martes, 9 de abril de 2013

25 EL CUADRO DE LA LEGION

1. Este Manual lleva en la portada una reproducción en miniatura del cuadro de la Legión. Fue pintado, como obsequio a la misma, por un brillante joven artista de Dublín. Y -como podía esperarse de un trabajo animado por tal espíritu- resultó una obra bellísima y muy inspirada, según se puede apreciar por dicha reproducción.
 
2. El cuadro es algo muy completo: hace resaltar maravillosamente las características de la devoción legionaria.
 
3. Los contornos del dibujo son un esbozo del Vexillum.
En el cuadro se traslucen las oraciones legionarias. Las preparatorias -que comprenden la invocación y oración al Espíritu Santo y el rosario- están simbolizadas por la Paloma que cubre a María con su sombra, inundándola de luz y del fuego de sus amor. Con estas oraciones honra la Legión el momento culminante de todos los tiempos, en el cual María, dando su consentimiento a la Encarnación, mereció ser Madre de Dios y, juntamente, Madre de la divina gracia; y, por eso, los legionarios, sus hijos, se unen, estrechamente a Ella mediante el rosario, llevando impresas en el corazón las palabras de Pío IX: “si tuviera un ejército que rezase el rosario, conquistaría el mundo”.
También se hace alusión a Pentecostés: allí fue María el canal de las gracias derramadas por el divino Espíritu, en aquel momento que se puede llamar la confirmación de la Iglesia; allí se encendió por Ella el fuego apostólico destinado a renovar la faz de la tierra. “Fue su poderosísima intercesión la que obtuvo para la Iglesia naciente aquella prodigiosa difusión del Espíritu del divino Redentor” (MC 110). Sin Ella ese fuego no se hubiera encendido en los corazones de los hombres.
 
4. La Catena, en su sentido material, constituye el borde del cuadro. La Antífona está representada con mucho acierto, por la figura de María, “que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla”; y, en su frente, una estrella para significar que Ella es el verdadero lucero de la Mañana, bañado desde el primer instante de su ser en los fulgores de la gracia redentora, y anunciando la alborada de nuestra salvación.
El Magnificat está representado por el primer versículo -la idea que predominó siempre en la mente de María-, escrito en caracteres de fuego, aureolando la cabeza de la Virgen. El Magnificat es, el canto triunfal de su humildad. Ahora, lo mismo que entonces, quiere Dios depender para sus triunfos de la humilde Virgen de Nazaret, y quiere valerse de los que están unidos a Ella para hacer grandes cosas en honra de su santo Nombre.
El versículo y responsorio -de la fiesta de la Inmaculada Concepción, la principal devoción legionaria- están gráficamente expresados por la actitud de María aplastando la cabeza de la serpiente infernal, y por estas palabras engarzadas en la cadena del borde: “pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; Él quebrantará tu cabeza”*(Gn 3,15). El cuadro demuestra esta lucha perpetua entre María y la Serpiente, entre los hijos de Aquella y la raza maldita de ésta, entre la Legión y las fuerzas del mal, que huyen a la desbandada, derrotadas.
La oración de la catena no es otra que la del Oficio de María, Medianera de todas las gracias, Madre de Dios y Madre de todos los hombres. En lo alto del mismo queda representado en forma de Paloma, el Espíritu Santo, dispensador de todo bien; debajo, el globo terráqueo, rodeado por buenos y malos, simboliza el mundo de las almas; entre unos y otros, María, llena de gracia, toda encendida en caridad, la Medianera y dispensadora universal de todos los dones divinos. Ella quiere enriquecer a todos los hombres, pero en particular a aquellos que con más verdad se muestren hijos suyos, reclinándose sobre el Coraz6n de Jesús, a ejemplo de San Juan, y recibiéndola a Ella por Madre. Y esta maternidad universal de María, proclamada entre las inconcebibles angustias del Calvario, está expresada por las palabras eslabonadas en el extremo inferior del borde: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre2” (Jn 19,26-27).
 
5. Las oraciones finales se reflejan en todo el cuadro. La Legión es esa hueste innumerable que avanza en orden de batalla, acaudillada por su Reina, y que lleva sus insignias: “el crucifijo en la mano derecha; en la izquierda, el rosario; los sagrados nombres de Jesús y María en el corazón, la modestia y mortificación en su porte” (San Luis María de Montfort). De sus labios brota ferviente súplica en demanda de una fe que sobrenaturalice cada impulso y acción: de su vida, y les de valor para atreverse a todo en el servicio de Cristo Rey; fe simbolizada por la Columna de Fuego- que funda en uno solo los corazones de todos los legionarios, y les guíe a la victoria y a la tierra de Promisión eterna, irradiando en su avance las llamas del divino amor. La Columna es María que con su fe salvó al mundo: “Bendita tú que has creído” ‡ (Lc 1,45) - en el borde -. Y ahora, por entre espesas tinieblas, María conduce con paso seguro a aquellos que la bendicen, hasta que sobre ellos descienda a raudales la gloria del Señor.
 
6. Las preces terminan elevándonos en espíritu hasta el acto de pasar lista en la eternidad, donde, sin faltar ni uno solo, -rogamos que se vuelvan a juntar todos los legionarios legales para recibir el galardón de una gloria sin fin.
Entretanto asciende una plegaria por los que han muerto en el combate y esperan la resurrección gloriosa, pero que pueden estar necesitados de la intercesión de sus compañeros.
 
“En el Antiguo Testamento leemos que, desde Egipto, el Señor caminaba delante de ellos, de día en una columna de nubes, para guiarlos; de noche, en una columna de fuego, para alumbrarles (Ex 13,21). Esta columna maravillosa, unas veces en forma de nube, otras en forma de fuego, fue figura de María en los varios oficios que desempeña para con nosotros” (San Alfonso de Ligorio).
 
“Inimicítias ponam inter te et mulíerem, et semen tuum et semen illíus; ipsum cónteret
 cáput túum” (Gn 3, 15).
“Mulier, ecce filius tuus: Eccc marer tua. ” (Jn 19, 26-27)
“Beata quae credidit. ” (Lc 1,45)

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