l. El deber y la obligación de difundir la Legión no incumbe exclusivamente ni a los consejos superiores ni a los oficiales de la Curia: pesa sobre cada socio particular de la misma; más aún: pesa sobre todos los legionarios. Ténganlo todos bien entendido y, de vez en cuando, den cuenta de esta su responsabilidad. El método más obvio de cumplir este deber será por medio de visitas, o por carta; pero ya se le ocurrirán a cada cual otros modos de influir sobre los demás con este fin.
Si fueran numerosos los centros impulsores de la Legión, bien pronto estaría la Legión en todas partes, y el campo del Señor estaría repleto de trabajadores decididos (Lc 10,2). Por lo tanto, hay que llamar la atención de los socios frecuentemente sobre estos aspectos importantes de extensión y de reclutamiento, para que cada socio se persuada íntimamente de sus deberes.
2. Un cuerpo eficiente de la Legión será fuente de grandísimos bienes. Como puede suponerse que este bien tan deseable se vea duplicado por el establecimiento de otro cuerpo legionario más, cada uno de los miembros - y no sólo los oficiales - debe dedicarse a hacer realidad esto que tanto se desea.
Es señal de que ha llegado la hora de dividir un praesidium y fundar otro, cuando habitualmente tienen que ser cortados los informes de los socios y otros puntos de la junta, para evitar que ésta no se cierre a la hora debida. En estas circunstancias, la división no sólo es oportuna, sino necesaria; si no se hace, sobrevendrá un estado de entumecimiento, en el que decaerá el entusiasmo por la obra y por ganar nuevos socios; y, lejos de tener e! praesidium energía para comunicar vida a otro, hallará dificultad en sostener la propia.
En cuanto el proyecto de fundar un segundo praesidium en una misma localidad, se objetará tal vez que es suficiente el número actual de legionarios para atender las necesidades presentes. Contra lo cual decimos -y lo subrayamos- que, siendo el fin primordial de la Legión la santificación de sus miembros -y de la sociedad entera mediante su influjo-, se deduce lógicamente que por esta sola razón, aunque no hubiera otra, el aumentar el número de socios ha de se también un fin primordial. Es posible que en poblaciones pequeñas cueste buscar trabajo para los nuevos miembros; con todo es preciso atraerlos, sin poner coto a su número. La Legión nunca debe pensar en restricciones numéricas; de lo contrario, podrían quedar excluidos legionarios de más valer que los que están en activo. Remediadas las necesidades más visibles, búsquense otras que estén ocultas. Hay que dar trabajo a la máquina para que funcione. Trabajo siempre hay, y es necesario encontrarlo.
Al fundar un praesidium nuevo donde ya existan otros, procúrese que los oficiales y un buen núcleo de socios de aquél sean legionarios trasladados de estos. Sacrificar con este fin lo mejor que tienen, debería ser para los praesidia su mayor honor. Ni hay tampoco método más saludable que éste para podar los praesidia.
Aquel que tan generosamente se despoje, no tardará en echar nuevos y pujantes brotes, y con el tiempo se verá cargado más que nunca de los sabrosísimos frutos del apostolado.
En aquellas ciudades y localidades donde no hubiese ningún centro de la Legión, y no fuere posible hacerse con legionarios experimentados, los fundadores del nuevo praesidium tendrán que darse muy de lleno al estudio del Manual y de los comentarios que hubiese escritos sobre el mismo.
Al fundar el primer praesidium en una localidad, conviene diversificar cuanto se pueda sus actividades, porque así tendrán mayor interés las juntas, lo cual redundará en beneficio del praesidium, dando amplio campo a los socios para que puedan desarrollar sus diversas habilidades e inclinaciones.
3. Una palabra de aviso sobre el reclutamiento de socios: es muy peligroso presentar metas demasiado altas. Por supuesto, el nivel espiritual y apostólico de los legionarios veteranos será más elevado que el común, cosa que no hay que olvidar al admitir nuevos socios, pero sería injusto exigir a uno de estos principiantes lo que solo han conseguido otros después de varios años en la Legión.
Es cosa muy corriente en los praesidia querer justificar el reducido número de socios, diciendo que no hay personas capacitadas disponibles. Pensándolo bien, se ve pronto que esto tiene más de excusa que de razón. Seguramente el origen de la culpa está en el mismo praesidium, por una de estas dos causas:
a) porque no se tiene verdadero empeño en reclutar, lo cual indica dejadez por parte de los socios, individual y colectiva;
b) porque el praesidium se equivoca imponiendo a los candidatos pruebas excesivamente duras, que hubieran excluido a la mayoría de los miembros antiguos y presentes.
Quizá los oficiales razonan diciendo que de ningún modo deben dar cabida a elementos no aptos. Muy bien, pero tampoco deben privar a todos, excluyendo a unos cuantos, de los bienes que trae consigo el pertenecer a la Legión. Si hay que escoger entre un rigor excesivo y una excesiva condescendencia, es preferible evitar el primer extremo, como un error más funesto que el segundo, pues mata el apostolado seglar en su germen, privándole de operarios. El segundo extremo llevaría sólo a cometer faltas que tienen solución.
El praesidium adoptará un término medio, aventurándose y arriesgándose hasta donde sea preciso. Hay que arriesgar algo, hay que experimentar con diversos elementos, y ver si valen o no. Si alguno no sirve, no tardará en volverse atrás, quejoso del trabajo que le impone la Legión. No cabe otro proceder más eficaz para conservar la Legi6n en su integridad.
¿Quién ha oído jamás que un cuartel cerrará sus puertas por temor de que sentara plaza algún inepto? Precisamente, la formación militar tiene por fin manejar grandes masas de hombres del tipo medio. La Legión de María -como ejército que es- debe aspirar a tener gran número de socios; aunque no pueda prescindir de ciertas pruebas para su admisión, las condiciones requeridas deberán estar al alcance del tipo medio; si después queda algo que limar y disciplinar, para eso está la Legión. El reglamento legionario, henchido de piedad y resguardado por una disciplina rigurosa, está hecho para estas personas ordinarias, no para superhombres. No se trata de recibir en la Legión únicamente a ciertos individuos tan santos y tan prudentes en todo, que no representen ni remotamente, al tipo común del seglar.
En resumidas cuentas: lo que más apena no es el reducido número de personas que tienen cualidades para ser socios, sino que sean tan pocos los que se ofrecen voluntariamente a echar sobre sus hombros esta carga. Y esto nos lleva a la consideración siguiente:
c) personas que serían aptas, no se deciden a ingresar porque en el praesidium se respira un aire recargado de seriedad y rigidez, o porque -por cualquier otra circunstancia - reina en él un ambiente no acorde con ellas.
Aunque la Legión no es solo para gente joven; ésta es la que se debe buscar ante todo, procurando satisfacer sus aspiraciones. La Legión habrá fracasado notablemente en su esfuerzo el día en que deje de atraer a la juventud; un movimiento alejado de ella, no influirá en el futuro. La juventud es la llave del porvenir, y es necesario dar margen a sus aficiones razonables, y simpatizar con ellas. No han de quedar en las puertas unos jóvenes alegres, generosos y entusiastas, por culpa de exigencias incompatibles con su edad, que no valen más que para ensombrecer el cuadro de la vida.
d) La excusa ordinaria: “No tengo tiempo”, es probablemente verdad. La mayoría de las personas tienen ocupado su tiempo, pero no con actividades apostólicas, que quedan relegadas al último lugar. Beneficiaría eternamente a tales personas el hacerles ver que viven en una escala de valores errónea, y que deben dar prioridad al apostolado, supeditando a éste algunas de sus otras preocupaciones.
“Ley fundamental para roda asociación religiosa es perpetuarse, dilatar su acción apostólica por el mundo, y ponerse en contacto con el mayor número posible de almas. Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla (Gn 1, 28). Esta ley de la vida se impone como un deber de conciencia a todo miembro de la asociación. El Padre Chaminade formula la ley en estos términos: “Hemos de realizar conquistas para la Virgen santísima, hemos de hacer entender a aquellos con quienes vivimos qué gozoso es ser todo de María, a fin de inducir a muchos de ellos a incorporarse a nuestras filas y avanzar con nosotros”. (Breve tratado de Mariología).
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