viernes, 1 de noviembre de 2024

La Humildad 2° Parte - Tesoros de Cornelio a Lapide (2° Tomo)

 La HUMILDAD de Jesús, María y profetas

Comentario de
CORNELIO A LÁPIDE 
sobre La Virtud de la Humildad 
2° parte



Ejemplos de los Santos. Todos  los  Profetas  practicaron  la  humildad: Moisés, con ser un profeta tan grande y estar constituido por Dios en tanta dignidad, fue profundamente humilde. Nos dice el libro de (Nm. 12,3): “Moisés era el hombre más humilde que había sobre la tierra”.

 Y  el  gran  Patriarca Abraham dice en (Gen. 16, 27): “Hablaré a mi Señor, aunque no soy más que polvo y ceniza”.  
     
 La Bienaventurada Virgen María, elegida por Dios desde toda la eternidad para ser Madre de Dios,  al  ser  saludada  por  el Arcángel  San Gabriel  con  profundo  respeto  como  la llena de gracia, y anunciándole para dar a  luz al Mesías prometido, se declaró,  en su sublime humildad como la Esclava del Señor.

  Jesucristo dice de San Juan Bautista: Nadie de  entre  los  hijos de los hombres es más grande que Juan (Mt 11, 11), y le llamó antorcha que ardía y brillaba (Jn. 5, 35) y  le  dio el nombre de Elías y de profeta, haciéndole superior  a  todos  los otros profetas. Pero Juan Bautista,  elegido por Dios para ser su precursor y, habiendo sido santificado en el seno de su madre y tan grande y  tan  elevado  por  el  mismo  Dios,  es  el  más  humilde de los hombres: se llamó a sí mismo simplemente una voz que clama en el desierto. Y dijo de sí mismo: no soy ni siquiera digno de desatar la correa del calzado de mi Señor el Salvador.

 Miremos la humildad del publicano. En el Templo se mantiene alejado del Altar  y  ni siquiera se atreve a levantar los ojos al Cielo, sino que dándose golpes de pecho decía: ¡Dios mío, tened misericordia de mí, que soy un pecador!      

 Ved la humildad del centurión: Jesús quiso ir a su casa para sanar a su criado, y el centurión le dijo: Señor, No soy  digno de que entres en mi casa,  pero  decid  tan  sólo  una  palabra,  y  mi criado  quedará  curado.  Aquí  vemos  a  la  humildad  unida  a una admirable  fe. Y es que las virtudes normalmente van unidas unas a otras y cuando una virtud crece, también crece la otra.
  
Miremos  también  la  humildad  de San Pedro que cuando ve el milagro de la pesca milagrosa cae de rodillas y le dice al Señor: Apartaos de mí, Señor, que soy un hombre pecador.

Y  miremos  a  la  Magdalena   los  pies  de  Jesucristo:  Cuanto  más  elevados seamos, más debemos humillarnos.
 Y ¿Qué  diremos  de  la humildad  del  gran  Apóstol San Pablo, aquel a quien Jesucristo había designado  como  un  vaso  de  elección  para  ser  Doctor  y  Apóstol de los gentiles y llevar el Nombre y la fe  del Verdadero  Dios, a las comunidades  paganas  del universo conocido? Este Apóstol  dice  de  sí  mismo: Soy,  el  más  pequeño  de  los  discípulos,  el más indigno de ser llamado Apóstol, a pesar de haber trabajado más que todos.  
  
 Vemos como todos los Santos han sido modelos de humildad.
  Así como las capas terrestres ocultan las minas de oro, y el mar encubre las perlas, y la tierra esconde las raíces que llevan la savia de los árboles, así también la virtud de los humildes y de los  Santos  está  escondida  en  este  mundo  con  la  ayuda de la Providencia de Dios y con la oración de ellos mismos.      
  
 Cuando más iluminados por Dios y elevados en perfección son los hombres prudentes y los Santos, tanto más reconocen que Dios, es todo, y ellos son nada, y por esto se humillan y trabajan por ser los menores.

Cuanto más elevados estemos, más debemos humillarnos. Cuanto más grande seas, dice el libro  del  Eclesiástico, más debes humillarte. Las razones que dan legitimidad a este precepto son muchas:

1° La fama ordinariamente enorgullece a los hombres.

2° La verdadera grandeza es la humildad. Sólo la humildad eleva. La verdadera magnanimidad es humilde. Sólo un corazón humilde desprecia los vanos honores y el incienso del mundo. No hay honor verdadero más que en la virtud. No hay honor sólido y digno de desearse, más que el de la eterna gloria, esa que da el Juez supremo y misericordioso. La  escuela de Jesucristo, es la  escuela  de  la  humildad; en  esta  escuela  se  aprende  la  sencillez, la mansedumbre y la caridad. Aprended de Mí que soy Manso y Humilde de Corazón (Mt. 11,29).

3° San Gregorio nos da también otra importante razón: Cuando aumentan los dones, dice, aumenta también la cuenta que hemos de rendir; y así cada uno, según su empleo y su posición, debe procurar humillarse y servir a Dios con tanto más celo, cuanto más amplia es cuenta ha debe dar a Dios. 

4° El libro del Eclesiástico nos da una quinta razón, cuando dice: Cuanto más grande seas, más debes humillarte en todo, y añade: así hallarás gracia ante Dios. Así, para ser más grandes ante Dios, que es el único que sabe estimar y pesar la grandeza, y para ser más grandes en su gracia, hemos de serlo más en humildad.

Recordemos, dice San Isidoro de Sevilla quien es también Obispo y Doctor de la Iglesia, que somos polvo y ceniza, y aunque estemos en alguna posición elevada, si nuestra humildad no está al nivel de la altura, esta altura se pierde enteramente. ¿Estáis acaso a mayor elevación que el primer ángel llamado Luzbel, quien por su orgullo cayó de su sublime grandeza desde el cielo a la más profunda miseria en el infierno?

 Cuando os veáis en la cima de las virtudes, dice San Efrén, entonces tenéis mayor necesidad de una suma humildad, a fin de que, siendo sólidos en los cimientos, que son la humildad y la sencillez, así sea fuerte el edificio construido encima; si sois humildes entonces vuestras virtudes y méritos tendrán una gran firmeza, pero si no lo sois, entonces seguramente caeréis a un hoyo más profundo, nos recuerda y nos insiste San Efrén. 

5.° La sexta razón que nos obliga a humillarnos a medida que nos elevamos, es que tan sólo allí en la virtud de la humildad, reside la perfección de todas las virtudes. 

6.° El libro del Eclesiástico nos da la séptima de las razones: Sólo el poder de Dios es grande y los humildes lo honran. Humillaos, pues, profundamente, y recibiréis de Dios abundancia de gracias. Dios es muy honrado por la humildad y le place esta virtud. La humildad le agrada infinitamente, y Dios honra a los que le honran y los colma de gracias. Es evidente la razón: siendo Dios la suprema grandeza, la criatura le debe tributarle la suprema humildad. Dios ama la humildad porque ama la verdad, y Santa Teresa nos dice:  humildad es vivir en la verdad. Es el conocimiento de Dios y de nosotros mismos. El orgullo es la ignorancia completa de estas dos grandes verdades, compendio de todas las verdades posibles.

 Motivos que nos obligan a humillarnos. Somos hijos de un pecador y también nosotros somos pecadores. Recordemos lo que dice el santo profeta David: “Mira que en la culpa nací y pecador me concibió mi madre”.

¿Dónde estamos? Nosotros en la Tierra, y Dios en el Cielo.

¿Desde cuándo existimos? Desde que Dios y nuestros Padres nos dieron la vida. En cambio Dios existe desde toda la eternidad.

¿Cuánto hemos vivido? Nosotros unos pocos años, en cambio Dios desde toda la eternidad.

¿Cuándo moriremos? Puede ser que hoy, puede ser que mañana, o puede ser dentro de unos pocos años. Pero esto es de lo más seguro que tenemos. En cambio Dios no muere jamás.

¿Cuál es nuestra posición? ahora de pie, pero quizá mañana o tal vez dentro de un instante, inclinados o caídos.

¿Qué hemos sido?, dice San Bernardo, venimos de la nada.

¿Qué somos? pecadores.

¿Qué seremos? Pasto de los gusanos.

 Toda mi subsistencia, Señor, dice el Salmista, está delante de Vos, toda mi vida está en tus manos, Señor. Verdaderamente, todo hombre vivo en la tierra no es más que vanidad: Mi ignominia está todo el día en mi presencia, y la confusión cubre mi rostro.    

 Desciende, inclínate, dice Isaías; siéntate sobre el polvo; siéntate en la tierra.     
 ¡Qué mayor motivo para humillarnos, que el no poder hacer nada bueno por nosotros mismos! Y Jesucristo mismo nos lo afirma: dice el Señor: sin mí, nada podéis hacer (Jn 15,4-6).
 Dice San Pablo a los Gálatas, si alguno cree ser algo, sin ser nada, se engaña a sí mismo (Gal. 6,3). 
   
 El que sepa que no es más que ceniza, dice San Jerónimo, y que, pronto quedará reducido a polvo, no puede nunca ser orgulloso; y el que considere la brevedad del tiempo y la longitud de la eternidad, y quien se ocupe siempre de pensar en la muerte y en la nada de su ser, ese será necesariamente humilde.

Dice San Agustín: No hay pecado cometido por hombre alguno, que no podamos cometer también nosotros, si el Creador nos abandona: ¡Qué gran motivo de humillación! 
 Nadie puede decir: tengo puro el corazón, estoy limpio de pecado (Proverbios 20,9)

Aunque haya personas justas y corazones puros, no deben, sin embargo, gloriarse ni hacer de ello, motivo de vanidad, ya porque esta pureza no es obra suya, sino de Dios, ya porque el que es perfecto hoy, puede mañana ser un gran pecador y un réprobo; puede caer por su fragilidad natural, como lo han hecho muchos.

Podemos decir otro tanto de la incertidumbre del estado de gracia, según aquellas palabras de la Sagrada Escritura: verdaderamente el hombre ignora si es digno de amor o de odio: Nadie, en efecto, por más santo que sea, sabe de un modo cierto y seguro que es justo, a no ser por una revelación especial, es decir, que el hombre no puede saber si está en el feliz estado de la gracia santificante y en la amistad de Dios. ¡Qué motivo este para temblar y humillarnos!...
 Aunque un hombre sea justo, dice San Juan Crisóstomo, y sea mil veces justo, y haya llegado a la cumbre de la justicia, no puede estar exento de alguna mancha; porque por más santo que sea, es hombre sometido a la concupiscencia y al pecado ¿Quién puede creerse sin mancha? ¿Quién puede asegurar que se halla sin pecado? Por esto se nos manda decir en la oración: Perdona nuestras deudas, pues todos somos deudores, a fin de que por el hábito de la oración estemos advertidos de que nos hallamos expuestos al mal por el foco del pecado y por los resultados de la concupiscencia. (1 Jn. 1,8-10): “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”.

 No hay hombre tan justo en la tierra que no peque, dice el Eclesiastés 7,20. Y Dios nos ha encerrado a todos en pecado para tener misericordia de todos (Romanos 11,32).

 Humillaos ante Dios; haceos inferiores a los ángeles, a los hombres y a todas las criaturas, hasta del Infierno. San Francisco de Borja se hacía inferior a Judas. San Vicente Ferrer dice con mucha energía que el que quiere huir de las redes y de las tentaciones del demonio, debe juzgarse a sí mismo como un cuerpo muerto lleno de gusanos que despide mal olor; como un cadáver cuya vista horroriza, y a cuyo lado contenemos la respiración, porque su olor es insoportable, y volvemos el rostro con disgusto.     

Es preciso que me mire y me trate siempre de igual manera a mí mismo; porque toda mi vida está manchada, soy todo corrupción, y mi cuerpo, y mi alma, y mi corazón y todo lo mío está lleno de podredumbre, de ignominia repugnante, y es una vergonzosa cloaca de pecados y de iniquidades; y lo que es más abyecto y horrible, es que siento volver en mi con más fuerza esta corrupción vil y peligrosa.

 Dionisio Cartujano, dice que tenemos mil motivos de humillarnos, considerando principalmente: 1°, nuestros pecados cometidos...; 2°, nuestra propia fragilidad...; 3.°, la imperfección da nuestra naturaleza...; 4°, nuestros achaques y miserias corporales...; 5.°, comparándonos con los Santos y elegidos...; 6.°, viendo que nada tenemos por nosotros mismos y nada nos pertenece...; 7.°, considerando los juicios de Dios...; 8.°, considerando su divina Majestad... ; 9.°, pesando el castigo del orgullo...

San Bernardo pone en los labios de Dios estas palabras: ¡Oh hombre! Si te mirases, te disgustaría tu aspecto, y esto Me agrada; pero porque no te ves, y estas prendado de ti mismo, por esto me desagradas, dice el Señor.

Dice San Gregorio que quien que se conoce perfectamente, se desprecia, porque el orgullo nace de la ceguedad y de la ignorancia de uno mismo.

TESOROS
DE

CORNELIO A LAPIDE

ESTRACTO EN FORMA DE DICCIONARIO

DE LOS COMENTARIOS DE ESTE CELEBRE AUTOR

SOBRE

LA SAGRADA ESCRITURA

P O R   E L   A B A T E B E R B I E R

TRADUCIDO AL ESPAÑOL DE LA SEGUNDA EDICION FRANCESA POR

D. Carlos Soler y Arques

Catedrático de Francés, Individuo de la Real Academia de la Historia
Miembro de varias Corporaciones científicas y literarias, etc.

 

TERCERA EDICIÓN CORREGIDA

Por el Licenciado D. Anastasio Machuca Díez

Cura de la Real Casa de Campo de esta Corte.

TOMO SEGUNDO

 

MADRID

LIBRERÍA CATÓLICA DE GREGORIO DEL AMO,

Calle de la Paz, núm. 6

1900

 


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