Allocutio
Concilium Legión de María
Fr. Paul Churchill, Concilium Spiritual Director
Tengo el privilegio de ser el Director Espiritual, de la Legión de María, con motivo del centenario de Concilium Legionis Mariae. Y, como todos vosotros, quiero dar las gracias a Paddy Fay, por su excelente historia del Concilium Legión de María, desde sus comiemzos. Tiene el mérito añadido de liberarme para decir algo más importante.
Mientras que en algunas partes del
mundo parece que la Legión, está prosperando, en otras está luchando, sobre todo
en el mundo occidental. Entonces, ¿cómo puede la Legión, continuar allí y, de
hecho, volver a crecer y reavivar la fe? Este es el reto del momento y del
futuro.
Cuando una vez le preguntaron a la
Madre Teresa de Calcuta, cuál era su secreto, respondió: «¡Mi secreto es la
oración!». Sus palabras me recuerdan otras parecidas, citadas por un joven
Frank Duff, en "Podemos Ser Santo", y a la gran Teresa de Avila: ¡Rezar,
rezar, rezar!
Y, por supuesto, las mismas palabras
de Nuestro Señor, ayer en Misa cuando nos animaba a rezar y a no desfallecer:
«¡Ahora no verá Dios, que se haga justicia a sus elegidos que claman a Él, día y
noche aunque tarde en socorrerles!». «Cuando tarda...» Y a veces tarda. Pero
numerosos testigos nos dicen que ese retraso puede ser la construcción de un
enorme depósito de frutos en el cielo. Pregúntenle a Santa Mónica, o a la Beata
Elizabeth Leseur. Recuerdo que un sacerdote jesuita, nos contaba que en una época
estaban muy preocupados por la falta de vocaciones en cierta parte del mundo y
rezaron y rezaron. Y de repente tuvieron 100 vocaciones. En nuestro mundo de
tantos desalientos esas palabras de Cristo y el ejemplo de tantos santos nos
animan a no desfallecer sino a empezar por la oración y seguir recurriendo a
ella.
La oración del corazón, siempre llega
a Dios. Pero también nos cambia. Si es una oración superficial -que se abandona
fácilmente- no nos cambiará mucho, si es que lo hace. Pero la persona que reza
y permanece en ella, aprende poco a poco una intimidad con Dios que permite que
la propia vida de Dios fluya a través de ella y, lenta e imperceptiblemente, su
testimonio en la vida afecta a los demás para bien. O puede espolear a una
persona a la acción y a la divulgación. Puede dar valor a los tímidos. Ayuda a
perdonar, enseña compasión. Nos ayuda a corregir los muchos defectos de nuestra
propia personalidad.
Es evidente que la Virgen, era una
mujer de profunda oración. Su Magníficat es una joya y muestra a alguien que ha
aprendido a rezar. Y cuando nos dijo «haced lo que Él os diga» en las bodas de
Caná, también se puede aplicar a la oración. La oración, puede parecer tan
simple e insípida como el agua. Pero al igual que el agua, nos mantiene vivos
físicamente, necesitamos la oración, para mantenernos vivos espiritualmente. Y
del mismo modo que no somos conscientes del agua en nuestro organismo, puede
que tampoco seamos conscientes de los beneficios de la oración, en nosotros.
Pero si se entrega a Dios, puede convertirse en el vino de una gran vida
espiritual para nosotros y para la Iglesia y para la sociedad, produciendo
grandes frutos.
Escucha a Frank Duff: «Sus buenas
obras (es decir, las de los santos) sólo tenían valor porque brotaban de la
oración; guardaban con la oración la misma relación que el tronco de un árbol
con las raíces; las buenas obras son una parte visible de la oración, y las
buenas obras no pueden vivir sin la oración». Esas palabras son otra forma de
aquellas de Nuestro Señor cuando dijo: «La rama no puede dar fruto por sí
misma. No podéis hacer nada sin mí». Continuaré con Frank. «Hagamos sonar una
vez más la nota que comenzamos hace un rato. La causa de todo este lamentable
fracaso es ésta: no hay suficiente oración».
Así que cuando miramos la situación local y buscamos ayudar a que el mensaje crezca y ayude a las almas, la oración, al cambiarnos a nosotros primero, fortalece nuestras reservas para ayudar al crecimiento allá afuera. Y no olvidemos que nuestra red de seguridad es Dios, que escucha nuestras oraciones y dará la respuesta celestial cuando sepa que es lo mejor. Pero no dudemos de que lo hará. Y por eso debemos perseverar en nuestras oraciones, por el crecimiento del Reino de Dios, en las almas y en primer lugar.en nosotros mismos. Debemos rezar por las vocaciones. Y debemos pedir nuevos miembros de la Legión de María, mediante la oración incesante. Si lo hacemos, vendrán. Tenemos su palabra: «Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá la puerta».
Vuelvo a Frank Duff: «Nos gusta ver
resultados, y normalmente no vemos el resultado de la oración. Así que reducimos
nuestras oraciones a poco o nada satisfaciéndonos de que estamos haciendo mucho
trabajo práctico por nuestro prójimo». Me recuerda el caso de Teresa de Ávila, que, cuando era una monja más joven, dejó de rezar con la excusa de que, como
tenía tantos pecados, no era digna de oración. Esto duró 18 meses hasta que un
día vio claramente que el diablo la había engañado. Se había separado de la
Vid. Una vez que se dio cuenta del truco del diablo, volvió a la oración, sin
permitir que ninguna excusa la detuviera y reformó a las Carmelitas, impulsada
por su vida de oración. Sigue acudiendo a Dios, en oración, pase lo que pase.
Nuestras reuniones de la Legión
llevan implícita la oración. Pero incorporémosla también a nuestra vida
personal. Amén
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