazaret el mismo solícito cuidado que tuvo en Galilea, ¿qué hacen los legionarios para facilitárselo? Ella necesita de su ayuda. Se la pueden negar, o se la pueden prestar con negligencia, deformando así el trabajo que Ella hace por el Cristo místico. Mediten esto, e imagínense como mantenía María su hogar.
Pobre sí que era, y sus muebles distaban mucho de ser lujosos. Y, sin embargo, la casita tuvo que ser de lo más hermoso. Porque, entre todas las esposas y madres de todos los tiempos, María era única y singular, dotada de un gusto fino y delicado, que no pudo menos de traslucirse en cada detalle de su hogar. Cada objeto, por sencillo que fuese, debió, en algún modo, llevar impreso su sello; cada cosa ordinaria, su encanto. Es que Ella amaba -como solo Ella sabia amar todas aquellas cosas, por Aquel que las creó y que ahora hacía uso humano de ellas. Ella las cuidaba, limpiaba y pulía, y procuraba dejarlas bonitas; eran cosas, que a su manera, tenían que quedar del todo perfectas. De fijo que en aquella casa no había nada que desentonara en lo más mínimo. Era imposible, porque aquel hogar era el mejor. Era la cuna de la Redención, el lugar donde se formaba el Amo del mundo. Todo en este hogar le servía misteriosamente a Aquel que todo lo hizo. Por consiguiente, todo tenía que contribuir en él a tan sublime fin, y así era felizmente, gracias al orden, limpieza, brillo y un no sé qué que María sabía poner en cada cosa.
Todo en el praesidium contribuye, a su manera, a formar al socio, y todo, por lo tanto, debería reflejar las características del hogar de Nazaret. Es consecuencia lógica de la imitación de Jesús y María.
Cierto autor francés escribió un libro titulado Un viaje alrededor de mi aposento. Vayamos nosotros de viaje con el pensamiento alrededor del praesidium, y analicemos con ojo muy crítico y oído afinado todo cuanto contribuye a la formación de los miembros del mismo: el piso, las paredes y las ventanas; los muebles, la composición del altar, en particular la imagen que representa el centro del hogar, la Madre. Reparemos, sobre todo, en el comportamiento de los socios y en su manera de llevar la junta.
Si la suma total de cuanto se ve y se oye no armoniza con el hogar de Nazaret, no es probable que resida en ese praesidium el espíritu de Nazaret, y, sin este espíritu, el praesidium está más que muerto.
Sucede a veces que los oficiales, como padres indignos, educan mal a quienes les han sido confiados. Las deficiencias de los praesidia son casi siempre culpa de los oficiales. Si los socios no son puntuales y regulares en asistir, si no trabajan bastante o trabajan con irregularidad, si en las juntas deja algo que desear su comportamiento, es porque esos fallos han sido consentidos por los oficiales, porque éstos no les enseñan como deben. En vez de formar a los miembros del praesidium los están deformando.
¡Cómo contrasta esta deficiencia con el hogar de Nazáret! ¡Imagínese a nuestra Señora descuidada en el orden y en los detalles, y educando mal a su Hijo! ¡Imagínesela -es difícil, pero hágase el esfuerzo- desaliñada, floja, indigna de confianza, indiferente; dejando arruinarse el santo hogar, para mofa y escarnio de los vecinos! ¡Si la misma idea es un absurdo! Sin embargo, hay muchos oficiales legionarios que dejan deteriorarse las cosas vergonzosamente en el praesidium, en este nuevo hogar de Nazaret el cual hacen profesión de administrar sustituyendo a nuestra Señora.
Por el contrario: en el empeño y la sinceridad del praesidium por la perfección de todos estos detalles, percibimos que allí está realmente nuestro Señor y con la plenitud expresada en sus propias palabras. El espíritu de la Sagrada Familia no quedó confinado ni en la santa casa, ni en Nazaret, ni en Judea, ni en ningún otro confín. Tampoco, pues, puede ser confinado el espíritu del praesidium.
“EI amor de los católicos por la Madre de Dios manifiesta un loable sentimiento artístico, al no querer indagar en minuciosos detalles de la vida íntima de Nazaret. Sabemos que en Nazaret habita una vida que trasciende toda experiencia humana, y aún la humana comprensión. ¿Acaso habrá en este mundo alguien capaz de retratar a esas dos vidas de sobrehumana intensidad, que encuentran en su misma intensidad la más completa fusión de todos sus movimientos, afectos y aspiraciones? Me quedo mirando desde la cima que domina Nazaret, y veo a una mujer que baja camino de la fuente con un cántaro en al cabeza, y a. su lado un joven de quince años. Yo se que entre los dos existe un amor tal que no tiene igual ni entre los espíritus que moran ante el trono de Dios. Pero se también que. No me es permitido ver más, para no morirme de asombro” (Vonier, La Maternidad Divina).
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