sobre La Virtud de la Humildad
1.º La humildad sale victoriosa del infierno y de las
tentaciones.
San Macario oyó un día que el demonio le decía: «Macario,
mucho me violentas; deseo hacerte daño, y no puedo porque ayunas y velas sin cesar;
tú me aventajas en una cosa. Y preguntándole Macario en qué, respondió: «Tu
humildad es la que tan sólo triunfa de mí».
«Toda la victoria del Salvador, que venció al demonio y el
mundo, fue concebida en la humildad y terminada por la humildad», dice el Papa
San León Magno.
La humildad derrota toda la fuerza del enemigo. «El humilde
es el primero, el mismo en acusarse y condenarse», dicen los Proverbios (18,
17) Así es que le quita al demonio todo medio de atacar, de acusar y de vencer.
2.º La humildad eleva.
«El que se humilla será ensalzado», dice Jesucristo (Lc. 14,
11)
Dice San Pablo: «Jesucristo se ha humillado, se ha
aniquilado, por esta razón Dios le ha ensalzado, dándole un nombre superior a
todos los nombres; a fin de que al pronunciarse la palabra Jesús, se doblen
todas las rodillas en el cielo, en la tierra y en los infiernos» (Filip. 2,
9-10). Como Jesús fue quien más se humillo, por eso fue a quien Dios también,
más exaltó.
Dice San Bernardo: «La humildad en los honores es el honor
del mismo honor, y la dignidad de la dignidad. Toda indignidad es digna de este
nombre por el orgullo que tiene. Si nos hallamos constituidos sobre los demás,
seamos sus iguales por medio de la humildad. Si mandamos, sepamos también
someternos. ¿Por qué hemos de enorgullecernos sin causa? El Señor es
infinitamente grande; pero no debemos tratar de imitarle en esto. Su grandeza
es laudable, pero no imitable... Solamente la humildad eleva, ella solamente es la que da vida. La
humildad es el verdadero camino, no hay otro fuera de ella. El que ande por
otro camino, ha de caer, pero no subir» (Serm. 36)
María se humilla, y en el momento en que se dice humilde
sierva del Señor, se encarna el Verbo Eterno en sus castas entrañas. La
humildad la eleva al único y sublime puesto de Madre de Dios. María es la que
más se ha humillado por eso es la mujer a quien Dios más ha exaltado.
Dice San Bernardo: «María ha llegado a ser justamente señora
del universo por haberse presentado como sierva de todos».
El humilde se considera como el más indigno de todos, aunque
viva más dignamente que los otros, y creyéndose el último de todos, es
indudablemente el primero. La verdadera grandeza del alma es la humildad, con
la que el hombre se cubre, a ejemplo del Verbo encarnado, que ocultó su divina
grandeza bajo el velo de la sagrada humildad. El hombre verdaderamente humilde
ignora su grandeza.
La humildad es el árbol de la vida, que crece siempre y
llega a grandísima altura. Cuanto más se rebaja el hombre, tanto más sube; así
como el árbol crece a medida que bajan sus raíces y se ocultan más en la
tierra. El orgullo que sube hasta el cielo, baja hasta el infierno, y la
humildad que baja hasta el infierno, se eleva hasta los cielos. Esto enseñan
los Santos Padres.
Continúa enseñando San Bernardo: «Cuanto más humildes seáis,
más os seguirá el acrecentamiento de la gloria. Bajad para subir; humillaos
para ser ensalzados, a fin de que, ensalzados, no os veáis humillados. La
humildad ignora lo que es caer, pero sabe lo que es subir»
«Dios sigue de cerca a los orgullosos para vengarse», dice
Séneca (In Hércules) Y Dios, remunerador de los humildes, está con ellos para
guiarlos, elevarlos y coronarlos.
«La humildad eleva al más alto grado», dice San Cipriano.
«Sed pequeños a vuestros propios ojos, para que seáis
grandes a los ojos de Dios», dice San Agustín.
Dice el santo Profeta David: «Dios levanta al pobre, al
humilde del polvo, y al indigente de su muladar, para hacer que se sienten
entre los príncipes del pueblo en medio de sus elegidos» (Salmo 112, 7-8)
Ved a José: sus hermanos le hicieron padecer toda clase de
persecuciones y ultrajes, y le rebajaron hasta venderle como esclavo (Gen. 37,
28); pero Dios le elevó, haciéndolo como dios de Faraón y de todo el Egipto; y
sus orgullosos hermanos se vieron obligados, para no morir de hambre y obtener
su gracia, a postrarse a sus pies. Al respecto, dice San Gregorio: «Sus
hermanos le vendieron para no honrarle; y él fue honrado y enaltecido porque le
vendieron» (In Gen.) José vendido así, y así tratado, parecía miserable y digno
de compasión, según el juicio de sus hermanos y del mundo; pero no lo era, pues
por aquel hecho Dios empezó a glorificarle y a deprimir a sus hermanos. Porque
Dios empieza, en efecto, a elevar cuando humilla, y cuando más quiera ensalzar,
más deprime. Así hizo con José, y principalmente con Jesucristo.
Como nos relata el libro de Ester, el orgulloso Amán, tan
elevado, quiso perder al humilde Mardoqueo; pero Dios que escucha a los
humildes y deshace el plan de los soberbios, salvó a Mardoqueo e hizo que fuera
más engrandecido que Amán, y por el contrario Amán fuera llevado al mismo patíbulo
levantado para Mardoqueo. ¡Cuántos ejemplos parecidos podríamos citar!
La adversidad y el desprecio es el carro triunfal de la
virtud y de la gloria.
Dice Samuel a Saul: «Cuando eras pequeño a tus ojos, ¿no
fuiste erigido en jefe de las tribus de Israel, y no te consagró el Señor como
rey?» (I Rey 6, 17). Ved aquí el fruto de la humildad.
Dice el rey David: «Ante el Señor que me ha elegido,
mandándome ser rey de su pueblo en Israel, apareceré más pequeño de lo que he
sido, y seré humilde a mis ojos, apareciendo así más glorioso» (2 Samuel 6, 22)
Dice San Juan Crisóstomo: «David confiesa que ha sido pastor
y hombre de labranza, y después de haber llegado a ser noble y grande, siente y
confiesa que ha salido del polvo, y por no haber olvidado lo que ha sido, es
mantenido en la grandeza de la dignidad real» (Segundo libro de los reyes)
Dice San Agustín: «¿Queréis ser grandes? Comenzad por ser
humildes. ¿Pensáis en levantar un gran edificio? Debéis principiar por su
cimiento, que es la humildad» (Sermón X).
Por causa del orgullo cayó del Cielo la admirable naturaleza
de los Ángeles; y por la humildad del hijo de Dios sube al Cielo la fragilidad
de la naturaleza humana. Cuanto más desciende y se rebaja el corazón con
profunda humildad, más se eleva hacia Dios. La humildad es pues el principio de
la exaltación, de la grandeza y de la gloria.
«La gloria va precedida de la humildad», dicen los
Proverbios (15, 33)
Dice San Gregorio Nacianceno: «El esplendor y la gloria
acompañan a la humildad» (Orat. III)
San Agustín: «Cuanto más nos humillemos, es decir, cuantas
más bajas ideas tengamos de nosotros mismos, más grandes seremos en presencia
de Dios. Por el contrario, cuanto más elevado aparezca el orgullo entre los
hombres, más estricto le juzgará Dios. Humillaos pues para ser ensalzados, no
sea que, elevados por el orgullo, seáis humillados. Porque el que es pobre a
sus ojos, es del agrado de Dios; el que se desprecia, es estimado de Dios.
Tened una humildad profunda en vuestra elevación; esta elevación no será honrosa
para vosotros sino en tanto que seáis humildes».
San Cirilo de Jerusalén nos dice: «Creedme el que se cree
grande, se hace abyecto, como el que se cree sabio, se vuelve loco. Allí donde
se halla una profunda humildad, está la dignidad suprema; y cuando os
despreciáis altamente, vuestra dignidad llega a ser casi infinita. Juzgándonos
indignos de las grandezas, la humildad nos hace repentinamente dignos de la
mansión celestial y eterna».
San Ambrosio: «El que desee seguir las huellas de la
Divinidad, siga el camino de la humildad, y el que quiera ser más ensalzado que
su hermano en el cielo debe precederle en humildad en la tierra, aventajándole
por el respeto hacia sus deberes, a fin de vencerle en santidad».
El camino el cielo es la humildad y las humillaciones, así
como el camino de la ruina y de la condenación es el orgullo.
«La gloria recibirá al humilde de espíritu», dicen los
Proverbios (29, 23). Así como el águila alimenta a sus pequeñuelos, los recibe,
los levanta en el aire, y allí los mantiene y sostiene para que no caigan, la
gracia celestial recibe a los humildes, los levanta, los sostiene en su
elevación, los fortifica y les impide caer.
Cuanto más grande y elevado es el hombre humilde, más trata
de empequeñecerse. la humildad es madre del verdadero honor, y el humilde es,
en efecto, honrado de Dios, de los ángeles y de los hombres; y no recibe un
sólo honor, sino todos los honores, ya temporales, ya espirituales, ya eternos.
A medida que el humilde multiplica sus actos de humildad,
aumenta y multiplica su gloria; porque nada es tan glorioso y admirable como
considerarse pequeño, aunque haga las cosas más grandes. en esto estriba la
verdadera gloria; y así cumplimos aquellas palabras de Jesucristo: «Cuando hayáis
hecho lo que se os mande, decid: «Somos servidores inútiles; hemos hecho lo que
debíamos hacer» (Lc. 17, 10)
Dice San Efrén: «¿Deseáis ser grandes? Sed los últimos de
todos. ¿Deseáis una buena reputación? Haced vuestras obras en la humildad y
mansedumbre».
Y Séneca: «¿Queréis tener muchos honores? Os entregaré un
grande imperio: Regíos a vosotros mismos, y aprended a gobernaros con humildad»
Dice San Agustín: «Dios habita los lugares más altos, y
hace, de los que levanta, un cielo para sí. ¿Quién es santo sino el humilde?
Dios da la vida a los humildes: los humildes son el cielo».
San Gregorio nos enseña: «San Juan Bautista no quiso tomar
el lugar de Jesucristo, y prefirió llegar a ser siervo suyo dedicándose a
reconocer humildemente su debilidad, por esto merece el mayor de los elogios».
3.º Sólo el humilde es capaz de cosas grandes.
«Nada es imposible, ni siquiera difícil para la persona
humilde», dice el Papa San León Magno. El humilde, desconfiando de sí mismo,
todo lo hace en Dios, y Dios le ayuda. Siempre consulta a Dios, y Dios le guía.
Atribuyéndolo todo a Dios, Dios le bendice en todo; y entonces todo lo puede.
Dice como Pedro: «por tu palabra, Señor, echaré la red» (Lc. 5, 5)
El orgulloso descansa sobre un brazo de carne; quedan
fallidas sus esperanzas, no puede sostenerse, y cae. El humilde no se apoya más
que en el poderoso brazo de Dios, está firme, resiste, emprende y concluye.
El gusano de seda hace un trabajo precioso; pero se oculta,
y no puede verse más que su hermosa casita. Consideraos como gusanos; ocultaos,
y haced que no se vean vuestras obras. Es lo que aconsejaba y hacía el Real
Profeta: «No soy un hombre, sino un gusano» (Salmo 21, 7)
¿Quién ha hecho cosas más grandes que Moisés, Judas Macabeo,
los Apóstoles y los Santos de todos los tiempos? Pues no hacían nada por sí
mismos; obraban siempre por Dios y en Dios. Los orgullosos no producen más que
ruinas; los humildes son los que hacen obras duraderas y heroicas.
4.º La humildad de María todo lo repara.
«Dios mira la humildad de su sierva» (Lc. 1, 48)
San Agustín: «El favor divino que la naturaleza humana había
perdido por el orgullo de nuestros primeros padres, volvió a recobrarlo María
por la humildad» (Serm. 12)
San Bernardo: «Dios mira a María, y da su gracia»
San Agustín exclama: «¡Oh verdadera humildad: humildad que
engendra un Dios a los hombres, da vida a los mortales, renueva los cielos,
purifica el mundo, abre el paraíso, y libra las almas de los hombres del fuego
del infierno» (Serm. 12)
«¿A quién miraré, dice el Señor, sino al pobre de corazón
contrito?» (Isaías 66, 2)
San Bernardo comenta: «Así pues, si María no hubiese sido
humilde, el Espíritu Santo no habría bajado a ella, ni la habría fecundizado.
Dios miró más la humildad de su sierva, que su virginidad; y aunque agradó por
su virginidad, concibió sin embargo por su humildad; y aquella misma humildad
hizo que su virginidad fuese del agrado de Dios».
5.º La humildad es el fundamento, el sostén y el
acrecentamiento de las virtudes.
Dice San Basilio: “La humildad es el tesoro más seguro de
todas las virtudes, su raíz y su fundamento”.
Y San Juan Crisóstomo: «Así como el orgullo es el manantial
de todos los males, la humildad es el origen de todas las virtudes».
Casiano dice: «La humildad es señora de todas las virtudes,
y es el más sólido cimiento del edificio celestial».
«La humildad es el arsenal que encierra todas las virtudes»,
dice San Basilio.
Dice Santa Paulina: «Nada sea para vosotros más precioso que
la humildad; nada debe pareceros más amable; esta virtud es la principal
conservadora, y como la custodiadora de todas las virtudes».
San Bernardo: «La humildad es la que guarda el pudor, y es
también madre de la paciencia». Y San León Magno, Papa: «Ella sola es la
escuela de la sabiduría cristiana».
«Todos los dones de Dios y todas las virtudes, mueren sin la
humildad», dice San Gregorio.
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