lunes, 1 de abril de 2024

Cuarta parte sobre la virtud de La Humildad

La Humidad 4° parte - Tesoros de Cornelio a Lapide (2° Tomo)


Comentario de
CORNELIO A LAPIDE
sobre La Virtud de la Humildad


1.º La humildad sale victoriosa del infierno y de las tentaciones.

San Macario oyó un día que el demonio le decía: «Macario, mucho me violentas; deseo hacerte daño, y no puedo porque ayunas y velas sin cesar; tú me aventajas en una cosa. Y preguntándole Macario en qué, respondió: «Tu humildad es la que tan sólo triunfa de mí».

«Toda la victoria del Salvador, que venció al demonio y el mundo, fue concebida en la humildad y terminada por la humildad», dice el Papa San León Magno.

La humildad derrota toda la fuerza del enemigo. «El humilde es el primero, el mismo en acusarse y condenarse», dicen los Proverbios (18, 17) Así es que le quita al demonio todo medio de atacar, de acusar y de vencer.

2.º La humildad eleva.

«El que se humilla será ensalzado», dice Jesucristo (Lc. 14, 11)

Dice San Pablo: «Jesucristo se ha humillado, se ha aniquilado, por esta razón Dios le ha ensalzado, dándole un nombre superior a todos los nombres; a fin de que al pronunciarse la palabra Jesús, se doblen todas las rodillas en el cielo, en la tierra y en los infiernos» (Filip. 2, 9-10). Como Jesús fue quien más se humillo, por eso fue a quien Dios también, más exaltó.

Dice San Bernardo: «La humildad en los honores es el honor del mismo honor, y la dignidad de la dignidad. Toda indignidad es digna de este nombre por el orgullo que tiene. Si nos hallamos constituidos sobre los demás, seamos sus iguales por medio de la humildad. Si mandamos, sepamos también someternos. ¿Por qué hemos de enorgullecernos sin causa? El Señor es infinitamente grande; pero no debemos tratar de imitarle en esto. Su grandeza es laudable, pero no imitable...  Solamente la humildad eleva, ella solamente es la que da vida. La humildad es el verdadero camino, no hay otro fuera de ella. El que ande por otro camino, ha de caer, pero no subir» (Serm. 36)

María se humilla, y en el momento en que se dice humilde sierva del Señor, se encarna el Verbo Eterno en sus castas entrañas. La humildad la eleva al único y sublime puesto de Madre de Dios. María es la que más se ha humillado por eso es la mujer a quien Dios más ha exaltado.

Dice San Bernardo: «María ha llegado a ser justamente señora del universo por haberse presentado como sierva de todos».

El humilde se considera como el más indigno de todos, aunque viva más dignamente que los otros, y creyéndose el último de todos, es indudablemente el primero. La verdadera grandeza del alma es la humildad, con la que el hombre se cubre, a ejemplo del Verbo encarnado, que ocultó su divina grandeza bajo el velo de la sagrada humildad. El hombre verdaderamente humilde ignora su grandeza.

La humildad es el árbol de la vida, que crece siempre y llega a grandísima altura. Cuanto más se rebaja el hombre, tanto más sube; así como el árbol crece a medida que bajan sus raíces y se ocultan más en la tierra. El orgullo que sube hasta el cielo, baja hasta el infierno, y la humildad que baja hasta el infierno, se eleva hasta los cielos. Esto enseñan los Santos Padres.

Continúa enseñando San Bernardo: «Cuanto más humildes seáis, más os seguirá el acrecentamiento de la gloria. Bajad para subir; humillaos para ser ensalzados, a fin de que, ensalzados, no os veáis humillados. La humildad ignora lo que es caer, pero sabe lo que es subir»

«Dios sigue de cerca a los orgullosos para vengarse», dice Séneca (In Hércules) Y Dios, remunerador de los humildes, está con ellos para guiarlos, elevarlos y coronarlos.

«La humildad eleva al más alto grado», dice San Cipriano.

«Sed pequeños a vuestros propios ojos, para que seáis grandes a los ojos de Dios», dice San Agustín.

Dice el santo Profeta David: «Dios levanta al pobre, al humilde del polvo, y al indigente de su muladar, para hacer que se sienten entre los príncipes del pueblo en medio de sus elegidos» (Salmo 112, 7-8)

Ved a José: sus hermanos le hicieron padecer toda clase de persecuciones y ultrajes, y le rebajaron hasta venderle como esclavo (Gen. 37, 28); pero Dios le elevó, haciéndolo como dios de Faraón y de todo el Egipto; y sus orgullosos hermanos se vieron obligados, para no morir de hambre y obtener su gracia, a postrarse a sus pies. Al respecto, dice San Gregorio: «Sus hermanos le vendieron para no honrarle; y él fue honrado y enaltecido porque le vendieron» (In Gen.) José vendido así, y así tratado, parecía miserable y digno de compasión, según el juicio de sus hermanos y del mundo; pero no lo era, pues por aquel hecho Dios empezó a glorificarle y a deprimir a sus hermanos. Porque Dios empieza, en efecto, a elevar cuando humilla, y cuando más quiera ensalzar, más deprime. Así hizo con José, y principalmente con Jesucristo.

Como nos relata el libro de Ester, el orgulloso Amán, tan elevado, quiso perder al humilde Mardoqueo; pero Dios que escucha a los humildes y deshace el plan de los soberbios, salvó a Mardoqueo e hizo que fuera más engrandecido que Amán, y por el contrario Amán fuera llevado al mismo patíbulo levantado para Mardoqueo. ¡Cuántos ejemplos parecidos podríamos citar!

La adversidad y el desprecio es el carro triunfal de la virtud y de la gloria.

Dice Samuel a Saul: «Cuando eras pequeño a tus ojos, ¿no fuiste erigido en jefe de las tribus de Israel, y no te consagró el Señor como rey?» (I Rey 6, 17). Ved aquí el fruto de la humildad.

Dice el rey David: «Ante el Señor que me ha elegido, mandándome ser rey de su pueblo en Israel, apareceré más pequeño de lo que he sido, y seré humilde a mis ojos, apareciendo así más glorioso» (2 Samuel 6, 22)

Dice San Juan Crisóstomo: «David confiesa que ha sido pastor y hombre de labranza, y después de haber llegado a ser noble y grande, siente y confiesa que ha salido del polvo, y por no haber olvidado lo que ha sido, es mantenido en la grandeza de la dignidad real» (Segundo libro de los reyes)

Dice San Agustín: «¿Queréis ser grandes? Comenzad por ser humildes. ¿Pensáis en levantar un gran edificio? Debéis principiar por su cimiento, que es la humildad» (Sermón X).

Por causa del orgullo cayó del Cielo la admirable naturaleza de los Ángeles; y por la humildad del hijo de Dios sube al Cielo la fragilidad de la naturaleza humana. Cuanto más desciende y se rebaja el corazón con profunda humildad, más se eleva hacia Dios. La humildad es pues el principio de la exaltación, de la grandeza y de la gloria.

«La gloria va precedida de la humildad», dicen los Proverbios (15, 33)

Dice San Gregorio Nacianceno: «El esplendor y la gloria acompañan a la humildad» (Orat. III)

San Agustín: «Cuanto más nos humillemos, es decir, cuantas más bajas ideas tengamos de nosotros mismos, más grandes seremos en presencia de Dios. Por el contrario, cuanto más elevado aparezca el orgullo entre los hombres, más estricto le juzgará Dios. Humillaos pues para ser ensalzados, no sea que, elevados por el orgullo, seáis humillados. Porque el que es pobre a sus ojos, es del agrado de Dios; el que se desprecia, es estimado de Dios. Tened una humildad profunda en vuestra elevación; esta elevación no será honrosa para vosotros sino en tanto que seáis humildes».

San Cirilo de Jerusalén nos dice: «Creedme el que se cree grande, se hace abyecto, como el que se cree sabio, se vuelve loco. Allí donde se halla una profunda humildad, está la dignidad suprema; y cuando os despreciáis altamente, vuestra dignidad llega a ser casi infinita. Juzgándonos indignos de las grandezas, la humildad nos hace repentinamente dignos de la mansión celestial y eterna».

San Ambrosio: «El que desee seguir las huellas de la Divinidad, siga el camino de la humildad, y el que quiera ser más ensalzado que su hermano en el cielo debe precederle en humildad en la tierra, aventajándole por el respeto hacia sus deberes, a fin de vencerle en santidad».

El camino el cielo es la humildad y las humillaciones, así como el camino de la ruina y de la condenación es el orgullo.

«La gloria recibirá al humilde de espíritu», dicen los Proverbios (29, 23). Así como el águila alimenta a sus pequeñuelos, los recibe, los levanta en el aire, y allí los mantiene y sostiene para que no caigan, la gracia celestial recibe a los humildes, los levanta, los sostiene en su elevación, los fortifica y les impide caer.

Cuanto más grande y elevado es el hombre humilde, más trata de empequeñecerse. la humildad es madre del verdadero honor, y el humilde es, en efecto, honrado de Dios, de los ángeles y de los hombres; y no recibe un sólo honor, sino todos los honores, ya temporales, ya espirituales, ya eternos.

A medida que el humilde multiplica sus actos de humildad, aumenta y multiplica su gloria; porque nada es tan glorioso y admirable como considerarse pequeño, aunque haga las cosas más grandes. en esto estriba la verdadera gloria; y así cumplimos aquellas palabras de Jesucristo: «Cuando hayáis hecho lo que se os mande, decid: «Somos servidores inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc. 17, 10)

Dice San Efrén: «¿Deseáis ser grandes? Sed los últimos de todos. ¿Deseáis una buena reputación? Haced vuestras obras en la humildad y mansedumbre».

Y Séneca: «¿Queréis tener muchos honores? Os entregaré un grande imperio: Regíos a vosotros mismos, y aprended a gobernaros con humildad»

Dice San Agustín: «Dios habita los lugares más altos, y hace, de los que levanta, un cielo para sí. ¿Quién es santo sino el humilde? Dios da la vida a los humildes: los humildes son el cielo».

San Gregorio nos enseña: «San Juan Bautista no quiso tomar el lugar de Jesucristo, y prefirió llegar a ser siervo suyo dedicándose a reconocer humildemente su debilidad, por esto merece el mayor de los elogios».

3.º Sólo el humilde es capaz de cosas grandes.

«Nada es imposible, ni siquiera difícil para la persona humilde», dice el Papa San León Magno. El humilde, desconfiando de sí mismo, todo lo hace en Dios, y Dios le ayuda. Siempre consulta a Dios, y Dios le guía. Atribuyéndolo todo a Dios, Dios le bendice en todo; y entonces todo lo puede. Dice como Pedro: «por tu palabra, Señor, echaré la red» (Lc. 5, 5)

El orgulloso descansa sobre un brazo de carne; quedan fallidas sus esperanzas, no puede sostenerse, y cae. El humilde no se apoya más que en el poderoso brazo de Dios, está firme, resiste, emprende y concluye.

El gusano de seda hace un trabajo precioso; pero se oculta, y no puede verse más que su hermosa casita. Consideraos como gusanos; ocultaos, y haced que no se vean vuestras obras. Es lo que aconsejaba y hacía el Real Profeta: «No soy un hombre, sino un gusano» (Salmo 21, 7)

¿Quién ha hecho cosas más grandes que Moisés, Judas Macabeo, los Apóstoles y los Santos de todos los tiempos? Pues no hacían nada por sí mismos; obraban siempre por Dios y en Dios. Los orgullosos no producen más que ruinas; los humildes son los que hacen obras duraderas y heroicas.

4.º La humildad de María todo lo repara.

«Dios mira la humildad de su sierva» (Lc. 1, 48)

San Agustín: «El favor divino que la naturaleza humana había perdido por el orgullo de nuestros primeros padres, volvió a recobrarlo María por la humildad» (Serm. 12)

San Bernardo: «Dios mira a María, y da su gracia»

San Agustín exclama: «¡Oh verdadera humildad: humildad que engendra un Dios a los hombres, da vida a los mortales, renueva los cielos, purifica el mundo, abre el paraíso, y libra las almas de los hombres del fuego del infierno» (Serm. 12)

«¿A quién miraré, dice el Señor, sino al pobre de corazón contrito?» (Isaías 66, 2)

San Bernardo comenta: «Así pues, si María no hubiese sido humilde, el Espíritu Santo no habría bajado a ella, ni la habría fecundizado. Dios miró más la humildad de su sierva, que su virginidad; y aunque agradó por su virginidad, concibió sin embargo por su humildad; y aquella misma humildad hizo que su virginidad fuese del agrado de Dios».

5.º La humildad es el fundamento, el sostén y el acrecentamiento de las virtudes.

Dice San Basilio: “La humildad es el tesoro más seguro de todas las virtudes, su raíz y su fundamento”.

Y San Juan Crisóstomo: «Así como el orgullo es el manantial de todos los males, la humildad es el origen de todas las virtudes».

Casiano dice: «La humildad es señora de todas las virtudes, y es el más sólido cimiento del edificio celestial».

«La humildad es el arsenal que encierra todas las virtudes», dice San Basilio.

Dice Santa Paulina: «Nada sea para vosotros más precioso que la humildad; nada debe pareceros más amable; esta virtud es la principal conservadora, y como la custodiadora de todas las virtudes».

San Bernardo: «La humildad es la que guarda el pudor, y es también madre de la paciencia». Y San León Magno, Papa: «Ella sola es la escuela de la sabiduría cristiana».

«Todos los dones de Dios y todas las virtudes, mueren sin la humildad», dice San Gregorio.

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