lunes, 7 de octubre de 2024

Allocutio del Concilium Legionis Dublín -Irlanda septiembre 2024

 Boletín y Allocutio Concilium Legión de María

Fr. Paul Churchill,   Director Espiritual del Concilium


Nuestra Señora de los Dolores

Después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y normalmente  sería la fiesta de los Dolores de Nuestra Señora. Por tanto, algunas reflexiones centradas en esta fiesta no están fuera de lugar hoy.

Permítanme comenzar con el nombre de María. En tiempos de Nuestro Señor, la palabra aramea para María era Myriam. El primer uso de ese nombre en la Biblia parece pertenecer a la hermana de Moisés, llamada Miriam. La primera referencia a ella se encuentra en Éxodo 15, donde se la describe como hermana de Aarón, a quien ya se había mencionado como hermano de Moisés. En la primera referencia explícita a ella, es ella quien entona ese gran himno de alabanza que usamos en Pascua: «Cantad al Señor, porque ha triunfado gloriosamente» (Ex 15,21). Pero, aunque ésa es la primera referencia explícita a ese nombre, podemos especular si se trata de la misma hermana mencionada mucho antes, que logró salvar a su hermanito del delta del Nilo, quien consiguió que la joven princesa egipcia pagara a una mujer hebrea para que cuidara al bebé Moisés, que en realidad era su propia madre (Ex 2,1-10).

¿De dónde procede el nombre Miriam? Si, como el nombre de Moisés, proviene de una fuente egipcia, es probable que se base en un término raíz del antiguo Egipto que significa «amada de». Curiosamente, la frase utilizada por el arcángel Gabriel para saludar a María puede traducirse como «Dios te salve, llena eres de gracia», pero también como «Dios te salve. Oh, favorecida». Eso sugeriría que en sus raíces profundas el nombre de María, significa «Amada» o «Favorecida». No es ninguna sorpresa.

Pero si inicialmente se adoptó de una fuente egipcia, donde significaba «amada de», llegó a tener un significado ligeramente diferente en la lengua hebrea, donde sus raíces sugerían «amargura». Casi se puede oír su significado para el tercero de los regalos ofrecidos por los sabios: la mirra. Eso nos lleva a esta reflexión: ¿los tres regalos de los reyes magos tenían tres destinos diferentes? El incienso puede considerarse el regalo apropiado ofrecido al Dios-hombre, ya que el incienso se utiliza en el culto. El oro como el regalo que no está fuera de lugar para el cabeza de familia, San José. La mirra se utiliza para curar, embalsamar y perfumar. Así pues, la mirra habría sido apropiada para la mujer de la casa.

 

En esta fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, podemos maravillarnos de la profundidad de ese nombre que llevaba Nuestra Señora. Sí, una amadísima de Dios, pero también destinada a sufrir la amargura de la espada que atravesó su propio corazón, pues no se libró de la angustia del Calvario. Hay una profunda verdad en todo esto. Alguien tan amado que está llamado a sufrir. Oigo a Santa Teresa de Ávila, comentar: «Señor, si así tratas a tus amigos, ¡no me extraña que tengas tan pocos!». Y, en efecto, uno de los signos de alguien cercano a Dios, es el nivel de sufrimiento que soporta. Podemos pensar en el Padre Pío. Frank Duff siempre ha sostenido que cuando sufrimos es un signo de la gracia que pronto nos será concedida. Cuando sufrimos hacemos bien en recordar que no es un signo de haber sido abandonados por Dios, sino un signo de lo mucho que somos amados.

Permítanme ahora abordar algo que no carece de importancia. ¿Es la Virgen, por su impecabilidad y su perfecta caridad y humildad, alguien que no es realmente uno de nosotros? ¿Acaso el puro hecho de soportar su sufrimiento la hace inaccesible para nosotros? ¿Está tan por encima de nosotros que es superior a nosotros? Al plantearme esta pregunta, casi podía oírla decir: «Oh, no. No debes mirarme así». Y mi corazón retrocede ante la idea de que de alguna manera no pertenezco al resto de vosotros. No, soy una de vosotros y soy tan criatura como vosotros y pertenezco a un pueblo que ha sido afligido por el pecado y sus terribles consecuencias. Mis sufrimientos y mi amargura por lo que presencié en el Calvario me convierten en uno de vosotros. Y creedme que no miro por encima del hombro a ninguno de vosotros que caiga en el pecado de alguna manera, ya que si no hubiera sido por esa gracia especial que se me concedió, podría haber sido tan malo o incluso peor que cualquiera de vosotros.

«Escucha, escucha lo que tengo que decirte. Cuando te veo caer en el pecado sólo siento el dolor de una madre por el daño que te infliges y el marasmo de sus consecuencias. Y cuando veo a un alma intentar encontrar un camino de vuelta y perseverar en sus luchas para convertirse en un alma de humildad y caridad, actúo ante Dios pidiéndole que ayude a esa alma a ganar su victoria. Y cuando gana la lucha, la veo como si hubiera hecho algo que yo nunca logré y la admiro y la quiero mucho por eso. Nunca olvides aquellas palabras de mi hijo que decía: 'Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve que no necesitaron arrepentirse'.

«Dios ha dispuesto las cosas de tal manera que yo tenía un camino, tú tienes otro. Y para todos nosotros, sin excepción, el camino del cielo, está marcado por el signo de la Cruz, algo que, de un modo u otro, todos tenemos que compartir. Habéis oído a mi hijo decíroslo hoy en la Misa, en el Evangelio. No hay excepción para ti ni para mí. En esta fiesta de mis dolores recuérdalo».


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