La Confianza que debemos tener en nuestra
MADRE LA VIRGEN MARÍA
Segunda Parte
Es verdad que Jesús, al morir por la
redención del género humano, quiso ser solo. "Yo solo pisé el lagar"
(Is 63,3); pero conociendo el gran deseo de María de dedicarse ella, también a
la salvación de los hombres, dispuso que ella, con el sacrificio y con el
ofrecimiento de la vida de Jesús, cooperase a nuestra salvación y así llegara a
ser la Madre de nuestras almas. Esto es aquello que quiso manifestar nuestro
Salvador, cuando, antes de expirar, mirando desde la cruz a la Madre, y a su
discípulo, el apóstol Juan que estaba a su lado, dijo a María: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn.
19,26), como si le dijese: este es el hombre que por el ofrecimiento que tú has
hecho de mi vida por su salvación, ahora nace a la gracia. Y después, mirando
al discípulo dijo: "He ahí a tu
Madre" (Jn. 19,27), con cuyas palabras, dice San Bernardino de Siena,
María quedó convertida no sólo en Madre de Juan, sino también de todos los
hombres, en razón del amor que ella nos tiene. Por eso el mismo San Juan, al
anotar este acontecimiento en el Evangelio, escribe: "Después dijo al
discípulo: “He aquí a tu Madre”. Hay
que anotar que Jesucristo no le dijo esto a Juan, sino al discípulo, para
demostrar que el Salvador asignó a María, por madre de todos los que siendo
cristianos llevan el nombre de discípulos suyos.
"Yo soy la madre del amor hermoso" (Ecclo 24,24), dice María; porque su amor, hace hermosas nuestras almas
a los ojos de Dios y consigue como Madre amorosa, recibirnos por hijos. ¿Y qué
madre ama a sus hijos y procura su bien como tú, Dulcísima Reina nuestra, que
nos amas y nos haces progresar en todo? Más -sin comparación, dice San Buenaventura-
que la madre que nos dio a luz, nos ama y procura nuestro bien. ¡Dichosos los
que viven bajo la protección de una Madre tan amante y poderosa! El profeta
David, aun cuando no había nacido María, ya buscaba la salvación de Dios
proclamándose hijo de María, y rezaba así: "Salva al hijo de tu
esclava" (Sal 85,16). ¿De qué esclava -exclama San Agustín- sino de la que
dijo: He aquí la esclava del Señor? ¿Y quién tendrá jamás la osadía -dice el
cardenal San Roberto Belarmino- de arrancar estos hijos del seno de María,
cuando en él se han refugiado para salvarse de sus enemigos? ¿Qué furias del
infierno o qué pasión podrán vencerles si confían en absoluto en la protección
de esta sublime Madre? Cuentan de la ballena que cuando ve a sus hijos en
peligro, o por la tempestad o por los pescadores, abre la boca y los guarda
dentro de ella. Esto mismo, dice un autor eclesiástico, hace nuestra
piadosísima Madre, con sus hijos. Cuando brama la tempestad de las tentaciones,
con materno amor los recibe y abriga en sus propias entrañas, hasta que los
lleva al puerto seguro del cielo.
"Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de
Dios,
no desoigas las súplicas que te dirigimos,
en nuestras necesidades
antes bien, de todo peligro líbranos
Oh siempre Virgen gloriosa y bendita”
“No temas nada alma mía; que la causa de tu eterna salvación no se perderá estando la sentencia en manos de Jesús, que es tu Hermano Mayor, y de María, que es tu Madre Santísima”.
Con este mismo modo de pensar se anima San Anselmo, y exclama:
"¡Oh dichosa confianza, oh refugio mío, Madre de Dios y Madre mía! ¡Con cuánta certidumbre debemos esperar cuando nuestra salvación depende del amor de tan buen Hermano y de tan buena Madre!"
Esta es nuestra Madre que nos llama y nos dice:
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