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Allocutio Concilium Legión de María
Abril - 2025
Fr. Paul Churchill - Director Espiritual del Concilium

Nuestro camino de
Emaús - escoltados por
Jesús y María glorificados
El rápido e injusto juicio de Nuestro Señor
y su brutal ejecución conmocionaron a sus seguidores. El corazón de su madre
fue traspasado. Sus partidarios vieron frustradas sus esperanzas. Sus apóstoles
sufrieron la culpa de su traición y cobardía.
Y entonces llegó el acontecimiento que lo
cambió todo y que sigue siendo el centro de nuestra fe: Nuestro Señor resucitó
de entre los muertos. También está en el centro de nuestro mundo, porque si no
hubiera sucedido no existiría nuestro calendario actual. San Pablo dijo: «Si
Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, y nosotros seríamos los
más dignos de lástima» (I Cor 15,14).
Las apariciones de Nuestro Señor, tras su
muerte no dejaron lugar a dudas a los apóstoles y demás discípulos. Estaban ante
los incrédulos. Sí, la humanidad creía en un mundo de espíritus después de la
muerte. Pero, ver a la persona que ellos conocían crucificada ahora resucitada,
no sólo en espíritu sino con Su cuerpo que todavía podía comer pescado y pan y
llevando Sus heridas, mientras también era capaz de venir a través de puertas
cerradas, simplemente los asombró. Alguien había vuelto de entre los muertos.
Nunca antes se había visto algo así.
También formaba parte de su asombro el
hecho de que a sus apóstoles y discípulos, que le habían dejado morir, no
viniera a reprenderles, sino a traerles su amor y su paz. También les
encomendó, a pesar de su traición, la misión de llevar esta buena nueva de la
victoria sobre la muerte y el perdón de los pecados a todo el mundo. Así pues,
no sólo la muerte ha sido vencida, sino también el pecado y la culpa que
conlleva.
Cuando mueras, tu cuerpo será enterrado o
incinerado. Habrás dejado la historia. Tu tumba será olvidada con el tiempo. El
mundo seguirá adelante sin ti. A menos, claro, que te consideren un santo y
utilicen tu cuerpo como reliquia. Pero Cristo, al resucitar de entre los
muertos, comienza a conducirnos por un nuevo camino. No se puede negar el hecho
de que millones de personas le han seguido, han dedicado sus vidas a Su causa y
han cambiado su historia. Lo
que les ayuda es saber que Él, está a su lado, aunque — como los discípulos, en
el camino de Emaús—no lo reconozcen. Él camina con nosotros.
Sin embargo, el Señor resucitado quiso que
otra persona compartiera su estado glorificado: María, su madre. Su
resurrección por sí sola podría haber dejado preguntas. Podríamos pensar: «Ah,
bueno, Él, es Dios, así que tiene esa capacidad porque es divino. Nosotros,
meras criaturas, ¿realmente podemos esperar que nuestros cuerpos sean
glorificados?». Pero para asegurarnos sobre este punto Él, la llevó, en cuerpo
y alma, aunque era una criatura, a un estado glorificado.
Pero Él tenía otro objetivo. Como en la
tierra, así también en el cielo: Él necesitaba Su ayuda. Porque Ella, pura criatura,
al igual que en Caná, comprende nuestras necesidades básicas, terrenas y
espirituales, y puede intervenir directamente ante Él, en nuestro favor y Él,
le permite dispensarnos Sus gracias. Ella, Madre suya y nuestra, sabe mejor que
nosotros cuáles son nuestras verdaderas necesidades, las conoce y sólo actúa
según la voluntad de Dios (San Luis M. de Montfort, Tratado, Cap 1, Arts
2&3).
Los dos discípulos de Emaús, pertenecientes
todavía en nuestro mundo, fueron encontrados por un desconocido que les dio
esperanza. Al principio no reconocieron a su Señor glorificado. Lo único que
sabían era que Él, les levantaba el corazón y por eso lo invitaron a quedarse
con ellos. Sólo cuando comieron con Él, vieron su asombrosa realidad y quedaron
asombrados y no pudieron ocultar su alegría
Con nosotros es ligeramente diferente. Tú y
yo recorremos nuestro camino a Emaús, a veces hacia abajo. Pero nuestra
realidad es que dos personas glorificadas que una vez caminaron por este mundo,
caminan con nosotros. No se trata de santos, cuyos cuerpos quedan atrás y que
nos proporcionan reliquias. No. Tienen
sus cuerpos con ellos en la gloria. Pero caminan con nosotros tan real como Él,
lo hizo con aquellos dos discípulos, la noche del primer Domingo de Pascua.
Al otro lado, su Hijo, que todavía lleva sus heridas físicas, y está con nosotros con su gran corazón de amor divino en el centro. Y nos anima: «No tengáis miedo. Yo he vencido al mundo. Yo estoy siempre con vosotros, hasta el fin de los tiempos». Y María nos dice, como a Juan Diego: «¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?».Al otro lado, su Hijo, que todavía lleva sus heridas físicas, y está con nosotros con su gran corazón de amor divino en el centro. Y nos anima: «No tengáis miedo. Yo he vencido al mundo. Yo estoy siempre con vosotros, hasta el fin de los tiempos». Y María nos dice, como a Juan Diego: «¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?».
Por eso flanqueados siempre
por ambos, salgamos con confianza hacia los demás, sabiéndonos sostenidos por
Jesús y María, ambos, con sus cuerpos glorificados, son nuestra realidad
futura, la gloria del cielo. Y demos testimonio con nuestra vida y nuestras palabras,
porque somos personas llenas de la alegría de la Resurrección, recordando las
palabras de Nuestro Señor: «¡No tengáis miedo de los que matan el cuerpo!». Por Su Resurrección y la
Asunción de María, tenemos la seguridad de que nuestra muerte no será el final.
Con Jesús y María a nuestro estamos en compañía de los vencedores. Amén
¡Felices Pascuas a todos¡
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