viernes, 1 de noviembre de 2024

La Confianza que debemos tener en nuestra MADRE LA VIRGEN MARÍA 14 enero 2024

 

La Confianza que debemos tener en nuestra

MADRE LA VIRGEN MARÍA

Segunda Parte

 

Es verdad que Jesús, al morir por la redención del género humano, quiso ser solo. "Yo solo pisé el lagar" (Is 63,3); pero conociendo el gran deseo de María de dedicarse ella, también a la salvación de los hombres, dispuso que ella, con el sacrificio y con el ofrecimiento de la vida de Jesús, cooperase a nuestra salvación y así llegara a ser la Madre de nuestras almas. Esto es aquello que quiso manifestar nuestro Salvador, cuando, antes de expirar, mirando desde la cruz a la Madre, y a su discípulo, el apóstol Juan que estaba a su lado, dijo a María: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn. 19,26), como si le dijese: este es el hombre que por el ofrecimiento que tú has hecho de mi vida por su salvación, ahora nace a la gracia. Y después, mirando al discípulo dijo: "He ahí a tu Madre" (Jn. 19,27), con cuyas palabras, dice San Bernardino de Siena, María quedó convertida no sólo en Madre de Juan, sino también de todos los hombres, en razón del amor que ella nos tiene. Por eso el mismo San Juan, al anotar este acontecimiento en el Evangelio, escribe: "Después dijo al discípulo: “He aquí a tu Madre”. Hay que anotar que Jesucristo no le dijo esto a Juan, sino al discípulo, para demostrar que el Salvador asignó a María, por madre de todos los que siendo cristianos llevan el nombre de discípulos suyos.

 

"Yo soy la madre del amor hermoso" (Ecclo 24,24), dice María; porque su amor, hace hermosas nuestras almas a los ojos de Dios y consigue como Madre amorosa, recibirnos por hijos. ¿Y qué madre ama a sus hijos y procura su bien como tú, Dulcísima Reina nuestra, que nos amas y nos haces progresar en todo? Más -sin comparación, dice San Buenaventura- que la madre que nos dio a luz, nos ama y procura nuestro bien. ¡Dichosos los que viven bajo la protección de una Madre tan amante y poderosa! El profeta David, aun cuando no había nacido María, ya buscaba la salvación de Dios proclamándose hijo de María, y rezaba así: "Salva al hijo de tu esclava" (Sal 85,16). ¿De qué esclava -exclama San Agustín- sino de la que dijo: He aquí la esclava del Señor? ¿Y quién tendrá jamás la osadía -dice el cardenal San Roberto Belarmino- de arrancar estos hijos del seno de María, cuando en él se han refugiado para salvarse de sus enemigos? ¿Qué furias del infierno o qué pasión podrán vencerles si confían en absoluto en la protección de esta sublime Madre? Cuentan de la ballena que cuando ve a sus hijos en peligro, o por la tempestad o por los pescadores, abre la boca y los guarda dentro de ella. Esto mismo, dice un autor eclesiástico, hace nuestra piadosísima Madre, con sus hijos. Cuando brama la tempestad de las tentaciones, con materno amor los recibe y abriga en sus propias entrañas, hasta que los lleva al puerto seguro del cielo.

 Madre mía amantísima y piadosísima, bendita seas por siempre y sea por siempre bendito Dios que nos ha dado tan hermosa Madre como seguro refugio en todos los peligros de la vida.

 La Virgen reveló a Santa Brígida, que así como una madre si viera a su hijo entre las espadas de los enemigos haría lo imposible por salvarlo, así obro yo con mis hijos, por muy pecadores que sean, siempre que a mí recurran para que los socorra. Así es como venceremos en todas las batallas contra el infierno, y venceremos siempre con toda seguridad recurriendo a la Madre de Dios y Madre nuestra, diciéndole y suplicándole siempre:

"Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios,
no desoigas las súplicas que te dirigimos,
en nuestras necesidades
antes bien, de todo peligro líbranos
Oh siempre Virgen gloriosa y bendita”

 ¡Cuántas victorias han conseguido sobre el infierno los fieles sólo con acudir a María, con esta potentísima oración! La sierva de Dios sor María del Crucificado, benedictina, así vencía siempre al demonio.

 Estad siempre contentos los que os sentís hijos de María; sabed que ella acepta por hijos suyos a los que quieren serlo. ¡Alegraos! ¿Cómo podéis temer perderos si esta Madre, os protege y defiende? Así, dice San Buenaventura,  el que ama a esta buena Madre y confía en su protección, debe animarse a decir:

 “No temas nada alma mía; que la causa de tu eterna salvación no se perderá estando la sentencia en manos de Jesús, que es tu Hermano Mayor, y de María, que es tu Madre Santísima”.

Con este mismo modo de pensar se anima San Anselmo, y exclama:

"¡Oh dichosa confianza, oh refugio mío, Madre de Dios y Madre mía! ¡Con cuánta certidumbre debemos esperar cuando nuestra salvación depende del amor de tan buen Hermano y de tan buena Madre!"

Esta es nuestra Madre que nos llama y nos dice:

 "Si alguno se siente como niño pequeño, que venga a mí" (Pr 9,4). Los niños tienen siempre en los labios el nombre de la madre, y en cuanto algo les asusta, enseguida gritan: ¡madre, madre! - Oh María dulcísima y Madre amorosísima, esto es lo que quieres, que nosotros, como niños, te llamemos siempre a ti en todos los peligros y que recurramos siempre a ti que nos quieres ayudar y salvar, como has salvado a todos tus hijos que han acudido a ti. 

 

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